EL TRAJE DEL EMPERADOR Y EL ORTO DEL CAMARADA
El traje del emperador y el orto del camarada
Ahí es cuando el camarada, tahúr de la traición, se bajará los calzones en una mockusiana provocación y les enseñará su comunista orto a quienes se rindieron crédulos, para, acto seguido, alzarse con el botín y huir con su disfuncional familia rumbo a cualquier país de Europa donde acepten rufianes marxistas millonarios
Por Ricardo Puentes Melo
Septiembre 6 de 2016
Olvido imperdonable el del camarada fue aquel cuando, luciendo sus mocasines, camisa y pantalón comprados directamente en la elitista, famosa y para nada obrera calle Savile Row (you know), no completó su ajuar con un pañal a su medida dejando en evidencia la vergüenza, no de un mal de próstata, como sí de un desbordado esnifar de padre y señor mío, solo comparable al que demostraba su vice en el famoso video que cualquiera puede consultar por la red. “Al carajo”, dijo el camarada en medio de su alucine, y dio ese célebre discurso del que nadie recuerda una frase, como sí sus pantalones mojados.
A los bartolinos de primer año que teníamos como texto de lectura las fábulas de Esopo y los cuentos de Hans Christian Andersen se nos viene a la cabeza uno de éste último: “El traje nuevo del emperador”.
Al igual que el del cuento, nuestro camarada emperador vive en una ciudad “alegre y bulliciosa” y está rodeado de truhanes. Pero la diferencia del cuento con nuestra triste realidad, es que el traje nuevo del emperador no se lo están vendiendo al camarada, sino que éste y su corte de ladinos se lo imponen a Colombia.
El proceso de paz es ese “traje nuevo del emperador”. Dicen los bandidos que quienes no vean las bondades del proceso es porque son realmente estúpidos, no aptos para ejercer cargos ni tener contratos con el Estado.
“Con este proceso -dice el camarada- podremos ver quiénes son los que aman la paz y quiénes adoran la guerra”. Igual que el traje del emperador de Andersen.
Los taimados de nuestra realidad -igual que los del cuento- se han dedicado en La Habana durante años a tejer este inexistente traje, embolsándose raudales de dinero del erario mientras el pueblo crédulo, que no ve más allá de sus narices, alaba la existencia de ese ropaje de la paz aunque nada se esté tejiendo en ese telar. Todos los colombianos saben de ese milagroso vestido de la paz y la mayoría, sin verlo, aseguran que pueden apreciar las bondades magnificas del mismo y que no pueden entender la imbecilidad de quienes dicen que nada hay más que un truco.
Los fulleros de los medios preguntan a diario a los escépticos cómo es posible esa falta de fe, esa atrevida ignorancia, esa ansia de sangre y guerra, logrando que cada día se sumen más adictos que, sin ver nada, afirman que ya ocurrió el milagro de la claridad en sus recelosas entendederas.
La oposición dice que está ya empezando a ver el vestido, y que es muy bonito. Pero que quedará mucho mejor si se urde con los hilos constituyentes de una impunidad a medias. El prodigio ocurre luego de visitas encubiertas a los telares del camarada y los bandidos, donde se acuerda el remojo en la sabiduría repentina que se origina en el soborno.
Cuando llegó el tiempo de mostrar ante el pueblo el traje inexistente de un acuerdo de paz, el camarada exclamó ante los embaucadores directores de medios:
-¿No es digno de admiración?- dijo al pueblo.
Y la mayoría crédula de los colombianos responde, sin ver nada: “Oh, sí… ¡es admirable, portentoso…! ¡Por fin ha llegado la paz!”, mientras, con un gesto de esperanza aplauden mirando hacia el inexistente telar de la paz donde no hay absolutamente nada más que un acuerdo de pícaros que fingen trabajar día y noche en algo que no existe.
Cuando llegue el desfile de la entrega final del acuerdo de una invisible paz, cuando toda Colombia camine desnuda, timada por los bandidos de La Habana y la Casa de Nariño, cuando se den cuenta que les pasó lo mismo que en Venezuela, Brasil, Argentina y Cuba, donde los mismos tejedores marxistas vendieron el timo, será demasiado tarde.
Igual que los personajes de Andersen, cuando llegue ese día, los colombianos crédulos, desfilando empelotos, sin ningún vistoso y costoso traje de la paz, se erguirán altivos pensando: “¡Qué carajo! Hay que aguantar hasta el final, así no tengamos ni para limpiarnos el trasero.”
Y cuando los psicópatas marxistas empiecen a descabezar a quienes los ayudaron a engañar al pueblo, ya sea por maldad o por estupidez, los colombianos crédulos seguirán marchando en bola, con la ONU, la OEA y la Unión Europea que, cual ayudantes de cámara, sostendrán la inexistente cola del también inexistente vestido de la paz.
Para ese momento, cuando la purga asesina de los bandidos y su Corte de la paz hayan degollado a quienes siempre gritaron que no había ningún vestido de la paz, solo entonces los colombianos crédulos se darán cuenta de que cayeron bajo el embrujo utópico de algo que no existe.
Ahí es cuando el camarada, tahúr de la traición, se bajará los calzones en una mockusiana provocación y les enseñará su comunista orto a quienes se rindieron crédulos, para, acto seguido, alzarse con el botín y huir con su disfuncional familia rumbo a cualquier país de Europa donde acepten rufianes marxistas que, al igual que las concubinas y los hijos bastardos de los narcoterroristas, viven como reyes mientras sus pueblos mueren de hambre.
Quienes huyan de la guillotina castrista tendrán la opción de buscar asilo o terminar tragados, como el gran Rivera, por la vorágine bestial de la manigua que baña el Orinoco colombiano.
Ese será el destino de nuestro crédulo país si siguen apoyando la vagabundería. Ya verán.
@ricardopuentesm
ricardopuentes@periodismosinfronteras.com
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