HONDURAS, ELECCIONES SOBRE FONDO ROJO
Los hondureños están cansados de la inseguridad creciente, de la pobreza alarmante, de la corrupción galopante y un sinfín de lacras que en estos cuatros años de desgobierno de opereta lejos de atajarse no han dejado de reproducirse como una metástasis que amenaza con una lenta pero inexorable defunción
Honduras, elecciones a la vista sobre fondo rojo
Por Ricardo Angoso
Octubre 20 de 2013
El proceso preelectoral hondureño se está complicando, cuando a primera vista no tenía que ser así y todo parecía previamente controlado, incluso precocinado, tranquilo. Pero la política no es una ciencia cierta, ni certera, y ahora en los sondeos vuelve a aparecer -contra todo pronóstico- el peligro castrochavista, esta vez encarnado en ese monstruo del surrealismo y el esperpento, en versión caribeña, que es la esposa del anterior bufón de corte. Se trata, ni más ni menos, que de Xiomara Castro de Zelaya, cuyo principal mérito reside en haber sido Primera Dama en el gobierno más siniestro, turbio, corrupto y tragicómico de la historia reciente de Honduras.
Pero es que, como diría Carlos Marx -no Groucho, no sea que se vayan a confundir los Zelaya, Rodas y compañía-, la historia se repite dos veces, la primera como tragedia y la segunda, como farsa. Algo parecido sucede en Honduras. Si la presidencia de Mel Zelaya (2006-2009) acabó en la intervención institucional en favor del cambio político en la persona del presidente del legislativo, Roberto Micheletti, esta campaña electoral, para suceder al inepto y fracasado políticamente Roberto Lobo, parece que va a terminar en el peor de los escenarios si las encuestas no se equivocan y el pueblo hondureño no evoluciona a tiempo. ¿Reaccionarán los hondureños y cambiarán el viento de los sondeos que soplan a favor de Xiomara?
El sainete hondureño, que comenzó cuando el difunto Hugo Chávez puso en el punto de mira a este pequeño país como “punta de lanza contra el imperio”, no tiene fin y no quiere concluir nunca. La pretensión de los países bolivarianos, un bloque en plena descomposición y en crisis tras la sucesión en falso de Nicolás Maduro, de reconquistar Honduras tiene fundamentos lógicos. Serviría para apuntalar a Maduro al frente de Venezuela, legitimar la decrépita Alianza Bolivariana para los pueblos de Nuestra América (ALBA) y crearle problemas a los Estados Unidos, la obsesión permanente de los hermanos (y tiranos) Castro de La Habana y la “pléyade” payasesca de Caracas. Los Castro siguen al frente del timón de la isla-prisión de Cuba y ahora controlan la caja del petróleo venezolano, una amenaza conjunta para la región que no debe minusvalorarse.
Peligros reales para Honduras. Y es que el problema real es que los cuatro años de Lobo no han pasado en balde y no ha dejado a nadie indiferente. El presidente Lobo, junto con su corte de aduladores a sueldo, inútiles asesores y torpes ministros, es el principal responsable de lo que está ocurriendo. Pero también hay una responsabilidad en el fracaso total de sus políticas en todos los órdenes. Nada bueno ni nuevo que destacar, un fiasco que no admite maquillaje.
Los hondureños están cansados de la inseguridad creciente, de la pobreza alarmante, de la corrupción galopante y un sinfín de lacras que en estos cuatros años de desgobierno de opereta lejos de atajarse no han dejado de reproducirse como una metástasis que amenaza con una lenta pero inexorable defunción. No olvidemos que el presidente Lobo es uno de los mandatarios latinoamericanos peor valorados de todo el continente.
La agonía del país se constata en el día a día y se manifiesta en el descontento del pueblo hacia los políticos tradicionales, lo cual reflejan fielmente las encuestas. Tanto liberales como nacionalistas aparecen muy mal valorados en todos los estudios y sondeos de opinión, algo que, paradójicamente, ha favorecido a la heredera política, Xiomara, del político más corrupto de la historia reciente del país: Zelaya. Incluso políticos honestos, como el liberal Mauricio Villeda, que al principio aparecían como favoritos y la esperanza para este país abatido y arruinado, hoy se sitúan en puestos secundarios en la carrera electoral y con escasas posibilidades de remontar los más negros augurios.
La única perspectiva de que la actual tendencia electoral se revierta es que el candidato de los nacionalistas, Juan Orlando Hernández, se recupere en los sondeos y llegue a superar en votos el 24 de noviembre a Xiomara. El resto de los candidatos, incluido Villeda, ya no tienen ningún posibilidad de superar las adversas tendencias electorales que les pronostican los sondeos, ya que apenas queda un mes para las elecciones y el ambiente de polarización social y política entre el nacionalista y Xiomara va en aumento a medida que se acerca tan importante convocatoria electoral.
¿Y si gana Xiomara qué ocurre? ¿Y qué ocurriría de ganar Xiomara las elecciones? Es evidente que sería el regreso encubierto de Zelaya y sus antiguos aliados al poder. En primer lugar, tras haber sido desplazados por la fuerza del gobierno, los antiguos partidarios del depuesto presidente se tomarían la justicia por su mano y la administración, incluidas las Fuerzas Armadas, la carrera diplomática y otros ámbitos, sería purgada de aquellos elementos que tomaron partido por Micheletti. Zelaya no paga traidores, obvio.
Después, y en segundo orden pero no en menor importancia, el país volvería al redil bolivariano y se alejaría de la esfera de los intereses norteamericanos y occidentales, tal como ha ocurrido en todos los países bajo la órbita de la ALBA y, más concretamente, de Caracas. El petróleo de Caracas sigue comprando voluntades y ganando adhesiones políticas, pese al creciente desinterés del Departamento de Estado norteamericano hacia los asuntos de su antaño patio trasero. Y, en tercer lugar, esta victoria significaría el regreso de los antiguos izquierdistas y abiertamente comunistas, como la ex canciller Patricia Rodas, al poder y el cumplimiento de sus nunca ocultados planes de cubanizar el país.
Aparte de estas consecuencias geoestratégicas a las que me refería antes, para Honduras, además, significaría el regreso de una forma de hacer política basada en el nepotismo, la corrupción, la mentira, el pago de favores, la subversión del sistema político y constitucional -al estilo de Nicaragua- y, por supuesto, el abandono de las formas democráticas.
No debemos de obviar que Zelaya fue destituido por las instituciones políticas representativas hondureñas por haber quebrantado las Leyes de la República y la Constitución. En Honduras, pese a lo que digan Telesur, la CNN y Gramma, nunca hubo un golpe de Estado, sino una intervención cívico-militar para poner las cosas en su sitio y evitar que el país cayera en una dictadura encubierta el estilo de la que viven hoy Venezuela y Nicaragua. El verdadero golpe de Estado fue el que pretendía dar Mel Zelaya el 29 de junio del año 2009, imponiendo la cuarta urna y legitimando, de una forma ajena a los usos democráticos, su reelección. E instaurando un sistema político contrario a los intereses de los hondureños y nunca refrendado a través de las urnas. Ahora, de nuevo, esa amenaza gravita sobre el futuro democrático de Honduras y,quizá, ni los mismos hondureños lo saben. Veremos qué pasa en las próximas semanas.
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