CANTOS DE SIRENA TRAS LA MUERTE DE ALFONSO CANO

El gobierno, los partidos y la sociedad civil no deberían permitir que el triunfo contra Alfonso Cano se convierta en palanca para fortalecer el discurso de la capitulación ante el terrorismo

Cantos de sirena tras la muerte de Alfonso Cano

 

Eduardo Mackenzie

Por Eduardo Mackenzie

5 de noviembre de 2011

Lo ocurrido este 4 de noviembre en las selvas del Cauca, entre Suárez y Mondomo, muestra una vez más el carácter errado de la hipótesis acerca del “conflicto armado” colombiano. ¿Dónde están los bloques sociales, políticos y militares que reivindican la legitimidad el campo de Alfonso Cano? Salvo el minúsculo grupo de extremistas de siempre, que salió a decir que la muerte de Alfonso Cano es algo “insensato” e “increíble”, nadie más lamenta la muerte en combate de ese implacable verdugo comunista.

Por el contrario, esta vez son mucho más numerosas las voces de quienes piden que, tras la muerte de Alfonso Cano, el país avance hacia una desmovilización real de las Farc, que las que exigen ir hacia una “negociación”, léase capitulación ante ellas. En otras ocasiones, cuando la fuerza pública dio muerte a altos jefes de las Farc, los clamores en favor de una “salida negociada” con los terroristas llegaron a eclipsar los de quienes veían la derrota militar del narco-terrorismo como la única opción razonable. La errada tendencia, 24 horas después de la muerte del número uno de las Farc, parece haber perdido terreno.

Digo esto después de analizar una veintena de declaraciones de personalidades políticas, intelectuales y religiosas del país. Por primera vez, el concepto de “desmovilización de las Farc”, ocupa un espacio mayor, mientras que la noción de “salida negociada con las Farc” se queda rezagada. ¿Cambiará de sentido esa tendencia en los próximos días? Eso me parece improbable.

En todo caso, la muerte de Alfonso Cano es vista no sólo con enorme alivio por los colombianos y sus autoridades, sino como el comienzo de un desenlace lógico de una situación de guerra creada por otros y que siempre careció de sentido.

La muerte del jefe de las Farc genera, y eso es apreciable en los medios de información consultables, un fuerte y vasto sentimiento de agradecimiento popular, que atraviesa todas las clases, grupos y capas sociales, hacia las Fuerzas Militares, sus soldados y sus oficiales, hacia el Gobierno de Juan Manuel Santos y, sobre todo, hacia el ex presidente Álvaro Uribe, quien sigue siendo visto, a justo título, como el forjador de una línea política, de inflexibilidad y combate sin tregua contra el terrorismo, que mostró ayer de nuevo su eficacia.

Cano, Tirofijo y Jojoy

Sin embargo, unos pocos pretenden romper la unanimidad anti Farc. Carlos Lozano, director del semanario comunista Voz, trata de vender la idea de que la muerte de Alfonso Cano no tiene ninguna importancia. “Ellos [las Farc] tienen su capacidad de adaptarse a cualquier circunstancia trágica”, asegura. Para él la muerte de Cano “no soluciona el problema de la violencia en Colombia” (Radio Caracol, 4 de noviembre de 2011). Por el contrario, esa muerte, según ese jefe del PCC, “prolongará de manera indefinida el conflicto”. ¿Qué se debe concluir de semejante cadena de sofismas? Que las fuerzas militares cometieron un crimen al dar de baja al peligroso jefe terrorista, que mejor era haberlo dejarlo libre.

Ciego y despiadado, Carlos Lozano pretende atajar la ola de deserciones que podría desatarse ahora y aspira a que los hombres y mujeres de las Farc sigan matando y haciéndose matar por una causa que no tiene futuro. Por eso, desde su cómoda posición en Bogotá, y aunque dice estar trabajando “por la paz”, Lozano decreta la continuación de la guerra. Lozano va más lejos: le pide al Gobierno de Juan Manuel Santos que se lance a buscar una “solución política negociada” con las Farc, como si la sociedad colombiana estuviera al borde del colapso y como si el Ejército estuviera a punto de perder la guerra.

Como ese no es el caso, la propuesta del PCC de la “solución política negociada” es absurda y sería tremendamente injusta. Pues esa “solución” implica llegar a extremos muy ingratos: a dejar sin castigo a la jefatura terrorista, a abrirle las puertas de la sociedad, del Gobierno y del Parlamento a quienes destruyeron la vida, la paz y la prosperidad durante medio siglo, dejar en la impunidad sus horribles crímenes y, finalmente, diseñar con ellos una nueva Constitución. ¿Imagina el lector la “Constitución” que podría salir de ese abyecto contubernio? Pero hay algo más. Esa “salida negociada” incluye dos otros pactos secretos: reescribir la historia desde el punto de vista fariano y llevar a la encerrona judicial y a la cárcel a los héroes que liberaron al país de gentes como Tirofijo, Martin Caballero, Raúl Reyes, Jojoy y Alfonso Cano, entre otros. Pues lo que han logrado hacer hasta hoy los del M-19 contra los héroes militares que recuperaron el Palacio de Justicia y frustraron el golpe de Estado narco-terrorista, tendría que tener, según ese bando, una continuidad.

Carlos Lozano está solo en su clamor pero encontró en Gustavo Petro un aliado de última hora en eso de la “salida negociada”. Pues no es otra cosa la que está proponiendo el alcalde electo de Bogotá. Gustavo Petro dijo, en efecto, que “las vías del diálogo son las únicas posibles en Colombia” (El Espectador, 4 de diciembre de 2011). En lugar de exigirle a las Farc, como casi todo el mundo, la desmovilización, él le propone a aquellas y al Gobierno insistir en el “diálogo”. Su frase acerca de que “el camino de la guerra sólo ha dejado kilómetros de tumbas” es hipócrita: con ella busca culpabilizar al Gobierno y, subsidiariamente, a las Farc. Petro estima, además, que ese “diálogo” podría culminar en una nueva Constitución: “La paz nos dio la Constitución del 91 y la opción de la democracia”. La complementariedad entre las tesis de Carlos Lozano y Gustavo Petro no puede ser más evidente.

El gobierno, los partidos y la sociedad civil no deberían permitir que el triunfo contra Alfonso Cano se convierta en palanca para fortalecer el discurso de la capitulación ante el terrorismo. Algunos tratan de hacer eso. La agencia Anncol, vocera de las Farc, acaba de lanzar una nueva impostura: que Alfonso Cano “murió reivindicando la solución política”. Un refrito idéntico sacó esa gente cuando Raúl Reyes fue abatido en Ecuador. El estaba, dijeron, “a punto” de negociar la paz y de liberar a Ingrid Betancur. Lo de ahora es la misma receta. Hacen eso pues pretenden que Cano, como los otros jefes de las Farc, sea recordado como un hombre “de paz”, no como el inmenso criminal que fue.

Cano nunca hizo gestos de paz. ¿Donde están los secuestrados que liberó? ¿Cuándo ordenó que no atacaran ni secuestraran a indígenas ni a otros civiles? Nadie recuerda un solo acto de buena voluntad. Nadie podrá olvidar su amenaza de dividir en dos a Colombia, tras el fracaso de los diálogos del Caguán, ni su tenebroso plan “Renacer”, ni su órdenes para infiltrar la justicia, ni su costumbre de sembrar minas en caminos y veredas y hasta en escuelas públicas, ni el aleve asesinato del mayor Félix Jaimes Villamil, comandante de la Policía de carreteras de Antioquia. Nadie olvidará los ataques al poliducto de Petronorte en Teorama, Norte de Santander, ni los diez militares asesinados recientemente en Fortul, Arauca, ni la emboscada en Tumaco donde mataron a otros 10 militares, el 21 de octubre pasado, ni el secuestro de la niña Nohora Valentina Muñoz, de 10 años, hija del alcalde de Fortul, ni el siniestro plan pistola contra las elecciones regionales. Todo eso es lo que Anncol llama, en el lenguaje taimado del comunismo, “reclamar una salida política al conflicto”

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