HISTORIA DEL SOCIALISMO XIII -Situación hasta a finales del Siglo XIX

En esta historia patria reinventada y escrita por los jesuitas, hombres antieclesiales como Tomás Cipriano de Mosquera y otros fueron satanizados y catalogados como enemigos del progreso y la moral

HISTORIA DEL SOCIALISMO XIII

SITUACIÓN A FINALES DEL SIGLO XIX

 

Por Ricardo Puentes Melo

El poder espiritual del Papa lleva, como dependiente, el más amplio poder temporal, y jurisdicción sobre los príncipes y sobre todos los fieles de la Iglesia; de manera que, si el fin de la vida eterna lo requiere, puede el Papa deponer a los reyes, y privarles de su reino; suprimir sus leyes y edictos, no solo con censuras, sino obligándoles con penas exteriores y a fuerza de armas, sirviéndose al efecto de otros príncipes sometidos a su autoridad; pues para esto, Soberano Pontífice resume en su persona el supremo poder temporal y espiritual.

Lo anterior lo escribió el jesuita Molina y, según esta doctrina católica sustentada con frenesí por la Orden de Loyola, el Papa es Rey de reyes y Señor de Señores, así que tiene el derecho “legítimo” de deponerlos o –si es el caso- quitarles la vida. Por supuesto, los jesuitas no reconocen en el Papa autoridad suficiente para deponer a su propio General de la Compañía de Jesús; de resto, este “Pontífice Máximo” puede hacer lo que quiera en el mundo. Y la verdad es que lo ha hecho.

 

Juicio del papa Bonifacio VI al cadáver de su antecesor, el papa Formoso.. Una aberración que la Iglesia Católica no podrá esconder

Ya hemos visto que, durante la Colonia, la Iglesia fue la institución más poderosa después de la Corona y, en algunos episodios, incluso más influyente que ésta. En América Latina, la Santa Sede tenía el control de la imprenta, diseñaba los programas educativos y también los ejecutaba. Además, filtraba el acceso a las profesiones.  Siendo la única institución que controlaba el sistema educativo, la todopoderosa iglesia Católica decidía quién era competente para desempeñar cargos públicos, puestos que –cuando no había laicos aptos, ocupaban los mismos clérigos. No solo controlaba todo respecto a leyes y moralidad pública, sino que también fiscalizaba estos asuntos en cada hogar privado.

Debido a que se apropió de la educación y el control en casi todo aspecto de la vida pública y privada en nuestras naciones, su poder en las zonas rurales era exageradamente irrebatible. Tenía dominio total sobre los indígenas y los mestizos incluso en zonas apartadas e inaccesibles del país, razón por la cual la iglesia fue pocas veces retada. Quienes osaron cuestionarla, indefectiblemente terminaron mal. Pocos se salvaron de su influjo, como los negros, quienes no cayeron bajo el dominio de los misioneros españoles ya que estos preferían el clima de las montañas al de las insalubres y calurosas selvas donde habitaban muchos negros y no pocas comunidades indígenas. La única oportunidad que tenían de catequizarlos era cuando eran llevados a las cabeceras municipales. Sin embargo, no bien regresaban a sus plantaciones y minas, los negros disfrazaban a sus dioses ancestrales bajo nombres de los dioses hispanos del catolicismo.

 

Educación católica.. ¿apostolado o adoctrinamiento...?

Con el tiempo, la ideología protestante y la masonería se introdujeron en las colonias españolas en América haciendo que la Iglesia Católica sufriera algunos golpes asestados a su totalitarismo ideológico y económico. Aunque muchos “liberales” católicos que leían material proveniente de Estados Unidos y Europa, solamente buscaban una separación entre Iglesia y Estado argumentando que el influjo de la iglesia Católica había sumido a toda América hispana en la pobreza, el atraso y el analfabetismo, el clero –como respuesta-  selló con el mote de “satánicos” a todos aquellos que se hacían llamar liberales. Por supuesto, los jesuitas, maestros durante siglos de las infiltraciones, hicieron mucho más que eso: Colocaron sus propios hombres en las filas liberales con el fin de que acaudillaran las huestes al regreso de la obediencia hacia clero. Un ejemplo de esto fue el mismo Rafael Núñez quien, una vez conseguido su objetivo de destruir la Constitución liberal de Rionegro, y de implantar la ultracatólica de 1886, dejó su disfraz de liberal y se declaró públicamente lo que siempre había sido en secreto: conservador proeclesial.

Al igual que en el resto de América Latina, en Colombia el protestantismo no hizo mayor mella, limitándose a órbitas muy pequeñas de comerciantes y diplomáticos extranjeros, muchos de los cuales sólo permanecían algún tiempo en los cargos en los países asignados. Fue muy poco lo que los protestantes pudieron hacer en nuestras naciones para provocar a las personas a reclamar sus libertades individuales.  La sumisión al clero y el temor supersticioso hacia los jerarcas católicos a quienes consideraban –aún lo hacen- vicarios y subvicarios de Cristo, (según el rango), no permitieron que la libertad enseñada en el evangelio tuviera mayor eco en los dominios del Papa.

Por otro lado, poco antes de 1870, Pío IX y el Concilio Vaticano Primero (1870) lanzaron una ofensiva violenta para

Pio IX

reafianzar el poder de la iglesia en sus colonias. Los jesuitas, duchos en Derecho canónico que mezclaron hábilmente con el argumento teológico y con la filosofía aristócrata, lograron ingresar de nuevo a Colombia y trabajaron fuertemente hasta conseguir -mediante la Constitución de 1886- la preponderancia de la Iglesia Católica sobre los asuntos del Estado, con la subsecuente firma del Concordato entre Colombia y la Santa Sede. Para apaciguar los ánimos caldeados de la posguerra y darles a sus fieles el consuelo necesario, revivieron –casi al mismo tiempo que en Roma- el culto al Sagrado Corazón, a la Virgen María y la doctrina de la Inmaculada Concepción, y los caballeros del Santo Sepulcro. Al mismo tiempo, lanzaron una campaña de evangelización poderosa, bautizando niños y casando parejas que vivían en “concubinato”, enviando obispos visitantes a las parroquias, y construyendo en cada municipio una iglesia. Por supuesto, con dineros del Estado y de los fieles.

Al mismo tiempo, su estrategia ideológica incluyó el re-escribir la historia para enseñarla en cada escuela y colegio donde ahora tenían pleno control y poder. Así, durante muchos años -incluso hasta ahora- se viene enseñando una historia falsa y mentirosa donde la Iglesia Católica figura como una institución que, desde el mismo comienzo del genocidio europeo sobre los nativos de América, se “opuso” a los excesos de los conquistadores; enseñan también que los misioneros lucharon al lado de los oprimidos, defendiéndolos y dando su vida por ellos. Basta tomar cualquier libro de historia –siempre escrita por la aristocracia conservadora y por los jerarcas católicos- para ver cómo saltan de sus páginas prohombres, sacerdotes, que enseñaron a indios y negros el camino a la salvación alejándolos del infierno de las ideas de libertad individual a las que tildaban de paganismo.

Y resulta que la verdad es exactamente lo contrario. La Iglesia Católica es la institución que más crímenes y genocidios ha cometido a lo largo de su nefasta historia. Desde el mismo día en que nació gracias a la sagacidad de Constantino El Grande, emperador romano, y quien jamás se convirtió al cristianismo. Constantino, junto a los pichones de jerarcas religiosos de la época, hombres codiciosos y corrompidos, fundaron la Iglesia Católica y se inventaron una historia hacia atrás, hasta remontarse a Pedro, el humilde pescador galileo a quien le levantaron estatua que vistieron con lujosos trajes que Pedro jamás soñó. Hoy en día, la enorme basílica de San Pedro en Roma, en realidad es un templo levantado a Zeus. Pero eso da para otro tema.

En esta historia patria reinventada y escrita por los jesuitas, hombres antieclesiales como Tomás Cipriano de Mosquera y otros fueron satanizados y catalogados como enemigos del progreso y la moral. En contraste, personajes autoritarios y sangrientos, como Simón Bolívar, un aristócrata que soñaba con convertirse en Rey, fueron endiosados y elevados a la categoría de mártires de la libertad perseguidos por los liberales “demoniacos”. Y eso lo han enseñado los jesuitas, amigos y patrocinadores de las dictaduras. Por algo, Samuel Moreno, actual alcalde de Bogotá y nieto de Rojas Pinilla, no tuvo reparos en afirmar que “las dictaduras son buenas”, ganándose furibundos aplausos de sus seguidores socialistas adoctrinados en las aulas de los curas.

Fue así como, controlando totalmente el órgano educativo, los jesuitas lograron que hasta los más radicales liberales no tuvieran más opción que matricular a sus hijos en los colegios regentados por sacerdotes, que eran los de mayor prestigio y los que filtraban el acceso a los poderes de la sociedad. Además, los liberales querían librarse del escarnio público de ser llamados “masones” o “hijos del diablo”. No había, pues, escapatoria, y los hijos de liberales fueron reeducados por los curas perpetuando así, generación tras generación, su control sobre la sociedad monástica que perdura hasta hoy.

Rafael Núñez, en contubernio con el arzobispo jesuita Telésforo Paul, fueron quienes llevaron al país a rendirse totalmente a los pies del Papa. Con la constitución de 1886, el concordato de 1887 y la Convención Adicional de 1892, la Iglesia salió más fortalecida que nunca. Era la curia, en cabeza del arzobispo,  la encargada de aprobar o vetar los textos escolares y los programas académicos de escuelas, colegios y universidades. Por medio de la Constitución el Estado quedó obligado a subsidiar con millonarias partidas presupuestales la labor “evangelizadora” de la Iglesia. Increíblemente, en las regiones rurales se le concedió a la Iglesia Católica el desempeñar funciones administrativas y judiciales. No es exagerado afirmar que la Iglesia controló totalmente el país. Para nuestra propia ruina.

 

Julio 18 de 2010

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