SEIS AÑOS DE INJUSTICIA
Al Coronel Plazas casi se le revienta el corazón cuando le llegan cartas de niños diciéndole que rezan todas las noches por él, o cuando le dan las gracias por lo que hizo por Colombia. Algunos le envían dibujos de la bandera o inclusive lo dibujan en una celda y le dicen que desean su libertad
Seis años de injusticia
Por Thania Vega
18 de junio de 2013
Hace ya un tiempo que no me sentaba a escribir. El mundo de la tecnología y su Twitter se han convertido en mi desfogue y mi terapia. Pero como en estos días se van a cumplir ya seis años de la injusta detención de mi esposo, el Coronel Alfonso Plazas Vega, he sentido de nuevo la necesidad de hacerlo y de plasmar sobre el papel algunas de las reflexiones, pensamientos y sentimientos que se acumulan en mi mente y en mi corazón. Quiero que ello quede como constancia de vida para mis hijos y nietos y para tantas otras personas que con su solidaridad y cariño, incluso algunas a través de redes sociales que es donde se publican mis escritos, se han convertido en parte de nuestras vidas.
En este repaso no quiero reflexionar sobre la parte negativa de esta etapa de nuestra vida sino buscar, por el contrario, lo positivo y constructivo.
He utilizado la palabra “hueco” para hablar de esta etapa de mi vida porque es allí donde a veces me siento. Sí, como cuando vas por un camino, por el camino de la vida. Mi vida, mi matrimonio y mi núcleo familiar constituían un camino hermoso, con los problemas cotidianos normales, con los anhelos, frustraciones y sueños propios de todos. Era una vida normal con los altos y bajos de cualquier familia, pero era un camino hermoso. De repente, y sin saber cómo, caes en un hueco obscuro y profundo.
Obscuro porque quienes se interesan en que estemos en ese hueco son gente muy turbia, muy oscura. Ellos han cometido toda clase de atropellos jurídicos para que Plazas Vega sea condenado por un delito que no cometió. Desde el principio del proceso se le privó de la libertad pues la Fiscalía General, en manos del Fiscal Iguarán, se deleitaba cada viernes privando de la libertad a personas que describía como “peligrosas para la sociedad”. En esa red de odios cayó Plazas Vega.
A pesar de que no se encontró prueba alguna en su contra y que se han caído todas las acusaciones de los falsos testigos, incluyendo un testimonio escandaloso producido mediante una firma falsa o, probablemente, mediante una suplantación de persona, trampa hecha con anuencia de una fiscal delegada ante la Corte Suprema de Justicia, crimen por el cual esa funcionaria ha sido denunciada, nada avanza hasta ahora.
A pesar de que la misma justicia que lo condena admite que no hay pruebas que de los once supuestos “desaparecidos” de los que fue acusado Plazas Vega estén desaparecidos, dos magistrados que hacen mayoría frente a un tercer magistrado que lo absuelve y salva su voto, deciden condenarlo a rajatabla, como sea, invocando que hay dos otros desaparecidos. Pero como tampoco hay pruebas de que Plazas Vega tenga algo que ver con ese otro asunto, invocan una teoría jurídica exótica, mal conocida y mal aplicada en Colombia. Tras esa mampara teórica ellos salen a decir que el Ejército de Colombia es “un aparato criminal” y que Plazas Vega, por ser parte del Ejército, es necesariamente culpable!
Esa monstruosa arbitrariedad, ese evidente complot, es lo que hace que nuestro caso sea un hueco oscuro con intereses siniestros, económicos y de venganza, que ha durado más de la cuenta.
Cuando miro hacia atrás se acumulan en mi mente muchas reflexiones. Aunque mi manera de sobrevivir a esta infamia consiste en no mirar sino hacia adelante, hoy he hecho un repaso rápido de lo vivido para sacar algunas conclusiones positivas. Estas son las que se convertirán en vitaminas para salir de este túnel, cuando ya de alguna manera empezamos a ver la luz. Porque, como dice el adagio popular, no hay mal que dure cien años. Y mucho menos cuando la justicia ha cometido tantas aberraciones de procedimiento.
Tengo plena fe en que en la rama judicial hay todavía magistrados rectos que representan el honor de la justicia. Ya nos lo demostró el magistrado Lara Acuña, del Tribunal Superior de Bogotá, cuando salvó su voto ante la infame condena. Esa fe es la que alimenta la esperanza de que en la última instancia en que estamos, la casación ante la Corte Suprema, brillará la verdad y se caerá este terrible andamiaje, no sólo para bien nuestro sino para bien de la imagen de la justicia colombiana.
He aquí mis reflexiones:
Es un hecho que no conocemos nuestra verdadera dimensión hasta que, atrapados en la adversidad, descubrimos hasta donde somos capaces de resistir. De eso nos sentimos orgullosos la familia Plazas Vega. La perversidad y la crueldad de nuestros enemigos pueden ser infinitas. Les quiero decir a los que urdieron ese complot, si eso los hace felices: la venganza contra el Coronel Plazas Vega le ha hecho mucho daño, a él y a su familia. Le han robado seis años de su vida, lo han privado de estar al lado de sus nietos. Esos momentos no volverán. Los que vengan serán otros. Sin embargo, lo han tenido preso durante seis años físicamente, pero su espíritu y su conciencia siempre han estado libres.
He comprobado también que el instinto más fuerte del ser humano es el de la supervivencia. No voy a negar que he tenido momentos tan aciagos y de tanto agotamiento que habría preferido morir. La injusticia es uno de los más grandes atropellos que puede vivir el ser humano. Pero el gran amor a mis hijos y a mi marido ha alimentado ese instinto que me obliga a levantarme y a restablecer mi salud, porque tengo que ser un pilar para ellos.
He confirmado cómo el sufrimiento nos encamina hacia la espiritualidad. El silencio nos ayuda a estar con Dios, lejos del ruido del mundo, de ese mundo superficial y baladí que cada día se apodera más de los seres humanos haciéndoles perder la noción de las verdaderas prioridades de la vida.
Sé que cada persona en este mundo está librando algún tipo de batalla con la vida. Aunque a los otros nos parezca pequeña, para cada uno es una gran batalla. Mi consejo para esas personas es que traten de aprovechar ese momento de lucha para desarrollar su dimensión espiritual, que busquen ese ser superior que hay dentro de cada uno de nosotros.
En ese “hueco” hemos conocido la verdadera solidaridad, uno de los sentimientos más lindos que puede experimentar el ser humano. Me cuesta describir ese sentimiento. Es casi sublime. Por ejemplo, cuando se te acerca alguien a quien no conoces y te manifiesta su solidaridad, su aprecio y su consideración por la terrible situación que estamos viviendo. Son personas que rechazan esa injusticia. Incluso algunos expresan su impotencia e indignación ante eso rompiendo en llanto.
Se me irían muchas páginas para hablar de la solidaridad y de los gestos y manifestaciones de amistad que vienen de toda clase de personas, desde lo más humildes y sencillos hasta los más encumbrados e instruidos, y de todas las edades. Al Coronel Plazas casi se le revienta el corazón cuando le llegan cartas de niños diciéndole que rezan todas las noches por él, o cuando le dan las gracias por lo que hizo por Colombia. Algunos le envían dibujos de la bandera o inclusive lo dibujan en una celda y le dicen que desean su libertad.
Otra faceta de la solidaridad la he encontrado en el Twitter. Gracias a esos famosos 140 caracteres he logrado compartir reflexiones y
pensamientos con personas que comprenden mi causa. He encontrado personas maravillosas que me apoyan y que incluso me cobijan con su protección cuando alguien equivocado y confundido, o de mala fe, trata de agredirme a través de ese medio.
Hemos aprendido a conocer la naturaleza humana en muchos aspectos que no habíamos palpado tan de cerca. Sabemos que hay seres humanos que cargan en su corazón resentimientos, complejos, envidias. Algunos se alimentan con el dolor ajeno. Hemos sabido que enfrentarnos a ellos nos hace valientes pues nuestro instrumento para enfrentarlos es la Verdad y porque tenemos la tranquilidad de que no tenemos que mentir porque no tenemos nada que ocultar.
Estas situaciones que hemos vivido han cambiado el rumbo de nuestra vida. Nos han llevado a descubrir que hay que obrar no sólo por nosotros sino también por las miles de familias que están padeciendo otras terribles infamias causadas por la mal llamada justicia, especialmente dentro de la gran familia militar. Pues los militares se han convertido en el objetivo central de una guerra jurídica. Por eso imploro a Dios su misericordia para que podamos salir pronto de ese “hueco” y podamos realizar el propósito que Dios tiene trazado para nosotros que seguramente implicará una gran tarea.
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