EL MITO DEL DESVÍO DE LAS FARC DEL BUEN CAMINO
Las FARC siempre proclamaron que el fin justifica los medios, que la supresión de cientos, miles o incluso millones de vidas humanas puede ser justificada si ello conduce al socialismo. Esa es la moral leninista
El mito del desvío de las FARC del buen camino
Por Carlos Romero Sánchez y Eduardo Mackenzie
20 de noviembre de 2012
Con frecuencia, algunos voceros de la izquierda afirman que las FARC, al dedicarse al narcotráfico, al secuestro y la extorsión, dejaron de ser unos “rebeldes con causa” y “abandonaron” sus “principios ideológicos” y sus “ideales políticos”. Esa misma frase es empleada a veces por columnistas, académicos y religiosos. Unos agregan que las FARC han “traicionado” al marxismo y las tácticas revolucionarias. Incluso y muy lamentablemente, ciertos líderes uribistas exhiben esa misma creencia.
El 16 de diciembre de 2010, el diario caleño El País publicó las declaraciones del ex presidente Álvaro Uribe durante una visita a Buenos Aires. El ex mandatario aseveró que las FARC cambiaron su “ideología marxista” para convertirse “en mercenarios en busca de los recursos del narcotráfico”.
Salud Hernández-Mora, en su columna de El Tiempo, decía en días pasados: “Es innegable que las FARC tuvieron principios ideológicos en sus inicios, como lo es que los abandonaron por el camino para reencarnarse en una vulgar banda de delincuentes. Las Farc son una Bacrim más, con la diferencia de que no pagan salario a los niños de diez, doce, trece años que están reclutando por manadas y cuyos comandantes ejecutan cuando cometen infracciones ‘graves’ (robarse una panela). Extorsionan, contratan sicarios, se asesinan entre ellos en sus vendettas, son un poderoso cartel con conexiones en otros países, se apropian de fincas y las entregan a testaferros, los jefes violan a jovencitas, corrompen autoridades y cuentan con políticos afectos”.
La Nación, de Neiva, divulgó el 7 de enero de 2012 unas declaraciones de Monseñor Rubén Salazar, presidente de la Conferencia Episcopal. El prelado manifestó que las FARC dejaron “de ser una guerrilla que tenía ideales políticos y se convirtieron en una banda terrorista, debieron haber permanecido en su estatus y las cosas hubieran sido diferentes. Desafortunadamente se dejaron contagiar de la criminalidad”.
Cristina de la Torre afirmó, el 5 de marzo del 2012, en El Espectador, que el narcotráfico es un “negocio que absorbió a las Farc y las trocó de rebeldes con causa en organización plagada de malhechores. Por contera, la perversidad incalificable del secuestro. En las tres fases bélicas que marcan la historia de esta guerrilla (la violencia liberal-conservadora, la guerra contrainsurgente y la del narcotráfico) esta última trastorna su natural político. Y deposita en la contraparte el desafío de conjurarla apostando a la despenalización de la droga”.
El caso más avanzado de amnesia y revisionismo lo presenta Carlos Ossa Escobar quien, en una entrevista a El Espectador, el
4 de noviembre de 2012, estimó que durante el gobierno de Virgilio Barco Vargas (1986-1990),“alcanzamos a pensar en un proyecto de colonización dirigida en la zona de La Macarena con los posibles desmovilizados. Eran 400 mil hectáreas. Nos reunimos con la cartografía del lugar e incluso se llevaron asesores del Agustín Codazzi para hacer el levantamiento topográfico. (…) Ahora, fíjese que en esa época las Farc no volaban puentes ni atentaban contra ambulancias, no secuestraban funcionarios ni asesinaban a niños”.
Esos curiosos puntos de vista descansan sobre una falsa representación: que las FARC tuvieron un día unos “principios ideológicos” que fueron “abandonados” después cuando se metieron al narcotráfico y al secuestro. Algunos tratan de hacer creer que esos “principios ideológicos” eran legítimos y que gracias a ellos hubo una época feliz en que las FARC no cometían crímenes.
Sin embargo, los adictos a esa impostura son incapaces de dar una fecha, ni aproximada ni exacta, de cuándo las FARC rompieron con sus “principios ideológicos” tan buenos y cayeron en la negatividad, en el crimen, en la mentira, en el narcotráfico.
Esa confusión viene de lejos. Varios años atrás, Francisco Mosquera, el fallecido fundador del grupo maoísta MOIR, en su libro Resistencia Civil, afirmó que “en Colombia la guerrilla (…) terminó permitiéndose la licencia inexcusable de recurrir al secuestro y al boleteo como lo han confesado sus propios comandantes”. En ese libro dijo: “Algo comparable sucede con los procedimientos criminosos como el secuestro, elevado por el fundador del M-19 a la categoría de método proletario de combate, que desacreditan la causa revolucionaria y frenan el ascenso popular. Lo irrefutable de todo este largo periodo de confusión, del cual todavía restan liberales que ven en la sombra de Bateman al más gran de ideólogo de la revolución, es que el MOIR se ha opuesto solo y resueltamente a dichas desviaciones”. Pese a haber dicho eso, Mosquera hace en ese mismo texto la apología de un jefe de Estado genocida y totalitario al llamar a Joseph Stalin “jefe formidable” y el director del primer Estado socialista que “llegó a despegar, aquella edad madura y brillante de la revolución bochevique”. Mosquera incluso recomienda al “proletario colombiano” la lectura de los discursos de Stalin y, tilda de payaso aKhrushchev porque “renegó” del marxismo y porque “desfiguró” la memoria de Stalin. Mosquera exigió siempre que se “educara a las masas” en la “comprensión de los menesteres de la lucha de clases”.
El enfoque es absurdo. Es como si alguien dijera: estoy contra el antisemitismo y la destrucción de los judíos y acto seguido exigiera que “las masas” sean educadas “en la comprensión de los menesteres del nacionalsocialismo”.
Las FARC nunca tuvieron unos “principios ideológicos” decentes, ni fueron unos “rebeldes” con una causa “aceptable”. Las FARC concibieron, desde el principio, que la violencia, y todo tipo de crímenes y mentiras, eran instrumentos fundamentales para imponerse sobre los demás. Desde el comienzo fueron una vulgar banda de delincuentes.
Las FARC siempre proclamaron que el fin justifica los medios, que la supresión de cientos, miles o incluso millones de vidas humanas puede ser justificada si ello conduce al socialismo. Esa es la moral leninista, la que desembocó en la matanza de decenas de millones de personas en la URSS y en el bloque comunista. Las FARC no han dejado de ser leninistas. Esa moral les abrió precisamente las puertas para que, desde el comienzo, se lanzaran al fango de todos los crímenes imaginables, desde el asalto a un grupo de soldados, hasta la matanza de civiles, el asesinato de niños, el éxodo de miles de personas, la extorsión y el tráfico internacional de drogas.
Pues el marxismo nunca impidió que el delito común fuera puesto al servicio de la meta política. Por el contrario: justificó esa convergencia.
Cristina de la Torre pretende, sin embargo, que dos de las tres “fases bélicas” que ella atribuye a las FARC, es decir “la violencia liberal-conservadora” y la “guerra contrainsurgente”, serían fases “políticas” (es decir legítimas) y que la tercera, “la del narcotráfico”, sería ilegítima.
Es decir, que hasta abril de 1984, cuando estalla el escándalo de “Tranquilandia”, un enorme laboratorio de droga del Cartel de Medellín que estaba siendo protegido por las FARC, éstas habrían actuado correctamente, “políticamente”. En su sexta conferencia, de mayo de 1982, las FARC, en efecto, escribieron en un documento que los guerrilleros debían recaudar un gramaje –impuesto por gramo– de 80 pesos sobre el gramo de cocaína refinada en las zonas donde ellos tenían presencia. En esa reunión, las FARC adoptaron la táctica de concentrar sus acciones “sobre los grandes capos, apoderarse de las mercancías o exigir fuertes sumas, velando para que el movimiento no aparezca como implicado en eso”.
Entonces, desde 1982, según Cristina de la Torre, las FARC se habrían “llenado de malhechores”. Pues antes eran unos “combatientes políticos honestos”. Ese análisis es ridículo.
Cuando el embrión de las FARC participada y atizaba la lucha fratricida entre liberales y conservadores, ya en esa época ese embrión, orientado por Moscú, quemaba pueblitos, asaltaba fincas, se apoderaba de tierras, secuestraba y asesinaba civiles, sobre todo campesinos indefensos, reclutaba bandoleros y atacaba a la fuerza pública. Durante la fase ulterior, que Cristina de la Torre llama “contrainsurgente”, ese embrión actuaba y guiaba, discretamente, a los bandoleros más sangrientos del país, como ‘Sangrenegra’, ‘Desquite’, etc.
Las FARC en formación, aun antes de su aparición bajo esa sigla, y después, robaron, perpetraron masacres, quemaron caseríos, extorsionaron, secuestraron y asesinaron civiles, alcaldes, políticos de todo tipo, empresarios, ganaderos, obreros, mujeres, sindicalistas, indígenas, estudiantes, y emboscaron patrullas del Ejército y de la Policía e impusieron el terror en varios departamentos. Nunca hubo unas FARC que lucharan por la justicia social, ni por la reforma agraria, ni en defensa de los campesinos. Ese mito no tiene asidero. Las víctimas de las FARC de esa época no pueden ser arrojadas al olvido.
El cuento de que las FARC “abandonaron” sus “ideales políticos” hace parte de un esfuerzo de propaganda que busca legitimar la creación de esa maquinaria de muerte. Tratan de hacer creer que ese acto político fundador (ni siquiera decidido por colombianos) fue un acto “justo” que tenía “raíces sociales”. Nada de eso es cierto. Las FARC no fueron la emanación de ningún movimiento agrario. Tratan por eso mismo de lograr que la operación Marquetalia sea vista por todos, por la derecha y la izquierda, como un “error” de Guillermo León Valencia, el presidente que logró salvar al país de una buena parte de los grupos “bandoleros”. Es lo mismo que tratan de hacer hoy con la política de seguridad democrática del ex presidente Álvaro Uribe: que sea vista como otro “error”, como un “crimen”.
Con motivo del llamado “proceso de paz” en Oslo y La Habana, esa falsa leyenda vuelve a tomar fuerza. No por casualidad, Luciano Marín Arango, alias ‘Iván Márquez’, en su perorata de Oslo, insistió en ese punto y escandalizó al país cuando dijo que el Estado colombiano había “atacado” a humildes campesinos en Marquetalia, que las FARC son “inocentes”, que ellas no son una fuerza agresora sino que son las “víctimas” del gobierno.
Esa impostura no puede ser consolidada si antes no se logra amordazar la prensa y mutilar y deformar la historia reciente del país. Un ejemplo de lo que se hace hoy en ese sentido tiene que ver con el papel del Partido Comunista de Colombia en la fundación, orientación y desarrollo de las FARC. Se busca ocultar todo eso. Para regocijo del PCC, esa amnesia se ha ido instalando poco a poco en la opinión, de suerte que algunos estiman que las FARC son una cosa y el PCC es otra. Algunos, llegan a admitir, como gran cosa, que entre esas dos organizaciones hay sólo un punto ideológico común: el marxismo.
Ese partido fue el que entró en contacto con los “bandoleros” más sangrientos de los años 50 y 60 y el que logró ganar a sus filas a algunos de ellos, precisamente a los peores, para darle la forma final a su aparato armado ofensivo que más tarde, en 1964, llamará FARC. Así, los más sanguinarios “bandoleros” llegaron a estar bajo la tutela del PCC. Se trata de criminales como ‘Sangrenegra’, ‘Desquite’, ‘Tarzán, ‘Chispas’, ‘Pedro Brincos’, ‘Capitán Ceniza’, ‘Capitán Tolima’, ‘Capitán Veneno’, ‘Capitán Richard’, ‘Calzones’, ‘El Mosco’ y, por supuesto, Pedro Antonio Marín Marín, alias ‘Tirofijo’, entre otros. El periodo más intenso de ese “trabajo” ocurrió entre los años 1960-1964. ‘Pedro Brincos’ también tuvo contactos con el FUAR y con el MOEC.
José William Ángel Aranguren, alias ‘Desquite’, era miembro del PCC. Pedro Antonio Marín era miembro del PCC desde 1952 y diez años después fue elegido miembro del comité central del PCC. Su antiguo jefe, y connotado asesino, Jacobo Prías Alape, o Fermín Charry, alias ‘Charronegro’, fue elegido miembro del comité central del PCC en 1958. Durante esos años, ‘Tirofijo’ utilizó el secuestro, la extorsión y toda clase de crímenes para escapar a la justicia y construir su bastión en la “república independiente de Marquetalia”. De igual manera hizo su jefe “Charronegro”. Todos ellos contaron con la colaboración de la gran delincuencia del momento, de los “bandoleros” que algunos tratan de presentar ahora como bandidos “sin partido” y sin ambiciones políticas.
En esa época (y en los años que siguieron) los comunistas practicaron el terrorismo urbano. Las autoridades, la clase política y la prensa liberal y conservadores de la época llamaban a esos actos terrorismo. Atentados como el estallido sucesivo de 19 bombas en una sola noche en Bogotá, y la serie de estallidos simultáneos de bombas en Barranquilla, Cali, Santa Marta fueron muy frecuentes en esos años. Ahora han sido olvidadas. Otras facciones marxistas radicalizadas, como el MOEC y el FUAR, también practicaron el terrorismo.
La banda M-19, una emanación de las FARC y la ANAPO, se presentó al público con un acto delincuencial: el robo de la espada de Bolívar de la Quinta de Bolívar en Bogotá, el 17 de enero de 1974. En 1975 secuestró al empresario norteamericano y gerente de almacenes Sears Donald Cooper; en 1976 secuestró, torturó y asesinó al presidente de la CTC, férreo anticomunista, José Raquel Mercado. En 1977, secuestró al gerente de Indupalma, Hugo Ferreira Neira. En 1978 secuestró, torturó y asesinó en cautiverio a Nicolás Soto Escobar, gerente de la Texas Petroleum. El 19 de enero de 1981, secuestró y asesinó al norteamericano Chester Allan Bitterman.
Desde su fundación, el M-19 cometió actos criminales –aquí enumeramos unos pocos pues es larga la lista-. En junio de 1988,
secuestró al líder conservador Álvaro Gómez Hurtado, después de asesinar a su escolta. ¿El M-19 se “desvió” de sus objetivos “políticos” al incurrir en esos delitos? El acto más bárbaro y cruel que cometió el M-19 fue el asalto al Palacio de Justicia, el 6 de noviembre de 1985. Hizo eso en combinación con una potencia del narcotráfico: el cartel de Medellín. Los tratos con Pablo Escobar venían desde inicios de los años 80. En su libro Razones de vida, Vera Grave narra cómo ese capo prestaba sus haciendas para dar refugio a los militantes del M-19. Cuenta cómo en esas fincas hubo hospitales improvisados para atender a los heridos del M-19. ¿El M-19 se “desvió” de sus objetivos políticos por tener tratos con Pablo Escobar? ¿Se “desvió” de sus “ideales políticos” al asaltar el Palacio de Justicia? ¿Se “desvió” de su aventura “política” cuando su “batallón América” asesinaba campesinos en el Valle del Cauca?
Los politólogos y los periodistas deberían volver sobre ese periodo y admitir la realidad de los hechos y reconsiderar ese punto de vista tan errado. El secuestro, la extorsión, las masacres, el terrorismo no son crímenes “recientes” de las FARC. Esa organización, y sus grupos satélites, siempre utilizaron esos métodos y les dieron el epíteto erróneo y desinformador de “formas de lucha”.
No, las FARC no se han “desviado” ni han “abandonado” su ideología inicial. Esta es la misma de hoy y es la misma que los lleva a hacer lo que hacen. Las atrocidades de hoy recuerdan tristemente las atrocidades de ayer. La única diferencia es, quizás, de orden cuantitativo, pero no cualitativo. Admitir la verdad histórica podría ser decisivo para quienes irán a La Habana en nombre del gobierno. Allí deberían tratar de dialogar con los jefes de las FARC sobre una base real y no sobre una plataforma de amnesia y de paisajes ficticios.
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