HOMENAJES ANTIPEDAGÓGICOS
El M 19 no pasa de ser un episodio opaco en la historia de nuestro mezquino siglo XX. Si permanece en la memoria es por una cadena de crímenes abominables y grotescos que culminaron con la barrabasada del Palacio de Justicia
HOMENAJES ANTIPEDAGÓGICOS
Por Eduardo Escobar
Hasta marzo estará abierta en el Museo Nacional de Colombia la exposición dedicada a la memoria de Carlos Pizarro, que cubrirá así casi un semestre. Confieso que no alcanzo a comprender el criterio del museo para sus programaciones. Ni qué importancia tiene a estas alturas la experiencia vital de Pizarro, fuera de comprobar otra vez el viejo aserto que dice que el que a hierro mata a hierro muere.
Visto hoy, el M 19 no pasa de ser un episodio opaco en la historia de nuestro mezquino siglo XX. Si permanece en la memoria es por una cadena de crímenes abominables y grotescos que culminaron con la barrabasada del Palacio de Justicia. Todo comenzó con unos inocentes rasgos de ingenio, como la campaña de prensa que anunció su fundación. Y siguió con el robo de la espada de Simón Bolívar, tan significativo. Pues el mal ejemplo de Bolívar se prolonga sobre la historia de Colombia con una impertinencia y una constancia que duelen.
El síndrome de los redentores llenó este bendito mundo de miedos y dolores desde siempre. En el proceso civilizador, la humanidad a lo sumo consiguió sublimar la degollina de Troya en la guillotina, la horca incruenta, y la inyección higiénica de las cárceles norteamericanas. Y puso las ciencias y la retórica al servicio del animal de presa arcaico.
La sustracción de las armas del ejército en Bogotá por el Eme en un trabajo admirable hecho con la curia y la malicia de las ratas le dio un aire de sainete al movimiento y atrajo a muchos incautos a sus enredos ideológicos. Pero adquirió un cariz perverso con el asesinato de José Raquel Mercado después de un juicio irrisorio, y con el sacrificio de la señora Lara, y el desprecio por la vida expresado en el modo como arrojaron sus cadáveres en los andenes. Por no hablar de esos agujeros inicuos que llamaban alegremente “cárceles del pueblo”. Envileciendo la causa del pueblo.
Hubo algunos personajes interesantes en el Eme y hasta inteligentes, como Toledo Plata. Y pintorescos como Bateman, con su aguaje caribe y el afro y sus declaraciones de un marxismo light de su invención. Ahora se presume que con la figura de Pizarro, el tumbalocas de la pandilla, puede hacerse una pedagogía de la paz. Pero es obvio que hacer la paz después de emprender la guerra es apenas el último deber de la locura homicida. De los comandantes de los barcos de necios de las violencias redentoras.
La sociedad humana sigue rindiendo honores a los amos de la guerra. Al fin y al cabo, el héroe cultural de Occidente es Caín. Pero ya debería cortar con la tradición heroica una comunidad que viaja a las estrellas y poco a poco descifra los misterios del genoma. Es absurdo echar un vistazo a una enciclopedia cualquiera: por 100 asesinos cebados cargados de medallas hay un médico, un artista, un inventor. Y en las plazas de las ciudades que cantan y se precian de razonables prosperan los soldados en altos pedestales recortados contra el horizonte avergonzando la vida. El mundo sería distinto si las ciudades glorificaran a sus santos y sus sabios. La guerra debe ser desnudada de sus doradas justificaciones. Ya la sicología moderna demostró que detrás de los que pretenden redimir por la fuerza a sus semejantes hay siempre un vanidoso incorregible o con alguna deformación del carácter adquirida en una infancia desamparada. Desde el principio, las conquistas de la violencia agravaron los sufrimientos del vivir y envenenaron los mejores programas para la salud social. El Museo en esa lógica le queda debiendo el torvo homenaje del instinto de muerte a Pablo Escobar, a ‘Sangrenegra’ y a un montón de locos disfrazados de profetas. Porque la lista de profetas airados aquí es larga, desde el Tirano Aguirre y Sucre y Bolívar que ha servido para consagrar tantos desafueros.
Diciembre 15 de 2010
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