¿SANTOS NOS CREE PENDEJOS?
El ministro Villegas, Humberto de la Calle y hasta el mismo presidente Juan Manuel Santos, se hicieron los pendejos y le dijeron al país que no sabían nada de nada y que iban a halarle las orejas a Timochenko y a Márquez por esa “pilatuna”
¿Santos nos cree pendejos?
El ministro Villegas, Humberto de la Calle y hasta el mismo presidente Juan Manuel Santos, se hicieron los pendejos y le dijeron al país que no sabían nada de nada y que iban a halarle las orejas a Timochenko y a Márquez por esa “pilatuna”
Por Ricardo Puentes Melo
Febrero 19 de 2016
Lo que sucedió el 18 de febrero pasado no fue solo la incursión armada de los terroristas de las FARC en una población civil desarmada, sino el acompañamiento -también armado- de miembros de la Guardia Civil Bolivariana y del Ejército de ese país. Ese día, bandidos de ese grupo de asesinos, armados hasta los dientes, entraron al Corregimiento de El Conejo en Fonseca, Guajira para hacer proselitismo a punta de fusiles y granadas. Y los acompañaban varios hombres con uniformes y vehículos oficiales de las Fuerzas Armadas de Venezuela.
Dentro de los planes del comunismo castrista, lo hemos dicho en estas páginas varias veces, está el de dividir a Colombia en cinco regiones geopolíticas, una de las cuales incluye la península de la Guajira, territorio apetecido por su posición geoestratégica y sus riquísimos yacimientos minerales. El acuerdo entre Juan Manuel Santos, Hugo Chávez y los Castro fue, además de entregar el mar territorial a Nicaragua, poner a disposición del castrocomunismo, como primer paso, la región del Catatumbo y la península de la Guajira.
Es posible que a muchos les suene extraño esto, igual que les sonaba extraño cuando advertimos sobre las conversaciones de Santos con el ELN y las FARC, y cuando anunciamos que este gobierno entregaría gustoso las aguas nacionales a Nicaragua.
Las mentiras de Juan Manuel Santos y sus ministros ya nadie las cree. Dicen que ellos no sabían nada, pero dieron las órdenes de despejar la Serranía del Perijá. La Policía Nacional fue instruida para quedarse quieta, igual que el grupo de caballería Rondón. El comandante de la Décima Brigada, en Valledupar, ordenó a su tropa retirarse a los cuarteles y no hacer ningún movimiento para atacar la despreciable comitiva de terroristas y venezolanos que llegaron a amedrentar a los humildes lugareños, quienes no tuvieron otra opción que salir a aplaudir a los sicarios y tomarse fotos sonriendo, como si fuera un gran acontecimiento lo que acaecía.
Y en realidad lo fue. Mientras por un lado llegaban tropas narcoterroristas desde Venezuela, escoltados por las Fuerzas Armadas de ese país en vehículos con placas de Carabobo, Venezuela, por el otro lado aterrizaban aeronaves de la Cruz Roja Internacional cargando a Rodrigo Granda, Iván Márquez, Joaquín Gómez y Jesús Santrich, los cabecillas narcos más peligrosos y más buscados por la Interpol, quienes descendieron cual reinas de belleza, saludando y mandando besos a todos los que fueron obligados a salir a recibir la criminal comparsa.
No es la primera vez que la Cruz Roja se alía con los bandidos para sus fechorías. Ni será la última. Para este organismo parece ser más importante ayudar a entronizar a los narcotraficantes en el poder, que cumplir su sagrada misión, para la cual fue creada.
La llegada de los delincuentes estaba preparada. Y el despeje por parte del Ejército de Colombia también. Fue una jugarreta parecida a del sainete que montaron el gobierno y las FARC para hacerle creer al país que el General Rubén Darío Alzate había sido secuestrado por esa banda, cuando la realidad fue otra, tan evidente, que el General acudió a una zona roja (catalogada como de alta peligrosidad) sin más escoltas que su bella asistente, sus chancletas, su pantaloneta, una provisión de preservativos y una loción para espantar mosquitos
El descaro de la cúpula militar, bajo la maléfica conducción del General Mejía, alias “el mono Mejía”, no tiene perdón. Ese “cambio de doctrina militar” que viene preparando desde que recibió las instrucciones habaneras, ha herido mortalmente a nuestro glorioso Ejército. Mientras ordena no disparar contra los enemigos de la patria, entregándolos como carne de cañón, como bultos de basura para que los sanguinarios terroristas los destrocen, se deshace en abrazos húmedos con los homicidas de soldados.
Según nuestra fuente en ese corregimiento, hubo también en este asalto armado a El Conejo, además de venezolanos y miembros de la Cruz Roja, delegados del gobierno de Noruega, país garante de que estos diálogos se adelanten sin violaciones a los supuestos acuerdos entre las partes. ¿Es que el proselitismo armado, el asalto a un pueblo pacífico, no es un hecho violatorio de lo que precisamente el gobierno de Noruega debería vigilar?
Mientras, en el Putumayo otro grupo de bandidos hacían los mismo. Y también bajo la orden de Santos al Ejército de despejar territorio mientras los criminales hacían su proselitismo a favor de una Asamblea Nacional Constituyente.
Lo sucedido en El Conejo, Guajira, y en Putumayo, vino después de la otra invasión narcoterrorista a El Carmen de Chucurí, donde una delegación de ladrones y asesinos narcotraficantes del ELN llegó en una comitiva oficial liderada por los congresistas Iván Cepeda y Ángela Robledo para intimidar a los habitantes con la excusa de estar haciendo una “peregrinación de amor” para “levantar una estatua a la paz”, cuando no era otra cosa que una agresión de los mismos bandidos que llenaron de sangre y terror ese pueblo durante más de 25 años.
El ministro Villegas, Humberto de la Calle y hasta el mismo presidente Juan Manuel Santos, se hicieron los pendejos y le dijeron al país que no sabían nada de nada y que iban a halarle las orejas a Timochenko y a Márquez por esa “pilatuna”. Por supuesto, no dijeron nada de pedir explicaciones al gobierno de Noruega, que los acompañó, ni al gobierno de Venezuela, cuyas Fuerzas Armadas violaron nuestra soberanía al entrar armados y a la fuerza para asaltar el Corregimiento de El Conejo en compañía de las FARC. Y también se guardó de anunciar protestas contra la Cruz Roja Internacional por servir de choferes y chaperones a los matones.
Nada de eso. Juan Manuel Santos se hizo el pendejo creyendo que nosotros somos pendejos. Nos están destrozando la patria y lo estamos permitiendo; y nuestros congresistas ven como gran hazaña hacer alharaca por las redes sociales para luego salir huyendo de los debates en el Congreso, sin votar, hacia el aeropuerto y tomar vuelos para ir a asolearse las nalgas en sus regiones, o visitar las mozas para prometerles puestos y avales. Uribe está solo y los contadísimos congresistas honestos no forman parte de su círculo más cercano.
Tal vez Santos tenga razón. La realidad trágica nos muestra que sí, somos unos grandísimos pendejos.
@ricardopuentesm
ricardopuentes@periodismosinfronteras.com
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