HISTORIA DEL SOCIALISMO P. VIII -Se extermina la Constitución

HISTORIA DEL SOCIALISMO (PARTE VIII)

La Constitución de Rionegro es exterminada

Por Ricardo Puentes Melo

Como ya vimos, Tomás Cipriano de Mosquera había expulsado a los jesuitas del país y estos habían iniciado una ofensiva en todos los frentes para anular la Constitución de Rionegro y establecer otra que se acomodara a sus ambiciones y que, por supuesto, permitiera la firma de un Concordato con la Santa Sede.

Hacia 1870, pese a que muchos de los bienes desamortizados de la Iglesia habían sido comprados por las familias poderosas de la época, estas operaciones comenzaron a tener un riguroso descenso. A pesar de que se seguían sacando fincas para remate, la inexistencia de compradores logró que la Iglesia Católica conservara millones de hectáreas.

 

La guerra de 1876 originó el ocaso del verdadero liberalismo

Esto fue posible debido a la posición que tomó la jerarquía católica, respecto a defender férreamente sus bienes materiales mediante sus poderes espirituales. Desde el púlpito y mediante numerosas guerras intestinas, los sacerdotes y obispos lograron que los fieles católicos tomaran las armas para defender las riquezas de la Iglesia, demostrando el inmenso poder que tenía –y sigue teniendo- el Vaticano en las mentes de una sociedad aún adicta a la dominación.

Los liberales creyeron ilusamente que podrían terminar con un imperio –el del Papa- que llevaba más de 400 años trabajando laboriosamente sobre la ideología popular, logrando superar al propio Estado tanto en influencia social como en riquezas, organización, manejo internacional y capacidad política. Creyeron tontamente que si enunciaban ideales de libertad, el pueblo los apoyaría inmediatamente; confiaron en que los colombianos tenían el suficiente uso de razón para diferenciar la libertad de la esclavitud. Cosa más que descartada hasta el día de hoy en que se sigue como borregos las instrucciones de la Iglesia Católica.

 

El general Julián Trujillo Largacha, presidente de los Estados Unidos de Colombia

Así, pues, se inicia la guerra de 1876-1878, instigada desde los púlpitos y ejecutada por los conservadores proeclesiales, bajo la comandancia del conservador Francisco de Paula Madriñán; guerra que se extendió por todo el país, con excepción de algunos departamentos de la Costa Atlántica. El resultado fue que ganaron los liberales y, como consecuencia, el presidente Aquileo Parra firmó un contrato con Francia para la apertura de un Canal Interoceánico en Panamá. En 1878 vino la presidencia del “liberal” Julián Trujillo Largacha, un general apoyado por Rafael Núñez, también “liberal” bajo cuyo gobierno se inició el movimiento conocido como “La Regeneración” que, entre otras cosas, buscaba solucionar el conflicto de las relaciones entre Iglesia y Estado mediante un Concordato con la Santa Sede. Decía Trujillo que la única manera de evitar las guerras civiles, de raíces evidentemente religiosas, era mediante la firma del Concordato, el restablecimiento del poder papal y la conmutación de las penas de destierro impuestas a varios obispos y prelados acusados de sedición y de propiciar la violencia en el país. El Congreso de la República se negó a estas medidas. Y eso enfureció aún más a los jesuitas quienes confiaban en que Trujillo lograría convencer al poder legislativo.

 

Rafael Núñez, ficha del jesuitismo, fundó la Banca Nacional y la entregó a los poderosos

Finalmente, durante el gobierno de Rafael Núñez, ideólogo en el gobierno de Trujillo, él impuso sus medidas de manera autoritaria y, en otros casos, sobornando a los congresistas de los partidos políticos opositores para suprimir la tuición de cultos y permitir el regreso de los obispos desterrados. Creó el Banco Nacional e implantó el papel moneda, una instrucción emanada desde los Iluminados que ordenaron a los jesuitas presionarla en Colombia. Núñez también favoreció ampliamente a los banqueros privados entregándoles el manejo de las finanzas públicas. Los banqueros más poderosos, aliados del régimen, quebraron a los más pequeños y empezaron a gestarse los grandes monopolios bancarios que prevalecen hasta el día de hoy. Los poderosos banqueros acapararon la exportación de café y, aunque a ellos les iba bastante bien, no sucedía lo mismo con los pequeños agricultores y obreros que vieron decrecer su poder adquisitivo.

Ya los jesuitas habían regresado al país gracias a la gestión de Eusebio Otálora, ferviente seguidor del papa. Y el propósito de la Compañía de Jesús, de reformar la Constitución para beneficiar los intereses de la Iglesia Católica, estaba bastante adelantado.

Durante el segundo mandato de Núñez, en 1884, él dejó ver claramente su intención de reformar la Constitución de 1863 (de Rionegro) para respaldar el imperio del papa. Entonces, los liberales “radicales”, como eran conocidos los defensores de la Constitución de Rionegro, se levantaron contra Núñez, mientras que los conservadores apoyaron a este presidente que no era más que un instrumento de los jesuitas. Los seguidores de Núñez, compuestos por los conservadores y algunos liberales, crearon el “Partido Nacional”, para concretar todos los cambios necesarios enunciados por la “Regeneración”.

Los liberales defensores de la Constitución de Rionegro fueron vencidos y diezmados, razón por la cual se rindieron el 26 de agosto de 1885. Como en guerras anteriores, quienes pusieron los muertos fueron los campesinos y la clase obrera. Y quienes resultaron favorecidos fueron, como siempre, la Iglesia Católica y sus apoyadores.

Sin tiempo que perder, los jesuitas convencieron a Núñez de realizar una nueva Constitución. Así, este oscuro personaje, altamente alabado por la educación eclesial, presentó su propuesta de Constitución con la dramática frase: “Regeneración o catástrofe”; alegando la suma urgencia de una centralización política que diera entierro de tercera a la libre autodeterminación regional plasmada en la Constitución de Rionegro. Inmediatamente declaró: “La Constitución de Rionegro ha dejado de existir”.

Dijo también Núñez, en defensa de su proyecto político: “Las repúblicas deben ser autoritarias, so pena de incidir en permanente desorden y aniquilarse en vez de progresar”, un principio claramente jesuita, mírese por donde se mire.

 

Constitución Política de Colombia de 1886, una obra eminentemente jesuítica

Con esta Constitución del 1886, Núñez reestableció la pena de muerte y declaró que “solo el gobierno puede introducir, fabricar y poseer armas y municiones de guerra”, como una medida para evitar futuras rebeliones en contra de la nueva Constitución. También declaró que se debía “prevenir y reprimir todos los abusos de la prensa”, para amordazar al periodismo de oposición, avanzando hacia la “República autoritaria” como proclamara Núñez el orden político, económico y social impuesto desde el Vaticano.

Núñez, conociendo que Napoleón también propició el camino para el poder temporal del papa, mediante el Concordato entre Francia y la Santa Sede, dijo: “A principio de este siglo se palpó también en Francia la necesidad de ocurrir al sentimiento religioso allí predominante, para dar nueva savia moral a aquella nación, hondamente turbada por el jacobinismo”. Todo estos adornos para que en la Constitución de 1886 quedara establecido esto:

La religión Católica, Apostólica, Romana, es de la Nación: los poderes públicos la protegerán y harán que sea respetada, como esencial elemento del orden social.” De ñapa, se le entregó a la iglesia el poder total sobre la educación: “La educación pública será organizada y dirigida en concordancia con la Religión Católica.” También quedó como mandato constitucional que en todos los centros de enseñanza, “la educación e instrucción pública se organizará y dirigirá en conformidad con los dogmas y la moral de la Religión Católica. La enseñanza religiosa será obligatoria en tales centros, y se observarán en ellos las prácticas piadosas de la Religión Católica”. “El gobierno impedirá que en el desempeño de asignaturas literarias, científicas y, en general, en todos los ramos de la instrucción, se propaguen ideas contrarias al dogma católico y al respeto y veneración debidos a la Iglesia”. De igual manera, a cambio de los bienes de la iglesia que ya habían sido adquiridos por los poderosos terratenientes, la oligarquía le cedió a la Iglesia la administración de los cementerios y todo lo referente a la existencia civil de las personas, para quienes era obligatorio acudir a la curia en búsqueda de registros de nacimientos, defunciones, matrimonios y todo lo demás.

Cuando ya estuvo todo concluido, cuando la Iglesia finalmente venció sobre los ideales de libertad del pueblo que dio su vida en pro de aquella, la Santa Sede proclamó su triunfo con la firma del Concordato en 1887. Fueron casi setenta años de guerras planeadas sistemáticamente por la Iglesia para llegar a esta meta.

El presidente Núñez pronto abandonaría su disfraz de libertario para “convertirse” al Partido Conservador, entonces totalmente eclesial.  Ya desde entonces las infiltraciones estaban a la moda.

La suerte estaba echada

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