CARRILLO PELÓ EL COBRE
El ataque de histeria de Carrillo ocurrió el mismo día que las partes decidieron suspender los diálogos de La Habana hasta el 15 de abril de 2013. Esa suspensión no es técnica. Es política
Fernando Carrillo peló el cobre
Por Eduardo Mackenzie
Abril 1 de 2013
El violento ataque de Fernando Carrillo contra el ex presidente Álvaro Uribe desde las páginas de El Tiempo muestra que en la Casa de Nariño, y en los círculos más íntimos del poder en Colombia, el pánico comienza a cundir y a dejarse ver ante el agravamiento de la crisis de las negociaciones en La Habana.
Si mi memoria no me traiciona, es la primera vez que un ministro del Interior de Colombia se atreve a acusar públicamente a un ex presidente de Colombia de ser “una amenaza para el proceso de paz”. Esa frase difamatoria es tan brutal y gratuita que invita a pensar que el mensaje real es otro: que Fernando Carrillo lo que quiso decir es que el ex presidente Uribe, con su postura crítica y patriótica ante unas negociaciones aventureras, obscuras y de espaldas al país, representa una amenaza, no para un proceso de paz inexistente, sino para la reelección de Juan Manuel Santos y para la continuidad de sus mayorías parlamentarias.
El iracundo ministro Carrillo insultó también al ex presidente Andrés Pastrana a quien calificó de “enemigo de la paz”. Afirmó que Pastrana y Uribe “cambiaron la cartilla de la paz por la de la guerra”, y que los dos hacen parte de los “lagartos de la paz y otras especies destructoras”. La opinión pública colombiana fue también maltratada: Carrillo la acusa de haber adoptado “el nacionalismo y los discursos militaristas”. Es alentador ver al ministro del Interior santista perder tan fácilmente el control de su lengua, y ampliar así, de manera objetiva, el vasto bloque de resistencia contra los planes “de paz” de las Farc y del gobierno.
Lo que Fernando Carrillo se cuidó de decir, y lo que muchos nos preguntamos ahora, es qué medidas concretas piensa tomar el alto poder colombiano contra la “amenaza” que representa el ex presidente Uribe. Pues lo de Carrillo no parece un dislate, un desliz de lenguaje ante un acceso de cólera. No. Parece un golpe calculado. Carrillo, sin embargo, no dijo qué van hacer sus servicios especializados para ponerle fin a los esfuerzos del ex presidente Uribe que tanto le molestan, ni qué plan tiene para frenar en seco la voluntad de lucha no sólo de Uribe sino de los millones de colombianos que piensan como él.
¿La libertad de prensa, la libertad de expresión, la libertad de reunión serán deterioradas por Carrillo para que el llamado “proceso de paz” con las Farc pueda ser impuesto a rajatabla y como un hecho cumplido a los colombianos sin que éstos puedan decidir al respecto a pesar de lo absurdo y liberticida de esos planes?
¿Qué implican los ataques de Carrillo para la seguridad de los ex presidentes? Aquí hay un problema grave. ¿No es muy extraño que el ministro del cual depende la protección de Uribe y de Pastrana los considere a ellos como una “amenaza”? ¿Carrillo no debería presentar su renuncia?
El insulto del ministro Carrillo coincide, además, con la ofensiva de injurias de Nicolas Maduro, presidente de facto de Venezuela, contra el ex presidente Uribe. Ver a un ministro colombiano aportando agua al molino de los bonzos alucinados de Caracas, es repugnante.
La opinión pública, como lo muestran los sondeos, comienza a impacientarse ante esas y otras actitudes del actual gobierno, sobre todo ante los planes más o menos revelados de las Farc, como el de querer apoderarse, gracias a las negociaciones secretas, de más de 50 millones de hectáreas de tierras laborables, bajo el rótulo engañoso de “zonas de reserva campesina” y su intención de ejercer su tiránico imperio sobre la población de medio país. Y todo eso sin que las Farc acepten desmovilizarse ni entregar sus armas, sin pagar por sus innumerables atrocidades de 50 años y sin entregar su emporio narcotraficante.
El ataque de histeria de Carrillo ocurrió el mismo día que las partes decidieron suspender los diálogos de La Habana hasta el 15 de abril de 2013. Esa suspensión no es técnica. Es política. Las Farc han rechazado todas las propuestas de Santos. Para ellas, dos o tres curules en el Congreso, uno o dos ministerios, varios cargos públicos menores, impunidad judicial y el control excluyente de las llamadas “zonas de reserva campesina” son tonterías. Los jefes de las Farc se han intoxicado con el argumento de que tras 50 años “de lucha” (léase de criminalidad permanente) ellos no pueden contentarse con tan poco, que lo único que justificarían tales “sacrificios” es la captura de todo el poder. Esa visión maximalista de las Farc, completamente antediluviana, es el mayor obstáculo a todo acuerdo de paz. Por eso los diálogos de la Habana están en crisis.
Ese maximalismo se había agotado cuando las Farc perdieron sus jefes históricos, la mitad de sus combatientes y fueron diezmadas y empujadas, por el Ejército y la Policía, a sus guaridas en Venezuela y Ecuador, tras ocho años de Seguridad Democrática. Ahora ha renacido gracias al gesto de Santos de ir a buscarlas para decirles que no todo estaba perdido y que aún podían interferir en el futuro de Colombia.
Santos sabe que las Farc jamás firmarán su rendición. Esa rendición total, política y militar, es la única vía para la paz y la prosperidad en Colombia. Pero insistió en esa fantasía pues Hugo Chávez lo comprometió a hacerlo durante su encuentro en Santa Marta. Ahora está en medio de ese remolino: las Farc quieren todo o nada. Quieren la mitad del país, como exigía Alfonso Cano al final de las negociaciones del Caguán, sin que ello implique la desmovilización real de sus frentes. El Gobierno de Santos dice que las negociaciones “van muy bien”. Lo dice pues van tan mal que decir la verdad sería ponerle fin de hecho a esas maniobras que podrían terminar en el desmembramiento de Colombia.
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