SER PILLO PAGA
La más grande y salvaje tragedia en Colombia, la de los secuestrados, los extorsionados y los masacrados, obedece a las consignas de la subversión marxista-leninista, cuya moralidad revolucionaria no solo admite, sino que estimula, todo aquello que pueda debilitar al enemigo de clase y contribuir al éxito de la Revolución
Ser pillo paga
La más grande y salvaje tragedia en Colombia, la de los secuestrados, los extorsionados y los masacrados, obedece a las consignas de la subversión marxista-leninista, cuya moralidad revolucionaria no solo admite, sino que estimula, todo aquello que pueda debilitar al enemigo de clase y contribuir al éxito de la Revolución
Por Jesús Vallejo Mejía
Marzo 21 de 2016
Hace poco dio Santos unas declaraciones para “El País” de España en las que dijo que pensaba que estaba haciendo lo correcto en torno de las negociaciones con las Farc, pero expresó que se sentía incomprendido por la opinión pública colombiana, quizás por falta de pedagogía para la paz. Ver http://internacional.elpais.com/internacional/2016/03/12/colombia/1457804192_438113.html.
Según Santos, en lo que con él coinciden sacerdotes como el jesuíta De Roux, hay que convencer a los colombianos del común para que les perdonen de todo corazón a los guerrilleros de las Farc y, en su momento, a los del Eln, los innumerables y atroces desmanes que han cometido contra las comunidades en desarrollo de la tristemente célebre consigna de matar para que otros vivan mejor.
Es indiscutible, en efecto, que para sentar las bases de una paz efectiva y duradera se hace necesario emprender un profundo proceso espiritual de parte de las autoridades públicas, la población civil y los alzados en armas, en el que cada uno reconozca sus responsabilidades por lo que ha ocurrido a lo largo de décadas en nuestro país, pida y otorgue perdón por ello, asuma las consecuencias de sus actos y se comprometa sinceramente a renunciar al ejercicio de la violencia para hacer valer sus pretensiones.
Bien se sabe que la convivencia pacífica solo es posible si cada uno se esmera en aceptar al otro, así no comparta sus ideas, sus valores, sus intereses o sus modos de obrar.
Leí hace poco en un reportaje de Thierry Wolton que, más que la igualdad, que no deja de hacer sentir un tufillo de uniformidad, lo que hay que promover es la diversidad humana. En ello radica el pluralismo a que aspiran las sociedades contemporáneas, tendencia que, por lo demás, considero no solo natural, sino necesaria, según acostumbraba enseñarlo en mis cursos de Teoría Constitucional.
Pues bien, que quienes nos han gobernado y quienes desde sus actividades privadas hayan incurrido en desafueros, los reconozcan y paguen por ellos, es algo que debe darse por sentado a fin de que nunca más se los repita en el futuro.
No hay que temerle a una Comisión de la Verdad, como la que bajo la dirección de Ernesto Sábato investigó en Argentina los crímenes de desaparición forzada cometidos bajo la dictadura militar, y produjo el espeluznante documento que puede consultarse en este enlace: http://www.desaparecidos.org/arg/conadep/nuncamas/.
A lo que debemos temerle es al imperio de la mentira, a cuyo amparo proliferan los abusos y desaparecen las libertades.
Pero en el caso colombiano una Comisión de la Verdad tendría que ocuparse también de los múltiples y estremecedores crímenes cometidos por las fuerzas subversivas, entre ellos el secuestro, del que el Informe Sábato dice en el Prólogo lo siguiente:
“Desde el momento del secuestro, la víctima perdía todos los derechos; privada de toda comunicación con el mundo exterior, confinada en lugares desconocidos, sometida a suplicios infernales, ignorante de su destino mediato o inmediato, susceptible de ser arrojada al río o al mar, con bloques de cemento en sus pies, o reducida a cenizas; seres que sin embargo no eran cosas, sino que conservaban atributos de la criatura humana: la sensibilidad para el tormento, la memoria de su madre o de su hijo o de su mujer, la infinita vergüenza por la violación en público; seres no sólo poseídos por esa infinita angustia y ese supremo pavor, sino, y quizás por eso mismo, guardando en algún rincón de su alma alguna descabellada esperanza.”
Si en la Argentina la dictadura militar produjo la más grande tragedia de su historia, y la más salvaje, con la multitud de los desparecidos, tal como dice el Prólogo que escribió Sábato, la más grande y salvaje tragedia en Colombia, la de los secuestrados, los extorsionados y los masacrados, obedece a las consignas de la subversión marxista-leninista, cuya moralidad revolucionaria no solo admite, sino que estimula, todo aquello que pueda debilitar al enemigo de clase y contribuir al éxito de la Revolución.
Timochenko, que es hoy el jefe máximo de las Farc, ha dicho que nada tiene de qué arrepentirse, ni piensa pedir perdón por las fechorías de su organización subversiva, tal como puede leerse en los siguientes enlaces: http://www.noticiasrcn.com/nacional-pais/timochenko-dice-no-piensa-pedir-perdon-y-no-se-arrepiente y http://www.kienyke.com/noticias/las-farc-no-se-arrepienten-de-nada-timochenko/.
Creo haber leído en otra parte que, según Timochenko, si se arrepintiera, dejaría de ser revolucionario a carta cabal.
No veo cómo, al tenor de estas declaraciones, el jesuíta De Roux haya podido atreverse a comparar a los guerrilleros de las Farc con el Hijo Pródigo, que fue tema del Evangelio del domingo antepasado. El Hijo Pródigo se arrepintió, pidió perdón y se sometió de buen grado a lo que su padre tuviese a bien disponer. No esperaba ese derroche de misericordia, esa muestra da amor infinito de parte de su progenitor.
No dudo que a las Farc y al Eln debemos tenderles la mano, lo que ha hecho con largueza tal vez irresponsable Santos. Pero no hasta el extremo de permitirles que la muerdan y hasta la arranquen de tajo.
Los subversivos no han renunciado a su credo revolucionario. Por consiguiente, de ellos no podemos esperar que Nunca Más se repitan las acciones violentas que al tenor de sus perversas creencias han perpetrado a todo lo largo y ancho del territorio colombiano, cubriendo sus campos de sangre inocente.
Santos y sus áulicos no entienden que el conflicto que nos aflige va más allá de las responsabilidades por hechos indebidos realizados por sus diferentes actores, pues su trasfondo es ante todo ideológico y entraña la contraposición entre dos versiones radicalmente opuestas de la democracia, la pluralista que mal que bien se consagró en la Constitución de 1991, y la totalitaria que pretenden instaurar los comunistas de las Farc y el Eln.
¿Cómo hacer que convivan pacíficamente los defensores del pluralismo y los promotores del totalitarismo?
He ahí el nudo gordiano de lo que se discute en La Habana. Todo lo demás es secundario. Perdonemos, aceptemos la presencia de los guerrilleros en la vida pública, garanticemos su derecho a la diferencia, ofrezcámosles gabelas, etc., pero a cambio de que se arrepientan, pidan perdón, reparen a sus víctimas y se comprometan a someterse lealmente a las reglas de juego de la democracia pluralista que estamos en mora de edificar.
No es mucho pedirles, pero, según la intransigencia que pone de manifiesto Timochenko, es algo que no podemos esperar de ellos, que no se comportan como el Hijo Pródigo que se acoge, vencido, a la misericordia del Padre, sino como el que viene por toda la herencia.
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