ESPERANDO A GODOT EN DAMASCO
Se bombardearon poblaciones civiles indefensas, los opositores políticos fueron torturados y asesinados, se han empleado armas químicas, se violaron todos los derechos humanos y se vulneraron todas las normas del derecho humanitario internacional
Esperando a Godot en Damasco
Por Ricardo Angoso
Agosto 30 de 2013
En 1993, en plena contienda civil en Bosnia y Herzegovina, Susan Sontag estrenó la obra de Esperando a Godot, de Samuel Beckett, en Sarajevo. La autora norteamericana, ya fallecida lamentablemente, intentaba llamar la atención de la comunidad internacional acerca de los trágicos acontecimientos que se sucedían en este país balcánico. Pero no consiguió nada, el mundo prefirió mirar para otro lado y la guerra siguió curso hasta que dos años después, tras un sinfín de interminables matanzas, la OTAN decidió liderar una intervención militar que puso fin a la tragedia bosnia y abrió un proceso de paz, cuyos principales frutos fueron los Acuerdos de Dayton y el reparto territorial del país en cuotas étnicas. Un desastre, en fin, pero siempre mejor que una guerra.
Veinte años después la historia se repite en Siria. A la inutilidad manifiesta de las Naciones Unidas, cuyos ineptos burócratas siempre ponen cara de pánfilo a la hora de enfrentar una matanza, se le viene ahora a unir el descarado y manifiesto apoyo de Rusia y el silencio cómplice de China. Estados Unidos, mientras tanto, vive en la zozobra y maneja un perfil político-diplomático muy bajo, quizá por los consabidos naufragios en Irak y Afganistán. Tan sólo los republicanos parecen presionar en favor de una intervención militar contra el régimen del autócrata de Damasco, Bashar al-Assad. ¿Serán capaces de cambiar la desastrosa política exterior de Barack Obama con respecto a Oriente Medio?
Tampoco las diplomacias de Francia y el Reino Unido parecen muy animadas a embarcarse en una intervención militar contra Siria y, como suele ocurrir en estas crisis, es más que seguro que sin la participación norteamericana vayan a ir más allá de la retórica. Una salida del conflicto, que ya ha costado más de 100.000 muertos, tendría que pasar por una resolución del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas avalando la intervención y legitimándola en la línea de la 1973, que respaldó las acciones militares a cargo de una coalición multinacional en Libia hace dos años.
El régimen sirio, fortalecido y apoyado por Rusia. Ahora, sin embargo, la situación es mucho más complicada. El régimen sirio se ha hecho fuerte en estos dos años, controla la mayor parte del país, tiene apoyos del exterior y seguramente una resolución de las Naciones Unidas contra Siria sería vetada por Rusia. E intervenir al margen de las Naciones Unidas, tal como se ha sugerido en algunas ocasiones desde París y Londres, tendría muchos riesgos y provocaría una crisis diplomática con Moscú de impredecibles resultados, quizá hasta el comienzo de una versión renovada de la Guerra Fría. Un riesgo demasiado alto para un mundo tan inestable y plagado de nuevos retos y amenazas.
Por otra parte, la difícil coyuntura económica que atraviesa Europa, cuya principal consecuencia política es la parálisis de la Unión Europea (UE), cada vez con un protagonismo más disminuido, tampoco contribuye a generar un consenso acerca de una probable/previsible intervención en Siria. Los gobiernos más golpeados por la crisis, como España, Grecia, Italia y Portugal, están más atentos de la evolución de sus economías y de cómo aminorar los efectos de la crisis, como el desempleo, que en examinar la difícil coyuntura que atraviesa el mundo árabe. Lógico, las opiniones públicas de estos países no están para bromas y mucho menos para andar pensando en costosas intervenciones militares. Hablando en castellano castizo, el horno no está para bollos.
Así las cosas, seguramente si viviera Sontag intentaría estrenar Esperando a Godot en Damasco, lanzando un aldabonazo sobre nuestras adormecidas conciencias acerca del dramático momento que vive Siria. Pero, al igual que en la guerra de Bosnia, el silencio sería lo único que encontraría. Nadie parece dispuesto a intervenir en la guerra siria, a poner coto a los brutales ataques del ejército de al-Assad contra su pueblo.
En esta guerra se pasaron todas las rayas rojas. Se bombardearon poblaciones civiles indefensas, los opositores políticos fueron torturados y asesinados, se han empleado armas químicas, se violaron todos los derechos humanos, se emplearon medios militares de forma desproporcionada en la ocupación de territorio y ciudades y se vulneraron todas las normas del derecho humanitario internacional. Hasta un equipo de las Naciones Unidas, enviado para supervisar e investigar un ataque de supuestas armas químicas, fue atacado por francotiradores aunque no se produjeron víctimas. ¿Alguien da más?
Luego está la crisis humanitaria, el drama de millones de sirios que quieren salir de esa ergástula en que se ha convertido su país y el de los que
ya han atravesado las fronteras y están hacinados en los campos de refugiados de Líbano, Turquía, Jordania e incluso Irak. Según ha informado recientemente el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), habrá en unos pocos días o semanas más de dos millones de refugiados sirios, una bomba de relojería que puede desbordar a los países afectados y que incluso puede generar conflictos, como ya está ocurriendo en el Líbano.
Entonces, ¿cuál puede ser la evolución del conflicto? Sin descartar que un agravamiento de la crisis puede llevar a un cambio en la política occidental, pero sobre todo en los Estados Unidos, Francia y el Reino Unido, el escenario más cercano es que la carnicería siria siga su curso sin que nadie haga nada de nada. Siria así se vendría a unir a la larga lista de conflictos en los que la comunidad internacional asistió como mero espectador, en la línea de las matanzas de Ruanda, Bosnia y Kosovo. Mientras tanto, seguimos esperando a Godot en Damasco, aunque ya sin muchas esperanzas.
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