HISTORIA DEL SOCIALISMO (P. IX)

La obediencia ciega, como eje central de los regímenes totalitarios

Por Ricardo Puentes Melo

Rafael Núñez abandonó su disfraz de liberal y proclamó su “conversión” al partido conservador, en ese entonces eminentemente clerical. Declaró, además de lo anterior, que los párrocos y, en general, la Iglesia, podían cobrar a los colombianos lo que consideraran conveniente por ejercer sus funciones como administradores de la situación civil de los ciudadanos. Núñez alegaría poco tiempo después que él había entregado el país a manos de la Iglesia Católica a cambio de la paz nacional. Fue un chantaje que nos volvió a sumir en la esclavitud de la cual, en realidad, nunca hemos salido.

 

Los angelitos de Loyola

Con el control total de la educación, los jesuitas pudieron moverse a sus anchas. Pudieron comprobar plenamente que, como dijo Ignacio de Loyola, “Si los niños han hecho una buena comunión, ellos serán sumisos al Papa, ¡Como el bastón en la mano del viajero, no tendrán ni voluntad ni pensamiento propio!”.

También dijo Loyola, en sus “Ejercicios Espirituales”: “debemos siempre mantener como principio fijo que lo que veo que es blanco, creeré que es negro si las autoridades superiores de la Iglesia así lo definen.”  Todos saben que Roma siempre ha declarado abiertamente su deseo de colocar la educación pública en manos de los Jesuitas, debido a que, dice la gran Ramera Católica, ellos son los mejores maestros y modelos. ¿Por qué?

La respuesta es también sencilla: Porque los jesuitas han demostrado mucha más audacia y éxito que las otras órdenes religiosas, en destruir la inteligencia, la conciencia y la inclinación a la libertad de sus alumnos. La Historia ha demostrado que cuando un hombre ha sido entrenado por ellos durante el suficiente tiempo, se convierte en un cadáver moral, en un instrumento fácil del general jesuita. Sus superiores pueden hacer con él lo que les dé la gana, pueden ordenarle cualquier cosa con la certeza de que obedecerá ciegamente. Esto lo plasmó muy bien el papa Gregorio XVI en su celebrada Encíclica del 15 de Agosto de 1832: “Si la santa Iglesia así lo requiere, sacrificaremos nuestras propias opiniones, nuestro conocimiento, nuestra inteligencia, los sueños espléndidos de nuestra imaginación y las realizaciones más sublimes del entendimiento humano.

Los jesuitas, maestros de la injuria, el engaño y las conspiraciones, no solamente controlan el sistema educativo en Colombia y en casi la totalidad de Latinoamérica, sino que prácticamente han cumplido su meta de controlar la educación en Estados Unidos, país al cual empezaron a ingresar desde cuando arribó el segundo grupo de peregrinos, abriendo el camino para que miles de familias católicas de Inglaterra, Irlanda y Francia –enviadas por el Vaticano- migraran hacia este país protestante, haciendo que estas familias católicas pasaran como protestantes para integrarse a las colonias.

 

Georgetown, enclave jesuítico en Estados Unidos

A través de los años, los jesuitas han logrado infiltrar todas las escuelas protestantes de Estados Unidos y han entrado a formar parte de las juntas escolares en los Estados de la Unión. Lograron erradicar la enseñanza de la Biblia para reemplazarla con la psicología evolutiva en un fiel reflejo de los Ejercicios Espirituales de Loyola. Luego, establecieron sus propias escuelas y universidades controladas por jesuitas y hoy, éstas superan en número a todas las escuelas y universidades protestantes de Estados Unidos. Sin que esto signifique que éstas sean mejores que aquellas.

Harvard y Yale, antes protestantes, ahora están bajo el control jesuita; igual sucede con Penn, UCLA, Princenton y Cornell, por mencionar solamente algunas; además de la de Georgetown donde se educaron Clinton y otros presidentes. Clinton también estudió en la ultracatólica Yale, donde se conoció con su actual esposa, Hillary, Secretaria de Estado del gobierno de Obama,  un hombre cuyos programas  atacó en campaña pero que hoy apoya totalmente… extraña democracia. También en Yale se graduaron George Bush y George W. Bush, todos, nefastos gobernantes para Estados Unidos, un país que nació con ideales protestantes y que hoy día está controlado por los asesinos jesuitas. Y también en Harvard estudió Barack Obama, el primer presidente negro de Estados Unidos, elegido con el apoyo del poderoso lobby judío sionista, que son quienes controlan a los jesuitas, a los masones, a los pastores “protestantes” y sus extrañas teologías pro sionistas, al Opus Dei, a los regímenes totalitarios, etc. Y sobre todos ellos, el tenebroso grupo de los Illuminati… sobre cuyos orígenes y propósitos hablaremos más adelante..

Así, aunque Colombia y el resto de Latinoamérica han sido presas fáciles de la ideología jesuítica, debido a siglos de adoctrinamiento, en Estados Unidos, el asunto se puso más difícil para ellos. Desde el Congreso de Viena, Verona y Chieri –que ya vimos anteriormente- los jesuitas dejaron muy claro que recurrirían al asesinato de líderes en Estados Unidos si estos se oponían a sus planes.  Fue por eso que desde 1841 hasta 1857 tres presidentes fueron atacados por ellos. Dos murieron y uno logró escapar con dificultad. Como declaró el papa en ese Congreso: “Nosotros también estamos determinados a tomar posesión de los Estados Unidos; pero debemos proceder con el mayor secreto”.

 

Walt Disney, masón de alto grado, sirvió a los intereses de los jesuitas en Estados Unidos

Con suma paciencia y sigilo, procedieron a masificar a los norteamericanos mediante el control de la educación y de la industria del entretenimiento. Implantaron millares de católicos en las principales ciudades con la convicción absoluta de uno de los prelados que dijo: “el voto de cualquier individuo aunque esté cubierto de harapos tiene tanto peso en la escala de poderes como el del millonario Astor, y que si tenemos dos votos en contra de los suyos él se convertirá en alguien con tan poco poder como el de una ostra”. Por eso gestionaron desde Roma la migración de millones de irlandeses e italianos pobres pero fieles al papa, y los colocaron en los cinturones de miseria de Washington, Nueva York, Boston, Chicago, Buffalo, Albano, Troy, Cincinnati y San Francisco.

La meta era, y es, que el voto católico sea esencial para elegir quien regirá los destinos de esa nación. Como narró Charles Chiniquy, un ex-sacerdote canadiense que, en el siglo XIX, dedicó el final de su vida a desenmascarar a Roma; él revela lo expresado por el general jesuita en documentos descubiertos:  “Entonces ¡sí! gobernaremos a los Estados Unidos y los pondremos a los pies del Vicario de Jesucristo (el papa), para que le ponga fin a su sistema de educación que se encuentra ausente de Dios y a sus leyes impías de libertad de conciencia, que son un insulto a Dios y al hombre!” (Charles Chiniquy, Fifty Years in the Church of Rome. Chick Pulications, pp. 281-282.)

Hoy, en Estados Unidos, un país mayoritariamente protestante, tiene su congreso con mayorías católicas.

Así que Chiniquy fue objeto de los ataques de los jesuitas, quienes montaron un tinglado de injurias para desprestigiar al entonces sacerdote. Lincoln sabía que a Chiniquy se le había acusado injustamente y aceptó defenderlo. Y ganó.

Debido al éxito de la defensa, Chiniquy salió victorioso y la conjura de los jesuitas fue descubierta; pero esto también desembocó en que Abraham Lincoln se ganara un odio más profundo de los hijos de Loyola. Un odio que ya se estaba gestando debido a que Lincoln era partidario y defensor de la libertad de los esclavos, algo que atentaba contra los intereses económicos de la Santa Sede en Estados Unidos. Los jesuitas controlaban el tráfico de esclavos y se beneficiaban directamente de ellos en sus enormes plantaciones de algodón que tenían en el sur. Igual que se habían beneficiado en Paraguay hacía siglos. Y, debido a las pretensiones de Lincoln –y de otros gobernantes que fueron asesinados también-, esta maléfica Orden desató la guerra civil estadounidense usando como detonante a su súbdito, Jeff Davis.

El mismo Lincoln escribió, refiriéndose a esta guerra: “Desgraciadamente, siento más y más cada día que la lucha que estoy librando no es únicamente contra los americanos del Sur, es más que nada en contra del Papa de Roma, sus perversos Jesuitas y sus esclavos ciegos y sedientos de sangre. Mientras esperen conquistar el Norte, ellos salvarán mi vida; pero el día que eliminemos su ejército, tomemos sus ciudades y los forcemos a someterse entonces me da la impresión de que los Jesuitas quienes son los gobernadores principales del Sur harán lo que casi invariablemente han hecho en el pasado. El cuchillo o la pistola lograrán lo que los guerreros no pueden lograr. La guerra civil parece ser un mero asunto político para aquellos que no ven lo que yo veo. El secreto surge de ese drama terrible. Pero es una guerra más religiosa que civil. Es Roma la que quiere gobernar y degradar al Norte como ya ha gobernado y degradado al Sur, desde el mismo día de su descubrimiento. Hay sólo unos pocos de los líderes del Sur quienes no están más o menos bajo la influencia de los Jesuitas a través de sus esposas, parientes y sus amigos. Algunos miembros de la familia de Jeff Davis pertenecen a la iglesia de Roma”.

 

De izquierda a derecha, después de Mary Surratt, están colgados los cuerpos de Lewis Paine, David Herold, y George Atzerodt. Cuatro católicos, dos de ellos eran sacerdotes jesuitas

Morse, el inventor del telégrafo, supo de las conjuras desde Roma contra Abraham Lincoln y así se lo advirtió al presidente. Por esta razón, cuando el sacerdote Chiniquy también lo alertó del plan para asesinarlo, Lincoln dijo: “(Morse) me dijo que cuando estaba en Roma no hacía mucho tiempo encontró las pruebas de que existe una conspiración formidable en contra de este país y de sus instituciones. Sin duda le debemos a las intrigas y a los emisarios del papa la mayor parte del terror que estamos viviendo con esta guerra civil que está amenazando con cubrir todo el país de sangre y de ruinas. (…) El Papa y los Jesuitas, con su infernal Inquisición, son el único poder organizado en el mundo que tiene el recurso de la daga del asesino para asesinar a aquellos a quienes ellos no puedan convencer con sus argumentos o conquistar con la espada. Los Jesuitas son tan expertos en esos hechos de sangre, que Enrique IV dijo que era imposible escapar de ellos, y él llegó a ser su víctima, aunque él hizo todo lo que podía haber hecho para protegerse a sí mismo. Mi escape de sus manos, desde la carta del papa a Jeff Davis que ha aguzado un millón de cuchilleros para partir mi pecho, sería más que un milagro“.

Se le hicieron varios atentados, aún antes de que Lincoln se convirtiera en presidente de los Estados Unidos. Contrataron a un barbero italiano para que lo atacara con granadas, pero éste y otros intentos fallaron.

Mientras iba en un tren se le cayó una carta a John Wilkes Booth, el actor que disparó contra Lincoln; la carta le había sido enviada por Charles Shelby y cuando fue encontrada, se la enviaron al presidente Lincoln quien, después de haberla leído, escribió sobre ella la palabra “asesinato” y la archivó en su oficina. Después de su muerte, esta carta fue encontrada y utilizada como evidencia en la corte.  Un extracto de la carta dice: “Abe debe morir y debe ser ahora. Pueden escoger sus armas, la copa, las balas o el cuchillo. La copa (veneno) nos falló una vez y podría volver a fallarnos… Sabes donde encontrar tus amigos. Tus disfraces son tan perfectos y completos… Realicen su misión por su hogar, por su país, aprovechen su tiempo, asegúrense de hacer lo que tienen que hacer”. “Los amigos” a los que se refiere, eran los emisarios del Papa: los Jesuitas.

 

Representación del asesinato de Lincoln

Un conocido investigador de este episodio, nos dice: “Me siento seguro al afirmar que ninguna otra parte puede ser encontrada en un libro acerca de la presentación coordinada de la historia completa de la muerte de Abraham Lincoln, la cual fue instigada por el papa “negro”, el General de la Orden Jesuita, camuflado por el papa “blanco”, Pío IX; ayudado, instigado y financiado por otros abogados del “Derecho Divino” de Europa, y finalmente consumado por la Jerarquía Romana y sus agentes pagados en este país y Canadá Francesa en “Viernes Santo” a la noche, el 14 de Abril, en 1865, en el Teatro de Ford, Washington, D.C.” (La Verdad Suprimida Sobre El Asesinato De Abraham Lincoln, Burke McCarty, 1973, originalmente publicado en 1924)

Lincoln tenía muy en claro que “Esta guerra nunca habría sido posible sin la influencia siniestra de los Jesuitas. Nosotros le debemos al papado el hecho de que ahora nosotros vemos nuestra tierra enrojecida con la sangre de sus hijos más nobles.

Esa misma influencia siniestra fue la que llevó a la piadosa católica Mary Surrat a prestar su casa para planear cuidadosamente el asesinato, con la visita permanente y profusa de muchos sacerdotes católicos que los vecinos veían entrar y salir. Los sacerdotes jesuitas eran los confesores de John y Mary Surrat, de Booth y de Davis, quien puso el dinero para el asesinato. Booth, antes de morir, escribió: “Nunca podré arrepentirme, Dios me hizo el instrumento de su castigo”.

Cuando uno compara estas palabras con los principios y doctrinas que se enseñan y se decretan como de obligatorio cumplimiento desde los Concilios y las escuelas controladas por los jesuitas, se entiende cuál fue el origen de la ciega obediencia, sin importar las consecuencias, como si la orden de asesinar emanara del mismo Cristo. Mary Surrat, una de las conspiradoras, fiel comulgadora católica, declaró al día siguiente del crimen, que “La muerte de Abraham Lincoln no es más que la muerte de cualquier negro en el ejército”. Veamos algunas de las doctrinas católicas que inspiran a los magnicidas y demás asesinos:

¿Será lícito a un hijo matar a su padre cuando está proscrito? Muchos autores sostienen que sí, y si el padre fuera nocivo a la Sociedad, opino lo mismo que esos autores.” (Dicastillo, jesuita español, en el tomo 2º de La justicia del Derecho, página 511)

El también jesuita, Amicis, dice que, “un religioso debe matar al hombre capaz de dañarle a él o a su religión, si cree que abriga tal intento.

Con estas enseñanzas “divinas” no es raro que los fieles seguidores católicos cumplan cualquier capricho de sus amos, los sacerdotes, ya que creen que estos tienen autoridad delegada de Dios sobre la tierra. Igual sucede por los lados de las iglesias evangélicas cuyos pastores se endilgan la autoridad de Cristo y hacen que sus fieles ataquen, en toda forma, a quienes pongan en duda las órdenes de estos pastores. Y es que estas iglesias, supuestamente “cristianas”, también están controladas por la Orden. Pero continuemos.

Después del juicio, Mary Surrat, Lewis Paine, David Herold y George Atzerodt fueron colgados en la horca. Los cuatro eran católicos y dos de ellos eran sacerdotes jesuitas.

John Surratt, otro de los conspiradores, logró tomar un vuelo a Montreal y, desde allí, fue llevado a Liverpool, Inglaterra, y luego a Roma. Un oficial de Estados Unidos lo encontró en Roma, formando parte del ejército personal del papa. El Sumo Pontífice patrocinó y protegió a este asesino hasta su muerte, igual que protegió y patrocinó a Hitler, Mussolini, Lenin, Franco, los Borbones, Fidel Castro, Pinochet y demás marionetas del Vaticano. Por supuesto, la protección solamente llega hasta donde empiece a peligrar la integridad del papa.

Por eso, hoy no es extraño ver que en un régimen supuestamente ateo, como es el de Cuba, el segundo a bordo en el Vaticano sea recibido con todos los honores de un jefe de Estado. No es raro, por eso, que lo mismo suceda en Nicaragua, México y, en general en todos los países latinoamericanos que han estado –y estarán- bajo el control del Vaticano, sean “democracias”, dictaduras, movimientos bolivarianos, revolución cubana, sandinismo, o como quiera que se llamen, los jesuitas están detrás de todos los regímenes controlando los destinos del país mediante el uso de las guerras civiles, la mafia, el narcotráfico, la corrupción moral, el analfabetismo y la pobreza. Con todo esto, ellos salen ganando.

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