GLORIA GAITÁN REINVENTA LA HISTORIA
Gaitán nunca fue comunista –todo lo contrario, detestaba y combatía a los comunistas y eso le costó probablemente la vida–, ni alabó ni practicó jamás la lucha armada. Gaitán nunca creyó que la violencia liberal-conservadora de su época fuera un “genocidio” instigado por el Estado
Gloria Gaitán reinventa la historia
Por Eduardo Mackenzie
09 de diciembre de 2012
No es que les hayan ordenado salir a la calle con banderitas para decir “vivan las Farc”. No, ellos lo están haciendo espontáneamente. Unos se hacen entrevistar por sus amiguetes para lanzar las obtusas tesis agrarias del leninismo más desueto. Otros envían a la prensa sus elogios impúdicos a los “líderes paradigmáticos” de las Farc. Transidos de emoción ante el bello espectáculo de los “diálogos de paz” en La Habana, ellos creen que las Farc esta vez sí van a ganar. Que esta vez, al final de nueve meses de “discusiones discretas”, van a imponerle al gobierno de Juan Manuel Santos, y sin entregar las armas, todo su programa.
Ante ese luminoso panorama, esas buenas almas tomaron una decisión: mediatizar su pensamiento. Dirán, por fin, el fondo de sus “reflexiones” tras arduos años de velado trabajo sobre el “conflicto” colombiano. Estiman que tales elucubraciones ayudarán a las Farc a ganar la batalla dialéctica contra los terribles emisarios del presidente Santos.
Estamos ante un momento histórico que debe ser precedido, dicen ellos, de una gesta como la que ideó el gran poeta Mao Zedong, bajo la consigna de “Que se abran cien flores”, antes de lanzar contra los intelectuales chinos una represión feroz que dejó decenas de miles de encarcelados, deportados y ejecutados. Lo que fue muy poco, es cierto, ante su ulterior y más amplia campaña: la “revolución cultural proletaria” contra “el saber burgués”, que arrojó, en sólo tres años, el saldo poco envidiable de diez millones de muertos.
Gloria Gaitán Jaramillo, hija del inmolado líder liberal Jorge Eliécer Gaitán, acaba de lanzarse al ruedo en esa especie de festival de declaraciones inusitadas con una inmodesta flor invernal: una carta al presidente Santos y a los dos “comandantes” de las Farc y del Eln. Allí ella saluda la acción de Tirofijo, a quien muestra como gran gaitanista, no como comunista, y la de otro eximio miembro de esa corriente: Gabino, jefe del Eln. En su carta, Gloria Gaitán exige la “amnistía integral” a los actuales jefes de las Farc y del Eln, pues esos señores, según ella, “no pueden ser judicializados”. Ellos son, por el contrario, “acreedores a una amnistía general” (sic).
Para Gloria, las Farc y el Eln, no son bandas criminales, depredadoras del pueblo y del Estado, autoras de las más grandes atrocidades que Colombia haya padecido en los últimos cien años. Para ella, la barbarie de las Farc y del Eln es sólo un mito, una “parábola de lucha”, como ella dice, una invención del Estado colombiano. La violencia ejercida por esos crápulas tiene, según ella, un objetivo que redime cualquier infamia: “la transformación del actual sistema”.
Tal argumentación es repugnante y cínica, pero no es lo único que ofrece en su estimable carta. Su máxima tesis es muy poco original: que las guerrillas son la “consecuencia de la violencia del Estado y no su origen”. Pues, según ella, ese Estado desató, “en 1946”, un “genocidio premeditado” contra “las huestes gaitanistas”.
Tal análisis negacionista nada tiene que ver con la historia del país. Sin embargo, la pirueta de Gloria tiene un mérito: ambienta su pedido a Santos de que al fin del proceso el Estado “pida perdón por ese genocidio” (que al parecer continúa) y le otorgue a los “comandantes guerrilleros” una “amnistía integral” para que puedan “incorporarse de inmediato y plenamente a la vida política por vías legales y cívicas”, sin que hayan tenido que entregar las armas.
Jorge Eliécer Gaitán debe estar revolcándose en su tumba al oír tales propuestas. Gaitán nunca fue comunista –todo lo contrario, detestaba y combatía a los comunistas y eso le costó probablemente la vida–, ni alabó ni practicó jamás la lucha armada. Gaitán nunca creyó que la violencia liberal-conservadora de su época fuera un “genocidio” instigado por el Estado. Su combate fue dirigido contra lo que el definía como un “sistema oligárquico”, o contra “la minoría del país político”, es decir contra un régimen conservador que él consideraba nocivo pero legítimo, no contra una dictadura ni mucho menos contra un régimen “genocida”. En sus escritos y discursos, incluso en sus textos de 1947 y hasta la “Oración por los humildes”, de febrero de 1948, Gaitán rechazó toda exageración en la caracterización de la crisis nacional. Entre el lenguaje de JE Gaitán y el de su hija hay un gran abismo.
La lucha de JE Gaitán fue siempre proyectada dentro de los marcos de la ley y de la Constitución. “Mi palabra no es de odio y violencia sino de tranquilidad y serenidad”, dijo en Barranquilla en septiembre de 1947. ¿Cómo pudo él utilizar ese lenguaje en medio de un “genocidio” que habría comenzado, según Gloria Gaitán, un año antes?
Los comunistas mataron a Gaitán por haberlos barrido de la vida política y sindical del país y, sobre todo, por no haber querido convertirse en su instrumento ni sumarse al saboteo de la Novena Conferencia Panamericana de abril de 1948 en Bogotá, presidida por el general George Marshall.
Es triste decirlo: Gloria Gaitán nunca quiso investigar realmente lo que fue el 9 de abril ni saber quién le quitó la vida y por qué a su ilustre padre. Ella se contentó con la impostura que los comunistas le vendieron desde ese día aciago. El resultado de ese conformismo está a la vista: una hija que llora con razón la muerte de su padre pero que se niega a estudiar la historia de esa tragedia con rigor y objetividad. Por eso ella acusa desde entonces a personas y gobiernos que no tuvieron nada que ver con el asesinato de Gaitán, ni con la destrucción del centro histórico de Bogotá, y disculpa a los verdaderos instigadores de ese desastre. Eso le hace ver los narcoterroristas comunistas de hoy como los continuadores del gaitanismo cuando entre esas dos corrientes siempre hubo un muro moral y político infranqueable.
En una época Gloria Gaitán acusó al “imperialismo yanqui” de ese asesinato. Otro día acusó al gobierno de Mariano Ospina Pérez. Ahora, en tono hegeliano, acusa al Estado colombiano. Nunca nadie pudo probar tales hipótesis. Ni la investigación del magistrado liberal Ricardo Jordán Jiménez, ni la de Scotland Yard. En cambio, la tesis de la maquinación comunista contra Gaitán y contra el presidente Ospina Pérez fue vista por Bogotá, y por los diplomáticos occidentales en Colombia en 1948, como la más obvia. Pero ese enfoque fue sepultado por la avalancha tendenciosa e interesada de la propaganda comunista durante la Guerra Fría y por los profesores que no estudian los hechos sino que redactan sus textos tras inspirarse en las actas del comité central del PCF.
Gloria Gaitán dice tener las “pruebas” del “genocidio” contra los gaitanistas. ¿Por qué ella jamás las publicó, ni las puso a disposición de una entidad académica independiente que garantizara su protección y difusión? Gracias los archivos que, según ella, su familia “guarda sigilosamente” en alguna parte, Gloria Gaitán habría podido escribir, en estos cuarenta años, la más exacta y completa biografía de su padre. ¿Por qué no lo hizo? Los archivos de esa importancia, si existen, no son para guardarlos “sigilosamente”. Ellos pertenecen al país, al pueblo colombiano, no a la familia Gaitán. Si esa documentación pasa al dominio público la hipótesis grotesca del “genocidio” expirará definitivamente. No es por azar que las Farc intentan en estos momentos ganar la guerra, combinando su violencia con diálogos “de paz” en La Habana, capital del comunismo post soviético. Lo de hoy trata de ser la culminación de lo que hicieron desde el 9 de abril de 1948.
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