SOBRE LA PROSA INEFABLE DE LAS FARC
“Mao se empeñó en destruir la sociedad para remodelarla en función de las prioridades del partido. Mao optó por una verdadera política de violencia extrema como método de conquista y, después, de consolidación de un poder totalitario”
Sobre la prosa inefable de las Farc
“Mao se empeñó en destruir la sociedad para remodelarla en función de las prioridades del partido. Mao optó por una verdadera política de violencia extrema como método de conquista y, después, de consolidación de un poder totalitario”
Por Eduardo Mackenzie
28 de agosto de 2016
A Colombia le está haciendo mucha falta un Victor Klemperer. Victor Klemperer (no confundirlo con Otto Klemperer, su primo, el gran director de orquesta, famoso por sus interpretaciones de obras de Beethoven y Mahler) fue un escritor y filólogo alemán (1881-1960), especialista en literatura francesa. Desde 1933, cuando Hitler llegó al poder en Alemania, él se dedicó a estudiar la lengua y las palabras que utilizaban los nazis. Por su carácter “no ario” los hitlerianos lo habían sacado de la universidad. Discretamente, como un acto de resistencia y rebeldía contra la peste bruna, él fue anotando y analizando, en un diario, todo lo que caía en sus manos: los discursos de Hitler y de Goebbels, la prensa nazi, los libros, cartillas, folletos, filmes y hasta las conversaciones de los nazis. Al final de la segunda guerra mundial, esos apuntes se convirtieron en un espléndido libro, que tuvo gran éxito: LTI, Lingua Tertii Imperi (El lenguaje del III Reich).
Klemperer demostró allí que el nazismo había destruido el espíritu y la cultura de los alemanes mediante la perversión de la lengua y la invención de una nueva. Su libro no ha perdido actualidad y sigue siendo leído por estudiosos y profanos. Klemperer demuestra que ninguna lengua y ninguna cultura están a salvo de ser contaminadas por las distorsiones y manipulaciones de los partidos totalitarios.
Pienso en esto ante el diluvio de frases absurdas, discursos y textos perversos con el que el llamado “proceso de paz” viene inundando la escena política colombiana, en especial la prensa aletargada y dócil y la comunicación oficial, desde hace cuatro años, sin que haya un movimiento de rechazo consciente ante el nuevo lenguaje que están imponiendo las Farc, como hicieron los comunistas rusos, antes incluso que los hitlerianos. Estos últimos, en realidad, copiaron muchas técnicas de dominación criminal de los leninistas. La maña de las Farc de corromper el lenguaje con falsedades y contrasentidos tiene pues raíces nazi-comunistas y está siendo utilizada con éxito para destruir el espíritu y los resortes psicológicos y culturales de los colombianos en este periodo tan convulso de las capitulaciones “de paz” en La Habana.
Cuando oímos decir a Timochenko que “el fin del conflicto no es la paz”; cuando oímos decir a Enrique Santiago, el asesor español de las Farc, que la impunidad ahora se debe llamar “justicia restaurativa y prospectiva”; cuando oímos a Pastor Alape prometer que “no habrá invasión de guerrilleros a las ciudades” debemos preguntarnos qué diablos quiere decir esa gente con todo eso, pues el sentido de las palabras de ellos no es el que creemos.
Un ejemplo: ¿Sabe usted, estimado lector, qué quería decir Mao Tse Tung cuando hablaba de “reforma agraria”? El historiador holandés Frank Dikötter, autor de varios libros esenciales sobre la China bajo Mao, basados en los archivos del PC chino, explica: “En 1947, durante la guerra contra el gobierno nacionalista del Kuomintang, Mao lanzó el movimiento de ‘reforma agraria’ en Manchuria. En realidad, esa reforma agraria no concernía tanto la tierra sino más bien la sociedad misma, su organización, etc. Mao se empeñó en destruir la sociedad para remodelarla en función de las prioridades del partido”. Y añade: “Mao optó por una verdadera política de violencia extrema como método de conquista y, después, de consolidación de un poder totalitario”.
En sus declaraciones a la revista parisina L’Obs (18-24 de agosto de 2016), Dikötter cuenta que en esa época hubo reformas agrarias en Japón, Corea y Taiwán y que “las autoridades compraban la tierra y la redistribuían en calma y sin ninguna violencia”. Mao hará lo contrario. “El orquestó una ofensiva de salvajadas sin nombre, que además era totalmente injustificada, pues en China no existían señores feudales como en Rusia, ni había una nobleza que explotara a los siervos de la gleba. Más de la mitad de los campesinos poseían sus tierras; otros gozaban de una propiedad compartida en el seno de familias ampliadas. Sólo el 6% eran granjeros. Era difícil encontrar los ‘explotadores’ contra los cuales desatar una venganza popular. Empero, los comunistas fabricaron esos ‘explotadores’ y la ola de violencia arbitraria desatada causó la muerte de dos millones de personas, según los informes internos del partido”.
Eso no fue todo. Dikötter agrega este detalle: Mao apeló a métodos aún más feroces que los utilizados por Stalin durante el periodo de la exterminación de los campesinos de Rusia. Stalin entregaba a la policía secreta la tarea de liquidar y deportar a los “indeseables”. “Mao obligó a la gente a realizar esa sucia labor. Eso comenzó en Yuanbao, el primer pueblito ‘liberado’ en el norte de Manchuria. Un ‘grupo de trabajo’ llegó allí en 1947 para preparar la reforma agraria. Durante meses, los emisarios estudiaron las relaciones de poder, desenterraron viejos conflictos y azuzaron las rivalidades. Una minoría fue acusada de explotar a los demás. Rápidamente, una orgía de violencia se apoderó de la localidad. La milicia bloqueó las salidas y todo el mundo fue obligado a asistir a la ‘sesión de lucha’. Los explotadores fueron exhibidos ante la multitud, sus ‘crímenes’ fueron detallados. Cada persona tuvo que contribuir activamente a ese teatro de violencia: acusar, injuriar, golpear, torturar. Y, finalmente, a matar colectivamente. En Yuanbao, 73 personas fueron ultimadas, de un total de 700. La misma operación se repitió en cada pueblito ‘liberado’. El resultado fue una ola de atroces masacres: algunas víctimas fueron hundidas en agua hirviente, otras colgados a los árboles para que fueran talladas en pedazos, otros fueron enterrados vivos…”.
Aun antes de llegar al poder, Mao decidió, según Frank Dikötter, “que el 10% de la población era ‘propietaria de tierra’. En realidad, el 30% de los habitantes de las aldeas fueron perseguidos y Mao dejaba hacer eso. No todos fueron asesinados, pero el balance es terrible. Ese desprecio total por los costos humanos de sus campañas caracterizará los 27 años del reinado de Mao. Comenzando por la guerra contra el régimen del Kuomintang durante la cual Mao sacrificó deliberadamente centenas de miles de civiles y de tropas”.
¿En qué pensaba Mao cuando decretaba, en 1958, el “Gran salto adelante”? El “gran timonel” decía que en cinco años la China superaría el nivel
de la Gran Bretaña. Para eso sumió en la esclavitud al campesinado. Los cereales de éstos fueron confiscados para poder comprar equipos industriales. Resultado: un caos generalizado. La economía se hundió y las hambrunas, de 1958 a 1962, llevaron a la muerte a 45 millones de chinos y el atraso continuó.
Años después, durante la “revolución cultural”, desatada en 1966 por Mao para retomar el mando en la dirección comunista china, hubo nuevas escenas de canibalismo pero peores que las del “gran salto adelante”. En la provincia de Guangxi, durante dos meses, hubo actos de “canibalismo revolucionario” en el que la gente destrozaba los cuerpos de las víctimas y comían esa carne después de asarla en “banquetes revolucionarios de carne humana”. Eso no es un invento de Occidente. El gran historiador chino de la revolución cultural, Song Yongyi, y el periodista chino Zheng Yi, revelaron eso tras haber descubierto el informe secreto redactado por el mismo PC chino veinte años después de tales hechos.
En muchas aldeas, las “sesiones de lucha” terminaban con el sacrificio ritual de “indeseables”. Algunos informes oficiales hablaron de 291 devorados, otros darán la cifra de 421. “Las víctimas eran casi siempre hombres jóvenes o un padre y sus hijos”, señala Ursula Gauthier, de L’Obs. Esas atrocidades fueron el punto culminante de la lucha entre dos grupos rivales, ambos partidarios del pensamiento Mao Tse Tung: los “rebeldes de la gran fracción” y los “rebeldes de la pequeña fracción”. Empeñado en su línea de “dejar que las masas tomen las riendas de la revolución”, Mao no quiso intervenir. Ese fue uno de los aspectos más abyectos de la “gran revolución cultural proletaria”.
¿Qué tienen previsto las Farc cuando, en La Habana, hablan de “reforma agraria integral” para Colombia? ¿Algo tan bueno como las barbaridades chavistas que destruyeron la economía de Venezuela? ¿O algo tan bestial como lo que hizo Mao en China?
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