COMUNISMO: LO QUE DECÍA EL INFORME KHRUSHCHEV
El Politburó buscó ocultar la mayor parte de los crímenes del régimen y eximir de responsabilidad a la nomenclatura del PCUS de los treinta años de régimen estalinista, para volver a legitimar el sistema con la figura de Lenin descrito como un “comunista puro”, cuando en realidad Lenin había inventado e implementado las bases terroristas y totalitarias entre 1917 y 1923
Comunismo: lo que decía el informe Khrushchev
El Politburó buscó ocultar la mayor parte de los crímenes del régimen y eximir de responsabilidad a la nomenclatura del PCUS de los treinta años de régimen estalinista, para volver a legitimar el sistema con la figura de Lenin descrito como un “comunista puro”, cuando en realidad Lenin había inventado e implementado las bases terroristas y totalitarias entre 1917 y 1923
Por Stéphane Courtois
Director de Investigación Honorario en el CNRS, París
Traducido del francés por E. Mackenzie
9 de marzo de 2016
En un artículo publicado por la página web del diario parisino Le Figaro, Stéphane Courtois recordó que hace 60 años el informe Khrushchev sacudió al mundo comunista. Explica que el objetivo del informe de Khrushchev era condenar a Stalin para sacralizar a Lenin, mientras que Lenin, en realidad, había sido el fundador del régimen totalitario soviético. El artículo de Courtois dice así:
El 25 de febrero de 1956, por la mañana, durante el décimo día del XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), reunido en el Kremlin, el primero desde la muerte de Stalin en marzo de 1953, una sesión final fue convocada inesperadamente. Las delegaciones comunistas de todo el mundo fueron excluidas. Nadie previó entonces el tremendo relámpago que sacudiría hasta sus cimientos al campo comunista. Nikita Khrushchev, primer secretario del PCUS, subió a la tribuna y se dedicó a hacer una demolición sistemática, a veces caricatural, de Stalin, el ídolo intocable hasta ese momento de todos los comunistas.
Ante los 1.436 aturdidos delegados, Khrushchev le atribuyó a Stalin, en bloque, haber sido un mal comunista desde 1935: un jefe militar desastroso durante la Segunda Guerra Mundial, la llamada por los soviéticos “la Gran Guerra Patriótica”, ser el promotor del “culto a la personalidad” y ser el responsable de “perversiones graves y muy serias de los principios del partido, de la democracia del partido y de la legalidad socialista”. Lo acusó de haber perseguido “comunistas honestos” –sólo unos pocos nombres fueron citados– y haber ordenado la deportación de varios pueblos. El orador separó a Lenin de Stalin, dos figuras que hasta ese momento eran indisociables. Opuso un Stalin malo al gran modelo Lenin, un comunista honesto, respetuoso de sus camaradas, de la dirección colectiva, y que utilizaba el terror con parsimonia.
Mucho tiempo se creyó que ese informe era una iniciativa personal de Khrushchev. Los archivos abiertos después del derrumbe de la URSS cuentan una historia muy diferente y desnudan la hipocresía y el cinismo de la dirección soviética en su conjunto. Poco después de la muerte de Stalin en 1953, una amnistía decidida por Beria permitió liberar del Gulag a una masa de prisioneros. Entre ellos se encontraban miles de miembros del partido, que exigían su rehabilitación. Bajo esa presión, Khrushchev pidió hacer el balance de las sentencias dictadas por los tribunales especiales de 1921 a 1953.
El resultado fue asombroso: 3.777.380 condenas habían sido pronunciadas, incluyendo 742.980 a la pena de muerte –la mayoría entre 1935 y 1950–, lo que indica la fuerte criminalización de la sociedad por el régimen totalitario. El 9 de febrero de 1956, se había reunido el Politburó, cuyos miembros en su mayoría habían sido celosos ejecutores de las decisiones de Stalin. La primera preocupación del Politburó era ocultar la mayor parte de los crímenes del régimen, en segundo lugar, eximir de responsabilidad a la nomenclatura del PCUS de los treinta años de régimen estalinista, y finalmente volver a legitimar el sistema con la figura de Lenin descrito como un “comunista puro”, cuando en realidad Lenin había inventado e implementado las bases terroristas y totalitarias entre 1917 y 1923.
Khrushchev y el Politburó dejaron pues en la sombra los millones de crímenes cometidos bajo Lenin durante la guerra civil y durante el lanzamiento del plan quinquenal en 1928 y, sobre todo, las campañas de colectivización de 1929-1933 – con la creación del Gulag en 1930, el fusilamiento de decenas de miles de kulaks y la deportación de millones de otras personas, en especial la hambruna organizada contra el campesinado y el movimiento nacional en Ucrania, la cual mató de hambre a por lo menos 4 millones de personas. Lo más interesante es que el “informe secreto” no cita sino las víctimas miembros del PCUS y aplasta bajo un absoluto silencio el terror contra la sociedad en general. Así, ni el Gran Terror de 1937-1938 –que dejó más de 700.000 muertos y más de 700.000 deportados– ni el Gulag fueron mencionados por Khrushchev, quien impuso de facto una auto-amnistía para los líderes que aparecían en la tribuna del Congreso y una amnesia selectiva y obligatoria para la sociedad.
Hoy en día, el “informe secreto” de Khrushchev sigue siendo un desafío a la memoria histórica y política.
La maniobra no era nueva: en el otoño de 1794 en Francia, la Convención había designado a Carrier, el verdugo de Nantes, como chivo expiatorio: le había montado un proceso y lo había ejecutado para lavar los crímenes del periodo del Terror para permitirle a otros terroristas –como Fouché– seguir una brillante carrera política. En 1956, la dirección soviética, acatada por todos los líderes comunistas, designó a Stalin como chivo expiatorio para exorcizar casi durante cuatro décadas los crímenes de masa y permitirles a los miembros de la nomenclatura soviética y de los países del bloque comunista que disfrutaran en paz de su poder y de sus privilegios.
Sin embargo, a pesar de que era secreto y reservado sólo a los comunistas soviéticos y a los líderes de los “partidos hermanos”, el informe fue publicado rápidamente por la prensa “burguesa” de los países occidentales. Lo que sembró un profundo desorden en el mundo comunista donde el Mariscal Stalin había sido considerado hasta entonces como infalible. Desde ese momento, el gusano de la duda se metió en el fruto de la ideología: ¿cómo una doctrina “científica” –el marxismo-leninismo– podía producir tan grandes crímenes? El secretario general del PC francés, Maurice Thorez, que conocía el “informe secreto”, guardó silencio. Cuando se vio obligado a mencionarlo dijo que era un “informe atribuido al camarada Khrushchev”. Las “democracias populares” fueron sacudidas por una serie de revueltas contra los líderes que Stalin había instalado en el poder desde 1945. Esa onda de choque produjo la revolución anticomunista húngara del otoño de 1956 y, después, la primavera de Praga en 1968. Desde entonces, nada fue como antes en el mundo comunista.
Por último, sesenta años más tarde, el “informe secreto” sigue siendo un desafío a la memoria histórica y política. Por un lado, algún publicista trotskista lo utiliza para mantener la distinción entre Lenin y Stalin y para tratar en vano de salvar la doctrina comunista de su realidad totalitaria. Por otro lado, Vladimir Putin acusó a Lenin de “haberle colocado a Rusia una bomba”, por haber creado en 1922 una federación soviética cuya Constitución permitía, en teoría, a cada república salir de la URSS, lo que se produjo en 1991. En ese punto, Putin rehabilita a Stalin, el “gran gestor” que había restaurado y mantenido la unidad de la Rusia imperial, el Cáucaso y Ucrania incluidos. Las almas muertas de Lenin y Stalin, los fundadores del primer régimen totalitario, continúan recorriendo los pasillos del Kremlin y los círculos de la extrema izquierda francesa.
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