JUAN MANUEL SANTOS, OTRO DELIRANTE EN LA ESCENA POLÍTICA LATINOAMERICANA

Nerón, Chávez, Santos, qué tres grandes delirantes. Es una lástima que en esta época mediocre e inculta, grosera y analfabeta, en que nuestros líderes alardean de no haber leído ni un solo libro en su vida, como Evo Morales, no tengamos a un Plutarco que nos hubiera ilustrado sobre estos personajes con los que convivimos muy a nuestro pesar

Juan Manuel Santos, otro delirante en la escena política latinoamericana

Ricardo Angoso
Ricardo Angoso

Por Ricardo Angoso

Septiembre 9 de 2013

Hasta ahora tenía una pésima imagen de nuestro Comandante en Jefe, el presidente de la República Juan Manuel Santos, pero en estos días he cambiado de opinión. Hasta ahora viéndole mentir, maquillar cifras y exhibir su retórica hueca carente de contenidos concretos, aparte de otras cosas que darían para un ensayo de psicología política, pensaba que era un vulgar embustero. Incluso había llegado a decir públicamente que era un cínico o un hipócrita, o ambas cosas a la vez, pues la política colombiana da para esta combinación y mucho más.

Pero no, nuestro presidente Santos, y siento contradecir a sus contradictores, no es ni un mentiroso, ni un hipócrita, ni un cínico. Nada de eso, el diagnóstico era otro. Santos es, ni más ni menos, un delirante, un líder que se cree su propio delirio, una persona que vive en la excitación de su propio poder y que no obedece a ninguna razón objetiva ni a su propia voluntad. Santos no miente, ese es el verdadero problema, sino que se cree su propio delirio y se mantiene como un hombre obnubilado presa de sus fascinaciones y fantasías. Esta dura comprobación me ha dejado sumido en la más profunda de las tristezas, cuán equivocado estaba.

Le pasa como a su gran amigo (y difunto) Hugo Chávez, que también se creía su propio delirio y que vivía en un planeta imaginario sin que pudiera percibir, ni mucho menos atisbar, la tragedia a la que había llevado en apenas algo menos de tres lustros a su país. Se sentía, incluso, feliz y orgulloso, como otro de los grandes delirantes de la historia, Nerón, que cuentan las crónicas de la época que ordenó quemar Roma para decorarla a su gusto y que cantaba con una lira cuando la urbe ardía. Al morir, tras sufrir una conspiración a los 31 años, dicen que Nerón gritó: “Qué gran artista muere conmigo!”. Nerón fue el primer gran delirante, se sentía un genio político y militar y no admitía que nadie pusiera en entredicho sus opiniones.

Iván Cepeda y Juan Manuel Santos, unidos en el mismo propósito de darle impunidad a las FARC
Iván Cepeda y Juan Manuel Santos, unidos en el mismo propósito de darle impunidad a las FARC

Nerón, Chávez, Santos: vidas paralelas. Nerón, Chávez, Santos, qué tres grandes delirantes. Es una lástima que en esta época mediocre e inculta, grosera y analfabeta, en que nuestros líderes alardean de no haber leído ni un solo libro en su vida, como Evo Morales, no tengamos a un Plutarco que nos hubiera ilustrado sobre estos personajes con los que convivimos muy a nuestro pesar. Es una desgracia para América Latina que líderes de este tipo, incapaces de citar a un clásico o un libro que hayan leído recientemente, nos gobiernen y casi nadie les cuestione. ¿Han escuchado algún mensaje de corte intelectual, alguna cita clásica, algún libro de actualidad, en la boca de Santos? No hay nada de nada dentro de él, su pobreza intelectual es insultante viniendo de una oligarquía que le dio todo y teniendo en cuenta que vivió fuera de su país durante décadas. Hasta estudió en Londres, pero en fin lo que natura non da, Salamanca no presta.

Santos es tan solo un delirante que se cree sus propios delirios y que trata de hacérnoslos creer a los demás, pero claro hay que estar muy loco para creerse tantas boutades, majaderías y sandeces que a lo largo de uno de sus discursos transmite nuestro presidente. Ni siquiera sus ministros, ni sus fieles lacayos de la corte mediática, se lo creen. No se lo cree nadie. Asienten, se miran entre ellos, callan, sonríen, bostezan y hacen el pariré para no caer desgracia, pero en su fuero interno se mean de risa y saben que el presidente delira, es decir, que desvaría y ha perdido la razón por una enfermedad o una fuente de pasión. Le ríen las gracias para seguir en el poder y seguir cobrando la nómina, una razón muy loable para aguantar a un delirante. Yo también lo haría, ¿o no?

¿Pero cuál es la razón por la que Santos sufre el delirio? Ni más ni menos que su amor al poder y a la gloria. Santos trata de pasar a la historia de la Nación al precio que sea, incluso traicionando a su clase, la oligarquía, como anunció hace unos años. Ahora quiere ser, tras haber fracasado en su proyecto de país, el hombre que trajo la paz a Colombia al coste que sea, aun otorgando la impunidad a los terroristas y abriendo la caja de pandora a un pos-conflicto de inciertos escenarios.

A él, a Santos, al delirante, le da igual, ya solo busca la gloria y quizá los efluvios del reconocimiento internacional a través del Nobel de la Paz. Mientras eso llega, y el país arde por los cuatro puntos cardinales, Santos sigue cantando con su lira los viejos delirios que hablan de paz y prosperidad social, dos cantinelas que ya no se cree nadie pero que suenan muy bien y repiten hasta la saciedad su cohorte de aduladores a sueldo. Qué tragedia romana en pleno siglo XXI.

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