DE KOSOVO A CRIMEA: UNA EXPLICACIÓN DE LA CRISIS
La crisis pasará, europeos y norteamericanos no moverán un dedo y Crimea caerá en la larga lista de conflictos olvidados destinados a la consumada amnesia internacional con respecto a los problemas que no interesan a nadie. Ucrania ha perdido Crimea
De Kosovo a Crimea: una explicación a la crisis
La crisis pasará, europeos y norteamericanos no moverán un dedo y Crimea caerá en la larga lista de conflictos olvidados destinados a la consumada amnesia internacional con respecto a los problemas que no interesan a nadie. Ucrania ha perdido Crimea
Por Ricardo Angoso
Marzo 22 de 2014
Cuando el 18 de febrero de 2008 las grandes potencias del mundo, lideradas por los Estados Unidos, reconocieron la independencia de Kosovo eran conscientes de que estaban abriendo la Caja de Pandora para que otros procesos similares se produjeran en otras partes del mundo. Y para que las fronteras de Europa se rompiesen tras décadas de consenso en el asunto de la necesidad de preservar los Estados surgidos tras el final de la Guerra Fría e incluso antes. ¿Por qué Serbia se podía cercenar y Ucrania, sin embargo, no?
Los casos de Bosnia y Herzegovina, Croacia, Eslovenia, Macedonia y Montenegro eran distintos, claro está, ya que eran repúblicas soberanas -teóricamente- dentro de Yugoslavia y, además, la Constitución yugoslava de 1974 reconocía el derecho a la autodeterminación de estos territorios en su título preliminar. Pero Kosovo no era una república dentro de Yugoslavia, sino una región de Serbia y como tal era parte irrenunciable ligada históricamente y sin derecho a la autodeterminación dentro de esta república soberana.
El gobierno de Belgrado entregó este territorio, en 1999, a una misión de las Naciones Unidas que tenía una fuerza militar, la KFOR, cuya principal misión era garantizar la seguridad de todos sus habitantes -serbios y albaneses- y una transición pacífica a la democracia. También preservar la integridad territorial de Serbia. Ninguno de esos objetivos se cumplió y el acuerdo acabó degenerando, en contra lo firmado inicialmente, en un proceso de secesión fomentado por las grandes potencias de una forma irresponsable y alimentando el odio multiétnico en la región.
Colateralmente a este proceso alimentando por las fuerzas que supuestamente tenían que haber contribuido a la estabilidad de la región, los albanokosovares, que se sentían victoriosos tras la salida de los serbios de Kosovo, proclamaron la independencia y el resto de lo ocurrido es ya de sobra conocido. Todos los Estados occidentales -menos España, Eslovaquia, Grecia y Rumania- reconocieron a la nueva entidad separatista y mandaron a sus embajadores a la hedionda capital de Kosovo, Pristina. Los eslavos, entre ellos los rusos, se sintieron heridos por esta puñalada trapera y Serbia, en aras de poder un día incorporarse a la Unión Europea (UE), tuvo que aceptar el chantaje impuesto por las grandes potencias y dar por perdido un territorio histórico que, paradójicamente, era la cuna del pueblo serbio.
Serbia perdía el Kosovo, los serbios eran expulsados, asesinados o, en el mejor de los casos, condenados a un apartheid impuesto por el nuevo orden internacional tejido a sangre y fuego. Nadie movió un dedo por los serbios, los europeos aceptaron el nuevo “diseño” regional impuesto por Washington y ya quedó claro que en los Balcanes las fronteras no tenían ningún valor. Tras Kosovo, entonces, todo valía. Quizá Macedonia sea después de Serbia la siguiente en la lista a sacrificar, en aras de saciar al insaciable aliado de Washington en la región: Albania.
Rusia pasa al contraataque. Rusia aprendió rápido la lección. Y unos meses después de semejante despropósito, Georgia se vio desbordada por una guerra que Rusia ganó en pocos días y en que casi estuvo a punto de ocupar hasta la capital georgiana, Tiflis. La causa del conflicto eran las dos “repúblicas” segregadas en Georgia que Rusia apoya, Osetia del Sur y Abjasia, y que las autoridades georgianas pretendían recuperar por la fuerza. Moscú se implicó en esa guerra, asegurando la supervivencia de ambas entidades donde viven mayoritariamente rusos, y las reconoció diplomáticamente, en un hecho al que después se unieron solamente Nicaragua, Venezuela y Nauru. Georgia perdió la guerra y tuvo que aceptar los resultados de la misma: la segregación casi definitiva de estas dos “repúblicas”. Ni el apoyo político ni diplomático de los Estados Unidos y la UE frenaron las ansias “imperiales” de Moscú y al día de hoy dicha situación se mantiene.
La misma situación ocurre en Moldavia, donde las tropas rusas del antiguo XIV ejército soviético se atrincheraron tras el río Niéster y formaron la República de Transnistria, donde vive la minoría rusa de la región que no acepta someterse al gobierno de Chisinau, de mayoría rumana. Estos tres precedentes no tendrían ninguna justificación política ni sujeta al derecho internacional si no hubiera existido antes el ominoso capítulo de Kosovo. Si bien es cierto que la secesión de la República de Transnistria ocurrió en el año 1990, cuando proclamó oficialmente y unilateralmente su independencia, ahora la legitimidad de las demandas de la comunidad internacional para que los rusos se retiren de esas entidades queda en entredicho. ¿Por qué Rusia tiene que ceder y la OTAN, que ocupó Kosovo, no?
Y ahora ocurre la vertiginosa y casi ininteligible crisis de Crimea, un territorio ligado históricamente a Rusia y sede de la Flota del
Mar Negro de la Armada Rusa, donde se estableció en 1783 y que después, tras la Revolución comunista de 1917, pasó a ser de apellido soviético. En Crimea, la mayoría de la población es rusa (60%), aunque hay unas pequeñas minorías tártara (12%) y ucraniana (24%) junto a un crisol de otras comunidades muy débiles en términos demográficos. Tiene una extensión de 27.000 kilómetros cuadrados y una situación estratégica para los rusos fundamental, siendo la salida natural de Rusia al mar Negro.
Cascada de acontecimientos que favorecieron a Moscú. Los precipitados acontecimientos políticos de Ucrania, que provocaron la llegada al ejecutivo de Kiev de una coalición de partidos de extrema derecha y algunos casi de corte fascista, causaron la irritación de Moscú y enojo en Crimea, donde su asamblea parlamentaria tomó la delantera y convocó un referéndum secesionista. Como era de prever, los habitantes de esta península se manifestaron masivamente por la separación de Ucrania y la anexión a Rusia. Kiev observaba con impotencia y asombro la separación de Crimea, mientras la preocupación se extendía a todo el país ante la previsión de que las provincias del este de mayoría rusa optasen por la misma vía para separarse de Ucrania, un escenario que no debe descartarse todavía y que agravaría aún más la crisis.
Así las cosas, ¿cómo puede evolucionar este conflicto en las próximas semanas? Por mucho que ahora se empeñen en exhibir las sanciones internacionales contra Rusia, los líderes occidentales no tienen la legitimidad moral, ni política, ni ética, para exigirle a Putin que ahora se retire de esos territorios que Moscú se anexionó. Luego están los vínculos económicos. A nadie le interesa romper los lazos económicos con Rusia y menos cuando la mitad de Europa, incluida Ucrania, depende del gas ruso.
La crisis pasará, europeos y norteamericanos no moverán un dedo y Crimea caerá en la larga lista de conflictos olvidados destinados a la consumada amnesia internacional con respecto a los problemas que no interesan a nadie. Ucrania ha perdido Crimea como perdió una larga veintena de años en que tendría que haber definido su identidad política y militar. Si sus líderes hubieran hecho lo que los polacos, que apostaron claramente desde los inicios de su transición por la entrada en la UE y la OTAN, ahora Ucrania no estaría en tan adversa situación.
Pero, como señalaba el general Douglas MacArthur, “La historia de los fracasos en las guerras se resume en dos palabras…demasiado tarde”. Sin legitimidad internacional para recuperar el territorio, enfrascada en una grave crisis interna y sin posibilidad de iniciar una guerra contra Rusia que perdería, los ucranianos comprendieron demasiado tarde el letal peligro que les acechaba por parte de un enemigo que esperó una oportunidad puesta en bandeja para recuperar una parte de su territorio que siempre consideraron como suya. Los rusos nunca aceptaron que Crimea pasara a manos ucranianas en un lejano 1954, debido a la arbitraria decisión de un secretario general comunista, bajito y rechoncho, llamado Nikita Jrushchov. Pero esa ya es otra historia.
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