TE AMO, MI VIEJO, GILBERTO PUENTES
2 años hace Ricardo Puentes MeloNo fue mi padre biológico. Como él mismo dijo en el colegio El Libertador de Bosa, donde me llevó para rescatarme de las golpizas de mi padre biológico, que aún vive, “este muchacho no es mi hijo, pero es como si lo fuera”.
Por Ricardo Puentes Melo
Agosto 3 de 2022
@ricardopuentesm
ricardopuentes@periodismosinfronteras.com
Escribir sobre Gilberto Puentes Corredor es la cosa más difícil que haya podido imaginarme. Le he hecho el quite durante muchos años.
Dueño de una voz privilegiada, de las mejores que he escuchado, siempre me dijeron que era un cantante excepcional. Nunca pude escucharlo, hasta un día en que, luego de varios años de muerto, mi tía Nona me dejó oír una grabación que él hizo de varias canciones. Estaban en un casete que pedí prestado (no lo obtuve).. Como cantante, Gilberto fue poseedor de una voz prodigiosa.
Cuando tuve acceso a sus grabaciones, con su voz y su guitarra, no pude ir más allá de la tercera canción. Habían pasado unos años de su fallecimiento. Sonó algo de Miguel Aceves Mejía, algo de un bolero. No recuerdo más. Esa voz que jamás había escuchado cantando me obligó a esconderme en un baño del primer piso para llorar como un niño la ausencia de ese hombre que amé y admiré desde mi más tierna edad.
Gilberto fue mi padre. Sí.
Que difícil escribir sobre él
No fue mi padre biológico. Como él mismo dijo en el colegio El Libertador de Bosa, donde me llevó para rescatarme de las golpizas de mi padre biológico, que aún vive, “este muchacho no es mi hijo, pero es como si lo fuera”. Eso quedó en los registros. No fui hijo biológico de Gilberto, pues, sino de un hermano suyo, y de una hermana de su esposa, pero siempre lamenté no haber nacido de ese matrimonio.
Nunca había hablado ni escrito sobre esto. Creo que es hora.
De mis años de niñez, que transcurrieron en medio de golpizas brutales de mi padre, a quien ya perdoné, y llantos sin acción de mi madre, tuve dos paraísos que soñaba alcanzar: vivir con Gilberto y Nona, o vivir con mis abuelos Heliodoro e Irene.
Mi tía Nona sugirió a mi mamá que le entregara a mi hermana Sonia para criarla. Por supuesto, eso no se dio, pero durante tormentosos años soñé con que Gilberto y Nona me libraran del martirio que tuve que soportar durante muchos años en los que mi padre se ensañó brutalmente, especialmente conmigo, castigándome como si yo fuera un animal, un deseo que jamás se cumplió. Y eso, en lo que mi memoria me obliga a recordar, sucedió desde mis escasos dos años de edad. Pero ese es otro tema. Mi padre está hoy anciano, lo perdoné y creo que suficiente tiene con su consciencia.
El primer recuerdo que tengo de Gilberto Puentes no es es el de tener un pariente famoso (era el colombiano más afamado de los años 70s), sino el de un señor que, tan pronto me veía, cuando mi madre me llevaba de visita, sujetaba mi cabeza contra su costado, muy fuertemente, y me decía: “hola, mijo…. Te quiero mucho… Te quiero mucho, mijo…”. Y yo me ponía a llorar sin entender por qué, en un momento que, para mí, duraba una eternidad insuficiente (ojalá hubiera durado mucho), mientras él me sujetaba con, cada vez, más fuerza. Eso se repitió muchas veces, y ya no recuerdo cuántas.
Mi tío y mi padre duraron casi 15 años sin hablar. Fue culpa de mi padre. Pero Gilberto, nunca sé por qué, asumió nuestra protección, la de sus sobrinos mayores, Antonio y yo. Gilberto Era un hombre excepcional.
Alguna vez que sufrí otra brutal golpiza de mi padre, le llamé de algún teléfono público. No había celulares. Él me pagó un transporte y llegué moqueando y sangrante a los estudios de televisión de GRAVI, en la calle 19 de Bogotá. Yo vestía un uniforme de colegio, con el saco roído en sus mangas, de lo viejo que estaba. Me abrazó, como siempre, muy fuertemente, y sin mencionar a mi padre, me chantó un beso en mi cabeza como siempre hacía diciéndome que todo estaba bien, y me llevó a una lectura de libretos que tenía con Ugo Armando, Carlos de la Fuente, y otros actores, ahí sobre la calle 19.
Olvidé mis ojos llorosos y mi cuerpo marcado por los golpes para centrarme en cómo devorar un chesscake sin destruir la servilleta debajo. Mis mangas del buso arruinadas por el uso no fueron impedimento para que Gilberto me dedicara una sonrisa llena de ternura y afecto sin que le importaran las miradas extrañadas de sus compañeros de set. Carlos de la Fuente me dio una tarjeta de uno de sus sitios de prostitutas, y Gilberto me la quitó y dijo: “No, mijo… Estas vagabunderías no son para ti”.
Me sacó del calabozo un par de veces, por agarrarme a puñetazos con policías abusivos, donde estuve a punto de ser violado a mis 15 años porque los “tombos” de la época vendieron mi “virginidad” y me encerraron en una diminuta celda con ocho atracadores y asesinos depravados que pagaron a los policías de Kennedy para que me dejaran a solas con ellos. Gilberto llegó a tiempo.
Aunque nunca se cumplieron mis sueños secretos de que Gilberto me adoptara como un hijo suyo, él siempre me consideró como su predilecto. Cuando murió, duré emborrachándome más de un año. Tal vez más.
Sin tener conocimiento de Dios, mi único refugio era el desorden, la farra, la desesperanza. Busqué la muerte de mil maneras, pero no la conseguí.
Le pedí perdón a mi hermano Gilberto, su primogénito, por haberle robado parte del afecto que él dedicó para mí, quitándole, eso creo, lo que les correspondía a ellos. JR me perdonó y hoy lo amo como un hermano, el único.
Recuerdo también que una vez, luego de otra golpiza de mi padre, que no falló nunca cada 20 de julio durante 18 años (era fija la paliza, sumada a otras inesperadas durante cada mes, cada año) llamé a Gilberto de nuevo, llorando. Yo contaba 12 años. Gilberto, el actor y padre, se inventó una salida familiar-. Me llevó junto a su esposa – mi tía- y sus hijos, a un sitio que se llamaba “el ferrocarril”, donde se podía comer papa a la alemana y otras cosas. Luego, gocé el maravilloso plan de elevar cometa en un separador de la avenida El Dorado, muy cerca de su casa, a donde nos llevó en su Volkswagen modelo no-se-qué.
Duramos elevando cometa con el galán de la televisión, durante varias horas. Muchas personas se detuvieron a solicitar autógrafos y él siempre me presentó como uno de sus hijos, sin serlo.
Cuando estuve en El libertador, como su protegido, me fue muy bien, fui de los mejores alumnos. Sin embargo, mi padre, aun no se por qué, fue hasta el colegio y armó un tremendo lio, borracho, para dejar claro que él, y no Gilberto, era mi real padre. Gilberto, a pesar de haber pagado ya todo el año escolar, con útiles, reuniones y demás, jamás regresó. No pasó mucho tiempo para que mi rendimiento escolar descendiera al subterráneo.
Pensé, como adolescente, que Gilberto no quería saber nada de mí. Y me entregué a la desesperanza, al rock and roll, a los inicios en la droga. Me dejé el cabello hasta la cintura; rubio, mariguanero, y neo adicto al mantrax y a los hongos por montón, no me importaba nada en el mundo.
Tiempo después, con mi rubia melena llegando más debajo de mi cintura – eso recuerdo-, Gilberto me volvió a buscar y me dijo cuánto me amaba; me habló de mi familia materna, de que yo descendía de presidentes, de gente importante, “Mijo, los Puentes no somos dignos de desamarrar el calzado de la familia de tu mamá”, me dijo., “córtate esos pelos, por favor”.
No necesité más. Al otro día me corté el cabello, me quité el arete de tres corales de mi oreja izquierda, y colgué mi guitarra rockera. Y mi grupo de rock pasó al olvido.
No busqué más a mi Gilberto. Pero le cumplí.
En el matrimonio de mi hermana menor me atreví.
Él ya tenía cáncer. Le dije: “Tío, quiero decirle hoy lo que nunca pude por temor y respeto: Gracias! Gracias! Gracias!. Si no hubiera sido por sumercé, yo hoy sería un hampón, un guerrillero de lo peor. Gracias a la charla en su Volkswagen no lo soy. Y nunca se lo había dicho, pero, gracias tío”.
Gilberto me abrazó como solía hacerlo cuando yo era un niño, y otra vez lloré de nuevo. Lloré como un niño amarrado a su héroe, sabiendo que pronto iba a morir. Gilberto no me quería soltar, y yo tampoco. Pero luego me aflojó su abrazo y me dijo: “Gracias, mijo, por decírmelo.”
Luego entró en crisis de salud. Lo visité en la clínica. Tuve que vivir episodios inimaginables, como tener que limpiarle el culo en su lecho de enfermo.
Nos quedábamos mirándonos uno al otro, en silencio, durante mucho tiempo. Sus impresionantes ojos verdes me exigían palabras que nunca pude darle, y yo, para salir del paso, le preguntaba: “¿necesita algo, tío?
-“No, mijo, sólo estaba pensando.”
Alguna vez llegaron algunos magistrados de la corte a visitarlo, él me presentó como si yo fuera su hijo.
La última vez que lo visité le pasé un tamal que me pidió que entrara de contrabando.
Días después me llamó Gilberto Jr. para decirme que mi adorado estaba muriendo, que si yo quería ir a la clínica.
Yo estaba atendiendo un bar de salsa que había adquirido. “No. No quiero ir, le dije.” Y le colgué.
Poco después, Gilberto Jr. me marcó de nuevo para decirme lo esperado: “Ya murió”, me dijo. Y no le contesté. Le colgué. O algo le dije, pero le colgué, igual.
Fui al funeral, claro.
Me hubiera gustado tenerlo vivo hoy para decirle tantas cosas! Para decirle cuánto lo amaba! No lo hice! Solo le agradecí pero no le dije que lo amaba.
Me faltó pedirle tantos consejos…
Tío! Te amé! Te amo!
Un día fui con mi hermano Gilberto a Macanal, dispuestos a cobrar la deuda de sangre a los Tolosa por el asesinato de nuestro abuelo Heliodoro. Les dio miedo; no se atrevieron a discutir su cobardía por la muerte de nuestro amado abuelo. Si Gilberto Puentes Corredor hubiera estado vivo ese día, hubiéramos muerto los tres. Gilberto JR y yo estuvimos dispuestos a morir ese día. Los malditos cobardes enviaron a su madre, -cómplice también, a calmarnos.
De mi padre amado me queda mi hermano Gilberto; su misma jeta, su misma mirada, su sabiduría como sacada de códices milenarios.
Aún recurro a Gilberto JR como si fuera mi padre, nuestro padre; y encuentro siempre la misma palabra, los mismos ojos verdes, la misma tranquilidad que siempre provino del viejo.
Te amo, Gilberto Puentes Corredor! Como amo al hermano que me dejaste, Gilberto Jr., a quien cada vez que veo a los ojos, te recuerdo, viejo querido.
Perdón Gilberto, perdón Edgar, por haber robado parte del afecto de padre al que solo ustedes tenían derecho.
Gilberto murió el 5 de septiembre de 1997. Había nacido en 1938. Y siempre le recuerdo a mis hijos quién fue él, Gilberto Puentes, y qué tan importante ha sido para mi vida.
Creo que mi vida es un homenaje a su ejemplo. Y creo que mi vida es una desobediencia a sus consejos.
Te amo, mi viejo.
Aún te amo, aunque estés muerto.
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