COLOMBIA A TIRO LIMPIO

“Colombie à balles réelles” es un reportaje intenso de 23 minutos que uno termina de ver con lágrimas en los ojos. Pues varios de los comandos antinarcóticos que Romeo Langlois interroga y filma desde la madrugada del 28 de abril pasado, van a morir horas más tarde ante su cámara, ante el espectador

Colombia a tiro limpio

Eduardo Mackenzie

Por Eduardo Mackenzie

19 de junio de 2012 

“Colombie à balles réelles” es un reportaje intenso de 23 minutos que uno termina de ver con lágrimas en los ojos. Pues varios de los comandos antinarcóticos que Romeo Langlois interroga y filma desde la madrugada del 28 de abril pasado, van a morir horas más tarde ante su cámara, ante el espectador.  Las imágenes de esos jóvenes que van al combate en silencio, con serenidad y orgullo, pues se saben al servicio de su país, genera una simpatía inmediata en el espectador normal. Verlos caer luego, es algo insoportable.

Langlois quería filmar una operación de rutina destinada a desmantelar varios laboratorios de procesamiento de pasta base de coca en Caquetá. Sus imágenes muestran a los comandos en la base militar de Larandia a las 5 de la mañana.  El capitán Gómez, ya en el helicóptero, explica al reportero el sentido de la operación. Aterrizan cerca de un caserío. Los soldados interrogan a tres civiles. Estos admiten que fabrican pasta para ganarse la vida. Los comandos destruyen el exiguo “laboratorio” y parten hacia un segundo destino. El helicóptero donde va Langlois con 15 hombres aterriza sobre una pequeña colina. Allí encuentran una vivienda rudimentaria habitada. De pronto, y casi que por sorpresa, los uniformados descubren que un destacamento de las Farc no está lejos, pues éste ha visto el desembarco y comienza a dispararles.

Eso impide la llegada de los otros 15 combatientes. El helicóptero dispara desde el aire sin “ablandar” a los guerrilleros. La balacera continúa y, en tierra, los militares piden apoyo. Un avión tipo gun ship, un lento DC3 de la segunda guerra mundial, llega tarde. Sobrevuela el lugar, dispara ráfagas contra los asaltantes pero los resultados de su acción son inciertos.  Los refuerzos que necesitan los comandos no aparecen. El segundo helicóptero no podrá aterrizar.

Piedad Córdoba también fue protagonista del show de la “liberación” de Langlois

Mientras tanto, el sargento Cortés trata de reagrupar a sus hombres. Durante el primer tiroteo la guerrilla había logrado dispersar a los comandos. Los irregulares, cruzan un camino, avanzan hacia el montículo desde donde  los soldados de Cortés responden con fusiles y con una ametralladora. Cuando descubren que los guerrilleros están a menos de 150 metros de allí, el sargento Cortés decide, o recibe la orden, de evacuar a Langlois.

El reportero y el militar avanzan entre matorrales pero no van lejos. Los guerrilleros siguen ocultos y nuevas ráfagas de

Piedad Córdoba y Langlois

metralla salen de varios puntos. Un soldado reporta que ya hay tres compañeros heridos. Contra el suelo, siguiendo las instrucciones y tratando de esquivar los tiros, Langlois sigue al lado del sargento Cortés. A las 12 y 45 del día, una bala hiere el antebrazo de Langlois. El informa de eso a Cortés, pero éste, minutos más tarde, y a pocos metros de él, cae mortalmente herido. La cámara de Langlois registra esos instantes trágicos.

Lo que ocurrió después no es captado por la cámara. En la rueda de prensa de anoche, en París, en el salón de la Scam, Langlois dijo que al ver muerto al sargento, apagó su cámara, extrajo el cassette con las imágenes, lo escondió en su “banana”, se quitó el casco y el chaleco anti balas y abandonó la posición, reptando, no corriendo, como algunos dijeron, hasta ser capturado por los guerrilleros.

No dijo qué pasó entre ese momento y el comienzo de su interrogatorio en el frente 15 de las Farc. Este lo trató “super bien”, dijo, pues verificaron que él era periodista. Langlois pidió que no lo ataran. Anotó que ellos descubrieron sin tardar el cassette y se lo decomisaron. Pero que más tarde lo recuperó pues habían visto que lo grabado allí mostraba nada menos que una victoria de las Farc sobre el Ejército. Langlois dice que sus captores le aseguraron que ese día ellos habían matado a 17 soldados, cuestión que él no pudo verificar. El Ejército dice por su parte que en ese enfrentamiento murieron cuatro militares.

El resto fue la repetición de lo que ya Langlois había dicho en Bogotá. El único punto nuevo lo tocó al final: para Langlois todo el mundo en Colombia vive de la droga: “los industriales, la burguesía, los militares, todos ganan con la droga”, subrayó.  Oirlo decir eso fue para mí como regresar 20 años atrás, cuando los “expertos” más ignorantes de París decían lo mismo. Después esa línea calumniadora y generalizante fue desechada por la gente más seria. ¿Langlois trata de volver a servir ese plato? ¿Por qué?

Langlois pasó 10 años en Colombia. El sabe lo que son y lo que hacen las Farc. Por eso me asombró la aridez, el tono frío, aséptico, neutral (¿o indiferente?) con el que narra la tragedia colombiana. El da la impresión de rechazar toda valoración moral de lo que vive Colombia. Es incapaz de aceptar dónde está el bien y donde está el mal en el inmenso drama. Guerrilleros y soldados son, para él,  actores de legitimidad comparable, si no idéntica. El dedica su filme al sargento Cortés, es cierto, pero en la rueda de prensa en París no se dignó decir una palabra en homenaje a ese militar valiente que posiblemente le salvó la vida al sacarlo del punto más álgido de la emboscada.

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