AUNQUE LETRADO, NO SABÍA NADA DE FUNDACIONES
Jiménez de Quesada se convierte en andante caballero de una ultrajada dama, quijotismo puro, varios años anterior a Cervantes
Aunque letrado, no sabía nada de fundaciones
Historia de Bogotá. Parte 2
Por Ricardo Puentes Melo
Agosto 13 de 2013
Jiménez de Quesada creyó perder totalmente la pista de El Dorado cuando divisó desde las colinas de Suba a Muequetá o Bogotá, un poblado indígena cuya tranquilidad le valió el nombre de “Valle de los Alcázares”, y que posteriormente se llamaría Funza.
Era el 22 de marzo de 1537…Ya se había cumplido casi un año desde que salieron de Santa Marta, y de los 750 orgullosos hombres que emprendieron el viaje, sólo 166 apabullados harapientos contemplaban el paisaje ese día; 584 soldados habían perecido durante la aventura a causa de mordeduras de serpientes, ataques de tigres, fiebres malignas o bajo las mortales flechas de los Bondas y otras tribus belicosas. El hambre los había empujado a devorar los perros que llevaban, e igual suerte corrieron los compañeros que caían en la travesía quienes, después de ser encomendados a Dios, eran servidos como alimento para la tropa.
EL sosiego del caserío les imprimió nuevos ánimos y renació en ellos la ilusión que los había empujado a través de medio mundo. Hicieron averiguaciones en el poblado y se enteraron de que Muequetá era la capital del zipasgo, la más poderosa de las organizaciones chibchas y cuyo jefe supremo, Tisquesusa, el Zipa de Bacatá, ejercía un poder omnímodo sobre varias confederaciones que se extendían por un territorio de más de ciento cincuenta mil hectáreas.
Habían encontrado el reino de los Muiscas, una sociedad bien organizada que evidenciaba una fuerte estratificación social donde el segundo poder, después del Zipa, lo ostentaban los mohanes o jeques, poseedores del manejo sobrenatural del cosmos, el puente entre lo real y lo divino.
El ejército de Quesada se maravilló de los conocimientos de estos hombres, a quienes imaginaban igual de atrasados al resto de nativos
que habían encontrado. Así que les preguntaron: ¿De dónde vienen ustedes..?
Al viejo jeque le extrañó la pregunta que le formularon a través de un intérprete. ¿Cómo era posible que estos hombres, siendo tan blancos como sus dioses y benefactores, no conocieran al gran Nemterequeteba, el maestro de tejedores..? ¿Por qué no habían oído hablar de Bachué, la madre de la humanidad..? ¿Entonces no habían sido enviados por Bochica desde Oriente..? ¿O acaso estos hombres serían los invasores que el anciano y venerable Popón había profetizado que vendrían a sepultarlos para siempre..?
Recelosos, los jeques envían en secreto un emisario para que dé aviso al Zipa Tisquesusa sobre la presencia de los extranjeros en sus tierras. Éste se encamina rápidamente par frenar el avance de Quesada y el combate tiene lugar cerca de Zipaquirá, donde el Zipa es vencido rápidamente y huye dejando a muchos de sus hombres prisioneros. Por éstos supo don Gonzalo que existía otro soberano mucho más rico que Tisquesusa, y que se llamaba Quemuenchatocha. Era el Zaque de Hunza, y sus dominios poseían riquezas mucho mayores que las de Bacatá. Un criadero de esmeraldas y oro esperando a ser tomado. Sin falta, entonces, la tropa de Quesada se encamina hacia Tunja, lo toma prisionero y obtiene un buen botín.
De regreso a Bacatá, dejando tras de sí la muerte y el saqueo, Quesada busca a Tisquesusa para arrancarle el secreto de sus riquezas… pero se encuentra con la noticia de que el Zipa ha muerto y su lugar es ocupado ahora por su sobrino Sagipa, un caudillo valiente y orgulloso que no está dispuesto a permitir que esclavicen a su gente.
Al cabo de poco tiempo, Sagipa pudo ser capturado y los hombres de Quesada lo interrogan. Pero nada pueden obtener del nuevo Zipa, excepto burlas. Entonces, los españoles secuestran a Sagipa y piden rescate por él, así que sus servidores y jeques empezaron a llevar abundantes cargas de oro llenando un aposento que, cuando estuviera al tope, salvaría la vida de su jefe. Lo que no sabía Quesada era que, por algún escondrijo, los indígenas fueron llevándose el oro tal y como había llegado, poco a poco. Y entonces sucede el episodio que tintura la fama de justo de que gozaba don Gonzalo.
La codicia había transformado en fieras a aquel puñado de hombres. Se sentían burlados, y para descuajarle la verdad sobre el tesoro de Tisquesusa, sometieron a Sagipa al tormento más cruel que pudieron imaginar: Le colocaron herraduras calientes en las plantas de los pies. Pero el caudillo muisca no musitó nada más que burlas.. hasta que murió en medio de dolores terribles llevándose su secreto a la tumba. Lebrija y Sanmartín, dos testigos del crimen, dicen en una carta enviada al rey para justificar la bellaquería, que “(Sagipa) como era indio, gran señor y delicado, con poco trabajo que pasó murió en la prisión..”
Un poco frustradas sus ansias de más riquezas, los ciento sesenta y seis sobrevivientes se repartieron el millonario botín de la guerra que incluye oro en grandes cantidades, y mil ochocientas quince esmeraldas. No estaba nada mal, así que ya era hora de buscar un lugar apropiado para fundar un lugar que sirva de campamento a los españoles, un lugar donde se pueda reiniciar la búsqueda de El Dorado.
Con tal fin, Quesada despacha dos comisiones para que exploren el terreno y busquen el sitio más adecuado. Bien pronto encuentran un caserío llamado Teusaquillo, el mismo sitio donde Tisquesusa tuvo su sueño de sangre. El lugar estaba bien provisto de agua, leña y buenas tierras, y quedaba al lado de la quebrada de San Bruno, cerca de la actual Carrera 2ª con calle 13; a Quesada le parece un sitio estratégico para defenderse de los indígenas que pudieran rebelarse.
Según la tradición, que no ha podido comprobarse, el 6 de agosto de 1538 el sacerdote Fray Domingo de las Casas ofició la primera misa y se re-bautizó el reino de los muiscas con el pomposo nombre de Nuevo Reino de Granada. El caserío fue también bautizado como Santa Fe de Bacatá. Sin embargo, contrario a lo que podría suponerse, no existe un acta de fundación de la ciudad. Todo parece indicar que Quesada, aunque letrado, no sabía nada de fundaciones, y que fue Belalcázar, experto en la materia, quien lo asesoró para la fundación definitiva, ocurrida el 27 de abril de 1539, día en el cual se nombraron alcaldes y regidores, se delimitaron algunas calles y se señaló la plaza mayor, exactamente en el sitio que hoy ocupa la Plaza de Bolívar.
El primero en llegar a la Sabana de Bogotá después de Quesada, fue Nicolás de Federmann. Él y sus hombres venían de los Llanos y vestían con pieles de animales. El alemán pertenecía a la compañía Welser, que tenía la concesión de Carlos V para colonizar el Nuevo Mundo. Los hombres de Quesada vestían mantas indígenas y no tenían autorización para fundar ciudades. La batalla entre los dos parecía inevitable. Pero mientras armaban las tropas para pelearse el derecho a colonizar, se presentó Sebastián de Belalcázar a exigir los mismos derechos. Éste último venía de tierras ricas, magníficamente ataviado, y también estaba dispuesto a pelear por las tierras de los muiscas.
Felizmente, el asunto fue resuelto por el abogado Quesada: Que decidiera el propio rey. Los tres conquistadores marcharían a España para que su majestad dirimiera la cuestión.
Después de la partida de Quesada, Federmann y Belalcázar, quedaron en Santa Fe alrededor de unos cien hombres que se dividieron 25 manzanas alrededor de la plaza mayor. Según el primer registro oficial que se tiene del Cabildo de Santa Fe, al mando de la ciudad quedó eñl hermano de don Gonzalo, Hernán Pérez de Quesada, quien hizo la repartición de predios con el único criterio de asignar encomiendas y tierras a diestra y siniestra, sin tener un claro concepto de lo que debería ser un centro urbano.
Pasa el tiempo… Es el año de 1567. La Real Audiencia está funcionando desde 1550 y la ciudad de Santa Fe ha sido erigida como sede arzobispal. Gonzalo Jiménez de Quesada ya está viejo, no puede ni subirse a su caballo pero quiere seguir peleando contra los indios rebeldes. No quiere asumir que las aventuras ya han terminado para él. Se asoma por la ventana de su casa, ubicada en el hoy Parque Santander, y ve que los nuevos pobladores de la ciudad viven una existencia feliz. La mayoría de las casas aún son de paja a pesar de que la Audiencia ha amenazado con tumbarlas y ha ordenado que las viviendas deben construirse con buenos materiales. Pero, aun así, los bogotanos se sienten contentos, libres. No en vano huyeron de esa Europa que ya nada podía ofrecerles, y habían encontrado todo un mundo nuevo, solo para ellos. Allá no eran nada; aquí son los amos.
Don Gonzalo mira otra vez hacia el centro de la plaza y ve a unos niños españoles lanzándole piedras y burlándose de un indio esclavo que carga agua para su amo. Los muchachos ni se imaginan que ese pobre infeliz es descendiente de monarcas indígenas, sobreviviente de la epidemia de viruela de 1558 en la que murieron más de diez mil indios. Pero eso ya es historia, piensa don Gonzalo mientras saluda con la mano al presidente Andrés Díaz Venero de Leyva. Es a sus hombres y todos los que vengan después a quienes les corresponderá el derecho de poblar Santa Fe.
Don Gonzalo sale de su casa y pasa frente a la rústica Ermita donde se ofreció la primera misa; quiere dar su cotidiano paseo hasta la
Plazas Mayor, así que tiene que cruzar el río Vicachá (San Francisco) por el Puente San Miguel, donde hoy es la Carrera 7ª con Avenida Jiménez, y llega hasta la Plaza Mayor (hoy Plaza de Bolívar) que, a pesar de ser oficialmente ‘bautizada’ como el ‘centro de la ciudad’, no tiene la importancia que quieren darle. Al contrario, parece ser que la Plaza de las Yerbas (hoy Parque Santander) tiene una especial preeminencia ya que allí, además del fundador, vive lo más selecto de la sociedad de entonces, y funcionan las órdenes de San Francisco y Santo Domingo.
Después de comprobar que no se ha empezado a reconstruir la Catedral, que se cayó hace dos años, don Gonzalo regresa a su casa para seguir escribiendo. Lleva mucho tiempo en eso.. hasta que entiende por fin lo que le había estado velado: él no es un militar, es un soñador, un caballero andante, atípico. No por nada, siglos después, Germán Arciniegas reseña lo que comentó don Manuel Ballesteros Gaibrois, uno de los descubridores de “El Antojovio”: “Jiménez de Quesada se convierte en andante caballero de una ultrajada dama, quijotismo puro, varios años anterior a Cervantes”.
Así que, con sus últimos alientos, junto a don Antón de Castro y varios más, todos igual de dementes, salen delirando en busca de El Dorado. La muerte lo sorprende en Mariquita en 1579. Estaba enfermo de lepra y pobre.
La noticia no varió mucho la vida de los habitantes de Santa Fe. Los niños seguían jugando el río San Francisco mientras el Cabildo de la ciudad se daba cuenta del error garrafal de Quesada. No había delimitado los bienes de la ciudad y debería haberlo hecho el día de la primera o la segunda fundación.
Las mejores tierras ya habían sido repartidas y la capital tenía pocos ingresos. Con razón las finanzas de Santa Fe iban tan mal. No había plata para empedrar las calles, era urgente ampliar el acueducto y ni qué decir de la recolección de basuras.
El fundador había muerto y la joven ciudad estaba en quiebra.
(Continuará…..)
Ver Parte 1: https://www.periodismosinfronteras.org/tierra-buena-tierra-buena.html
@ricardopuentesm
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