“HAY QUE PASAR A LA ACCIÓN” SOLICITUD AL CENTRO DEMOCRÁTICO
Nunca se ha abordado en el CD la discusión sobre las formas que debe adoptar la resistencia ciudadana contra Santos, es decir el combate político decidido y de masas contra los objetivos de la camarilla gobernante
Colombia: ampliar la resistencia contra los planes Farc-Santos
La protesta ciudadana contra las vías de hecho que viene utilizando Juan Manuel Santos para imponer un nuevo régimen político y una nueva Constitución favorable a las Farc no ha sido respaldada en forma clara y oportuna por el Centro Democrático. El CD sigue creyendo que estamos “al borde del abismo institucional”. En realidad, ya estamos en el fondo del abismo.
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29 de diciembre de 2016
De aquí hasta mayo de 2018, el Centro Democrático, principal partido de oposición al régimen de Santos, no puede cometer errores ni ser débil. Lo que está en juego en estos momentos no es sólo una elección presidencial dentro de 17 meses.
Tenemos un desafío mucho más grande y fundamental en este periodo: el de saber si a corto plazo nuestro país puede salir del atasco institucional, político, moral y de seguridad en que el gobierno de Santos lo ha metido. Es saber si a corto plazo la paz y la seguridad pueden ser restablecidas sin que las Farc se apoderen de los resortes institucionales y políticos más vitales.
Desde luego es importante saber si el próximo presidente estará en capacidad de sacar a Colombia de la crisis y restaurar los valores e instituciones que fueron derribados en los últimos ocho años. Pero ese no es el único reto.
Tenemos que obrar rápidamente, de manera organizada, disciplinada y ofensiva, para frenar la entrega del país a fuerzas comunistas y para hacer los cambios que permitan garantizar que en mayo de 2018 haya elecciones libres. Pues eso no está garantizado. Por el contrario, esa perspectiva está clausurada.
La gangrena antidemocrática está en pleno desarrollo y enormes serán los obstáculos para que haya elecciones libres en 2018. Tendremos que hacerle frente a una coalición de fuerzas minoritarias subversivas que dispondrán de las palancas del Estado y a un nuevo sistema electoral, basado en el voto electrónico, diseñado, como en Venezuela, para impedir la pureza del sufragio y permitirle a los usurpadores atornillarse en el poder.
Colombia necesita un nuevo presidente y un nuevo Congreso de la República, que sea capaz de proteger, junto con un nuevo poder judicial, nuestro país de la conjura internacional que pretende sacarnos de la esfera del mundo libre para convertirnos en una colonia de la Cuba castrista. Luego de haber agotado la economía petrolera venezolana, ésta no ve otra salida que saquear los recursos agrícolas, petroleros, industriales, intelectuales y humanos de Colombia para sostener artificialmente su modelo deshumanizado y totalitario. La paz de Santos fue confeccionada para llevarnos a eso.
El presidente Santos ha avanzado sin obstáculos en esa dirección. Él ha sacado partido de la movilización moderada y esporádica de la ciudadanía y de la débil oposición parlamentaria durante el largo periodo que va desde las “negociación de la paz” en Cuba hasta hoy. Hubo desde el comienzo de ese proceso una óptica excesivamente legalista y electoral de la oposición y tal actitud terminó por imponerse, a pesar de que cada paso que daban Santos y las Farc confirmaba que el sistema jurídico estaba siendo desmontado y que el CD estaba siendo el blanco de ataques subversivos violentos y explícitos del poder central.
Lo que ahora se sabe sobre el saboteo en regla del CD (y no sólo la “infiltración” de hackers como algunos creen) durante la pasada elección presidencial, en la que el candidato Oscar Iván Zuluaga fue sacado de juego mediante una falsa acusación y la intimidación judicial contra sus asesores, muestra la audacia y profesionalidad de los aparatos subversivos al servicio de Santos. Contra esa operación sediciosa, el CD solo hizo protestas verbales y no impulsó siquiera una verdadera investigación, ni propia, ni parlamentaria, ni judicial, hasta hoy. Lo mismo ha sucedido ante el sangriento atentado sufrido por un alto dirigente del CD, el ex ministro Fernando Londoño Hoyos, el 15 de mayo de en 2012, del cual él salió gravemente herido. La investigación oficial fue archivada y la opinión sigue sin saber quién o quiénes fueron los autores intelectuales de tal crimen.
Desde luego, la oposición, y sobre todo el CD, han jugado un papel valioso y hasta decisivo en otros aspectos de la lucha contra los planes entreguistas de Santos. El triunfo espectacular del NO al plan de paz con las Farc arreglado en Cuba, en el plebiscito del 2 de octubre de 2016, es el punto más alto de ese proceso de resistencia popular lanzado en buena hora por el CD contra las ambiciones de las Farc. También hay que recordar que la oposición uribista ha jugado un papel insuperable en cuando a la denuncia de los planes de Santos, en la producción de información fidedigna, y de análisis acertados, acerca de lo que hace de manera opaca y oculta el tándem Santos-Farc.
Gracias a tales esfuerzos no ha faltado ni diagnóstico ni claridad sobre los alcances objetivos reales de los planes Santos-Farc.
Sin embargo, falta algo decisivo. La movilización popular no ha estado a la altura de las rupturas que está viviendo la democracia colombiana. Nunca se ha abordado en el CD la discusión sobre las formas que debe adoptar la resistencia ciudadana contra Santos, es decir el combate político decidido y de masas contra los objetivos de la camarilla gobernante. La protesta ciudadana y popular contra las vías de hecho que viene utilizando Santos para imponer un nuevo régimen político y una nueva Constitución favorable a las Farc no ha sido respaldada en forma clara y oportuna por el Centro Democrático. El CD sigue creyendo que estamos “al borde del abismo institucional”. En realidad, ya estamos en el fondo del abismo.
Algunas marchas y protestas callejeras, siempre bien acogidas por la ciudadanía, contra las Farc y sus aliados, han sido iniciativas de activistas de oposición y apoyadas a última hora por miembros del CD. El CD y sus aliados están en mora de organizar manifestaciones de protesta masiva del carácter de la del 4 de febrero de 2008. Ese día, varios millones de personas marcharon en 45 ciudades colombianas y en 125 ciudades de América Latina, Estados Unidos, Europa y Asia, bajo la consigna de “¡No más Farc!” y “¡Liberen a los rehenes!”. Eso abrió la vía al rescate espectacular, por parte del Ejército y de la Policía colombiana, el 2 de julio siguiente, en el Guaviare, de los 15 rehenes “políticos” que estaban en poder de las Farc. Ese rescate, donde no fue disparado un solo tiro, fue una derrota significativa de las Farc y un golpe a su moral de combate.
Desde luego, el contexto era otro (el presidente era Álvaro Uribe), pero hoy más que nunca la acción política de la oposición debe estar acompañada de ese tipo de protestas.
El CD parece ignorar que en España sólo las movilizaciones masivas, pacíficas pero militantes y frecuentes, de la ciudadanía, impidieron que ETA hiciera de sus crímenes una palanca de crecimiento. Esa movilización de masas llevó a la derrota política y repliegue de esa banda terrorista.
Ante cada medida del tándem Santos-Farc el país debe apelar a ese mismo método, a movilizaciones de protesta, incluyendo la ocupación pacífica de plazas, calles, palacios y oficinas, de manera reiterada, para bloquear los planes subversivos y llamar la atención del mundo entero. Ante cada destrucción de la democracia la oposición debe utilizar también el arma de la huelga general activa y del llamado al apoyo de todos los demócratas del mundo.
Hay, sin embargo, corrientes dentro del CD que no quieren saber que la lucha actual exige mayor radicalidad y amplitud en la acción política. No quieren tener siquiera una política flexible de alianzas con otros sectores sociales y políticos que permita realizar acciones puntuales conjuntas de manera ágil y con objetivos precisos. Algunos de ellos pretenden limitar la lucha política contra los planes Santos-Farc a la sola denuncia parlamentaria, a la esgrima verbal en la blogsfera y mediante mensajes twitts, y a la preparación de las elecciones de 2018. En un artículo reciente, alguien del CD escribía: “La campaña política de 2018 arranca ya mismo. Cerraremos filas en torno a la defensa de la democracia. Será en las urnas donde nos volveremos a ver las caras, a ver si son tan caraduras de volver a hacer otro fraude”.
Claro que los adversarios volverán a hacer otro fraude, de frente a nuestras caras, si el CD no toma iniciativas en la acción para imponer físicamente, intelectualmente, políticamente, una nueva relación de fuerzas con los aparatos subversivos que están en el poder.
Otro activista decía esto en un correo a miembros del CD: “El Centro Democrático no debe botar corriente llamando a referendos, resistencias civiles, recolecciones de firmas y demás actos inanes que solo conseguirán el cansancio y la saturación de la audiencia.” Es obvio que esa persona invita a la pasividad y ve como “actos inanes” los esfuerzos que lograron convencer a los electores que rechazaran, en 2 de octubre, el falso acuerdo de paz con las Farc.
Los que estiman que basta con dar la “batalla ideológica” hasta la elección presidencial de 2018 parecen ignorar que la tenaza Farc-Santos, ya instalada, tratará de destruir, mucho antes de esa fecha, toda oposición con los métodos más salvajes e ilegales: expulsará del país, meterá en la cárcel, calumniará, desmoralizará y hasta liquidará físicamente a los opositores más importantes. Y las vías de hecho pasarán a ser el principal instrumento de gobierno. No ven que los servicios de espionaje cubanos y venezolanos trabajan en Colombia, como si estuvieran en terreno conquistado, y operan con las Farc y el entreguista Santos, para mejor controlarlos. Como tales operaciones ocurren en la franja opaca de la acción secreta e invisible algunos creen que eso no existe.
Pues la palabra “paz” alienó los espíritus. Como ocurrió en el pasado. La amnistía al M-19 desarmó esa organización criminal pero una fracción secreta infiltró la justicia y la convirtió en instrumento de venganza contra los militares. La paz con las Farc tiene por mira algo mil veces peor: subvertir todo el aparato de Estado, para imponer por la fuerza el socialismo fariano.
Las Fuerzas Armadas de la República han sido neutralizadas y paralizadas. Ellas tienen como “finalidad fundamental la defensa de la soberanía, la independencia, la integridad del territorio nacional y del orden constitucional” (artículo 217 de la Constitución nacional). Es como si alguien hubiera abolido ese precepto constitucional. Nunca antes el pueblo colombiano había estado tan desamparado. Nunca la soledad del país había sido tan grande.
¿Cómo hacerle frente a las operaciones organizadas desde el mismo centro del Estado? ¿Cómo hará el CD para proteger a sus dirigentes, a sus activistas y a sus bases de las actividades depredadoras del nuevo Farc-Estado? Sin una respuesta acertada a eso, los enemigos de Colombia reanudarán sus ataques aleves contra el uribismo, el pastranismo y los demás opositores, y volverán a montar su aparato de fraude electoral. Así, el CD, el pastranismo, etc, seguirán apareciendo no como lo que son, la fracción mayoritaria de la opinión nacional, sino como grupos minoritarios en el Parlamento y en la sociedad. Con tales técnicas probadas en Venezuela, el chavismo ha podido sobrevivir hasta hoy a pesar de la miseria y del caos social que vive ese país petrolero.
Quienes hablan de oposición moderada parecen no saber que Santos acabó con el Congreso utilizando el grupo de magistrados de la Corte Constitucional que aprobó la impostura del fast track y, sobre todo, que expropió brutalmente a los colombianos de su derecho de pronunciarse en las urnas acerca de un plan de cambio institucional del país que afectará la vida de los 48 millones de habitantes de la República.
Parecen ignorar que Santos, utilizando esa misma fracción irresponsable de la CC, dejó sin piso al mismo poder judicial, y se auto otorgó poderes especiales que le permitirán hacer y deshacer en el país por decreto y sin rendirle cuentas a nadie, como un dictador. En otras palabras, Santos está a punto de completar el montaje de un sistema de partido único dándose aires, al mismo tiempo, en el extranjero, de mandatario liberal. Así, Santos tendrá manos libres para ejecutar (“implementar”) los acuerdos con Timochenko y para ir más allá, pues lo pactado con las Farc, en realidad, va más allá de lo que dice el documento de 310 páginas que ha sido convertido en guía permanente de gobierno.
¿En ese contexto creen los amigos del CD que Santos los dejará preparar tranquilamente las lecciones de 2018?
Ante tal realidad, se esfuma la posibilidad de que en 2018 sea elegido un nuevo gobierno que restaure lo que han destruido los Santos-Farc. Forjar ilusiones de un cambio de gobierno en 2018 sólo sirve para desmovilizar a los colombianos, es decir, para ayudar, de hecho, a lo que algunos llaman la dictadura constitucional.
“Señores perdimos la patria”, exclamó el ex ministro Fernando Londoño el 5 de diciembre, luego de la refrendación del acuerdo Santos-Farc por el Congreso, tras ser rechazado por el plebiscito.
Seis días después, el ex presidente Uribe denunció el “fast track, sin el plebiscito que el gobierno perdió y después eludió, todo en beneficio del terrorismo, con anulación de debates y de procedimientos democráticos, como en nombre de la paz lo han hecho las dictaduras”.
A su turno, el expresidente Andrés Pastrana afirmó que tal refrendación era “un golpe de Estado”. El 14 de diciembre, al rechazar el acto de la Corte Constitucional de legitimar el fast track, el ex procurador general Alejandro Ordóñez declaró que tal decisión había sido “política, no jurídica”, que el ordenamiento jurídico quedaba ahora “en manos del gobierno y de las Farc” y que en consecuencia “la Constitución de 1991 ha muerto”.
Ellos tienen toda la razón. ¿Pero son frases en el viento? Si son posiciones realmente asumidas ello constituye una base común para erigir un frente de rechazo al gobierno Santos capaz de realizar una vasta acción política contra los planes Santos-Timochenko. ¿Qué pasos se están dando para constituir ese frente?
La llamada “implementación de los acuerdos” de Santos con las Farc no conocerá el menor obstáculo si el país no se levanta masivamente contra esos planes. Proponer seguir en el mismo modelo de oposición, sin contar con la movilización popular efectiva, es incurrir en un cálculo suicida.
Las manifestaciones, la huelga, los plantones, la ocupación de plazas, universidades, carreteras, son formas de movilizaciones sociales legítimas y necesarias. Hay una dinámica incipiente, un anhelo espontáneo de ir hacia la construcción de grandes manifestaciones en las ciudades, de grandes marchas, con objetivos claros contra el statu quo. Como la exitosa del 2 de abril pasado en la que miles de colombianos gritaron “¡Que Santos se vaya!” y la de este 29 de octubre en defensa del sistema democrático. Pero falta un impulso, una voluntad política, una línea clara y ofensiva del centro político.
Sin esa voluntad política Santos avanza sin obstáculos.
No le hemos prestado atención a lo que pasó en Brasil, cuando la oposición, respaldada por enormes manifestaciones, lograron la destitución del gobierno chavista de la señora Rousseff, que parecía estable. No le hemos prestado atención a las lecciones políticas que se desprenden de la destitución de Manuel Zelaya, en Honduras, otro líder chavista disfrazado de demócrata, en junio de 2009. Hemos olvidado esa lección porque el gobierno de Barack Obama, y el castro-chavismo, condenaron esa destitución legal.
No hemos puesto atención a cómo el pueblo de Corea del Sur logró, en estos días, con inmensas demostraciones pacíficas de fuerza, la destitución de una presidente por problemas de corrupción de su colaboradora más inmediata.
La derrota de los planes totalitarios de las Farc no la lograremos con la sola fuerza de la discusión parlamentaria.
Hay que pasar a la acción directa pacífica. Hay que quitarle la careta a Santos, y mostrar ante el mundo tanto la represión violenta que ejerce contra la oposición como sus operaciones para destruir el Estado de Derecho en Colombia. Nadie debe olvidar que la represión puede ser mucho más brutal y descarada en el período que viene, una vez cerrado el capítulo del premio Nobel, que ponía a Santos bajo la mirada de la opinión internacional. La represión que se viene será más dura pues la implementación de los planes de las Farc, es decir la puesta en pie del “gobierno de transición”, y del cogobierno que exigió Timochenko en el teatro Colón, abrirá una fase muy dolorosa para el país, el cual verá a sus victimarios protegidos, mandando y humillando a sus víctimas.
Para quebrar la colonización marxista del país no queda sino la lucha masiva e irrevocable de la ciudadanía en las calles, el combate político en todos los escenarios posibles, la lucha contra la desinformación, la duplicación de los esfuerzos de agitación y de propagada y de alerta internacional y el logro de compromisos militantes con los partidos de centro y de derecha de Estados Unidos, América Latina y Europa.
Es cierto que Santos logró llegar a un acuerdo con las Farc, pero no unió al país, ni obtuvo la paz. Una cosa es un acuerdo de paz y otra es un acuerdo con las Farc. Ningún acuerdo con las Farc será de paz pues la paz no es posible sobre la base programática de las Farc. Ésta, aunque prometa las mil maravillas, busca la destrucción de la democracia y de la economía de mercado, es decir la miseria social y la opresión violenta del país. Contra esa perspectiva solo hay una respuesta: la resistencia civil masiva hasta la derrota de los totalitarios.
* Lía Fowler
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