LA IZQUIERDA GANÓ LA POSGUERRA FRIA EN AMÉRICA LATINA
Caerá Colombia donde, de la mano de ese gran bobalicón que es el presidente Juan Manuel Santos, la izquierda más siniestra se hará con el gobierno. Ya verán, pronto veremos a las FARC sentadas en el Congreso de la República de Colombia y dictando cátedra democrática
De por qué la izquierda ganó la posguerra fría en América Latina
Por Ricardo Angoso
Octubre 11 de 2013
En el año 1989, derribado el Muro de Berlín por una multitud hastiada del “socialismo real”, los planes quinquenales, el hambre, la miseria consabida, el racionamiento y la disciplina carcelaria, comenzaba una nueva era para el mundo. El viejo comunismo, utopía totémica para los progres de salón y la izquierda totalitaria de medio mundo, pasaba a los libros de historia. Una nueva era comenzaba, se enterraban los viejos dogmas y el triunfo de la democracia liberal se asentaba sobre bases firmes y rotundas: la ira popular contra el viejo (y caduco) socialismo y el colapso del sistema. Los antiguos comunistas, pensábamos ingenuamente entonces, cambiarían.
Pero estábamos equivocados y, en lugar de surgir una revitalización ideológica por parte de los viejos dinosaurios de izquierda, se generó, como de la nada, la ideología bolivariana. Asistimos, perplejos, al regreso de los sandinistas y vimos, atónitos, como los antiguos terroristas se reconvertían en demócratas de toda la vida. Y, en definitiva, un sinfín de personajes y grupos sacados de un aquelarre castrocomunista aceptaban las reglas de juego democrático, como Hitler, para intentar llegar al poder a través de las urnas. La Habana asentía, pues sabía que la estrategia daría resultados y había que remozar la vieja nave estalinista. El horno ya no estaba para bollos. Pero el asunto no se quedó en mera retórica, nada de eso, sino que derivó en una estrategia izquierdista bien pergeñada y con unos objetivos bien claros; se trataba, en el caso de América Latina, del Foro de Sao Paulo.
El Foro de Sao Paulo nació como una suerte de corriente revolucionaria de la izquierda latinoamericana liderada por el Partido de los Trabajadores de Brasil, en 1990, y cuyo máximo líder era el más tarde presidente Luiz Ignácio Lula da Silva. Sintomáticamente, y no por casualidad, el Foro se constituía un año después de la caída del Muro de Berlín y constatado el fracaso del “socialismo real”, tanto en la extinta Unión Soviética como en la Europa del Este, enarbolando la bandera de la lucha contra el neoliberalismo, la solidaridad con la isla-prisión de Cuba y un discurso claramente “antiimperialista”, es decir, antinorteamericano.
Luego, al calor de las transiciones a la democracia en América Latina y la consolidación de este sistema político en todo el continente, la izquierda pasó a la acción, se adaptó a los nuevos tiempos, abandonó la violencia y abrazó la democracia burguesa -como hicieron los nazis en los tiempos de la República de Weimar- para allanar el camino para llegar al poder. La estrategia, bien aderezada con buenas dosis de marketing político y aprovechando la parálisis socialdemócrata y la franca decadencia de los partidos comunistas, tuvo éxito muy pronto.
El caso de Venezuela y el éxito político de Hugo Chávez. En el caso de Venezuela, además, convergieron otros factores. La descomposición del sistema tradicional de partidos venezolano -siempre dominado por los “adecos” y “copeyanos”, socialdemócratas y demócrata-cristianos, respectivamente- junto con una errática política económica durante el gobierno de Carlos Andrés Pérez, que desembocó en el “caracazo” a merced de un un ajuste radical en los precios, proporcionó el momento propició al movimiento bolivariano en ciernes para hacerse con el poder en unos años. Corría el año 1989, comenzaba la tragedia venezolana que dura hasta hoy.
Hugo Chávez, uno de los líderes más activos y decididos del movimiento bolivariano -el famoso Movimiento Bolivariano Revolucionario-200 (MBR-200)- sabía, tal como le habían enseñado sus lecturas de Lenin que le había prestado su hermano Adán, que tan solo tenía que esperar el momento propicio, que las circunstancias de descontento, descomposición social y debilidad de régimen se dieran para pasar a la acción y dar el golpe de mano que le permitiera llegar al poder. Como en el libro 1984, de George Orwell, Chávez conocía bien, al igual que su mentor y tirano Fidel Castro, que “no se establece una dictadura para salvaguardar una revolución; se hace la revolución para establecer una dictadura”. El “caracazo” fue el primer ensayo revolucionario del proyecto bolivariano, la dictadura comunista que estaba por venir para Venezuela y que no tardaría en llegar.
Más tarde, Chávez participó activamente en el golpe de Estado de febrero del año 1992 en Venezuela, que apuntaló la caída de Carlos Andrés Perez, y que fracasó quizá debido a la congénita cobardía y escasa audacia que caracterizaron al máximo líder siempre, por no hablar del abandono a sus compañeros de armas. Chávez fracasó, en 1992, en su intentó en llegar por la fuerza al poder. No se daban las circunstancias objetivas ni las “condiciones” que diría Lenin para que coronara aquella suicida misión con éxito. Pero no se amilanó, siguió conspirando contra la democracia y el orden constitucional.
Dos años después, la supina estupidez y consabida miopía política del presidente Rafael Caldera le llevarían a amnistiar Chávez sin darse cuenta de que estaba liquidando al sistema democrático. Peor fue que el difunto Caldera, además, decapitara políticamente a su delfín, dejando las puertas abiertas para que el máximo maestro de la demagogia y el populismo chabacano se hiciera con el poder en las elecciones de 1998. Como Lenin, que también habría tenido su gran fracaso revolucionario en el aquel fallido intento de 1905, Chávez sabía que tenía que aprovechar la ocasión, derrotar y exterminar a los “mencheviques” e impedir en el futuro cualquier experimento democrático que amenazara todo el poder que, de repente, sin casi esperarlo, había alcanzado. Y así sería, ya no había marcha atrás: “todo el poder para soviets”, como en la revolución soviética, todo el poder para Chávez.
Desarme político, moral e ideológico frente a la izquierda. De esta forma, el movimiento bolivariano se hacía con el poder total en Venezuela, el segundo país en importancia del continente para los hermanos Castro desde que en un lejano uno de enero de 1959 se hicieran con la isla-prisión de Cuba, “primer territorio libre de América Latina”, en sus propias palabras. Luego, con el flujo de dinero a favor del proyecto y cuando la gran ergástula cubana estaba más necesitada que nunca de dólares, Chávez derrochó el patrimonio de los venezolanos en la mayor operación política de la historia latinoamericana: apuntalar a la izquierda del Foro de Sao Paulo en casi todos los gobiernos del continente. Y también, claro, salvar a la Cuba comunista de su segura ruina.
Así fue posible, gracias también a una estrategia desestabilizadora en la mayor parte de estos países, que muy pronto una izquierda desahuciada
políticamente se fuera haciendo con el poder, en apenas unos años, en Ecuador, Bolivia, Nicaragua, Honduras, Uruguay, Paraguay y Brasil. Seguramente, y ojalá me equivoque, en el año 2013 solamente quedará un gobierno de centro-derecha en América Latina, el de Paraguay, y el dominio rojo sea ya total, sin cortapisas de ningún tipo. Caerán Panamá, Chile y seguramente Colombia, donde de la mano de ese gran bobalicón y pelotudo que es el presidente Juan Manuel Santos la izquierda más siniestra se hará con el gobierno. Ya verán, pronto veremos a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) sentadas en el Congreso de la República de Colombia y dictando cátedra democrática. Qué tiempos tan tragicómicos vivimos.
Sin embargo, la responsabilidad de todo lo que ha ocurrido, que es la derrota de los liberales y los auténticos demócratas en el continente a manos de los antiguos comunistas, no recae solo en la habilidad de la izquierda para haber dado la batalla en el momento preciso y haberse sabido adaptar a los nuevos tiempos, sino en la incapacidad de la derecha -sí, la derecha, ya sin vergüenza- para haber dado el combate político e ideológico.
Desarmada en los campos político e ideológico, ausente de referentes morales e históricos, solo le quedaba el mediocre destino de fenecer, e incluso agonizar, en un mundo cambiante y global que demandaba respuestas lógicas y coherentes a los nuevos retos y desafíos. Pero no, no fue capaz de adaptarse, sin renunciar al pasado y decir la verdad, y ahora estamos pagando las consecuencias de este desarme frente a un enemigo mejor preparado, adiestrado y que goza del favor de los medios y una oligarquía cobarde, esclerótica políticamente hablando y pusilánime. Los “tontos útiles”, como Santos, de los que hablaba Lenin.
No fuimos capaces de explicar, por ejemplo, que en el Cono Sur de América -Argentina, Chile y Uruguay, principalmente- se libraba una guerra a muerte contra el comunismo y en defensa de unos principios y valores sustentados en la libertad y la justicia. Y tampoco que los militares argentinos, chilenos y uruguayos, junto con otros miles de patriotas señalados hoy como fascistas por la canallada mediática roja, supieron dar la batalla y ganar de una forma efectiva y heroica la guerra contra la subversión marxista. Esa derecha de hoy, vergonzante y claudicante, que se esconde de una forma cobarde tras las mentiras marxistas, no merecía la pena ganar no ya un combate, sino unas elecciones locales. Ganamos la batalla militar, pero perdimos la guerra política. Por ese motivo, y otros que darían para un largo ensayo, perdimos la posguerra fría y todavía estamos pagando, y pagaremos por un largo tiempo, esta cadena de fatales errores. Qué lástima que era mi América.
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