IVÁN CEPEDA Y SUS BARATIJAS
En el fondo, Iván Cepeda no busca sólo la muerte física y moral del ex presidente Uribe. Busca el derrumbe del Estado y la desmoralización de la sociedad para que Cuba y Venezuela se apoderen de Colombia
Iván Cepeda y sus baratijas
En el fondo, Iván Cepeda no busca sólo la muerte física y moral del ex presidente Uribe. Busca el derrumbe del Estado y la desmoralización de la sociedad para que Cuba y Venezuela se apoderen de Colombia
Por Eduardo Mackenzie
18 de septiembre de 2014
Iván Cepeda volvió, por enésima vez, a proponerle al país sus baratijas. Dice que ahora sí “probará” que el ex presidente Álvaro Uribe Vélez tuvo “nexos” con “paramilitares”. Hace más de diez años que Iván Cepeda, senador comunista, trata de vender esa impostura. En diez años el país no se la ha comprado. El vendedor ha fracasado pero sigue en eso pues no tiene otro horizonte. Su línea es la huída hacia adelante. El hombre no tiene remedio y aunque piensa en eso cada vez que se afeita sigue estrellándose contra un muro. Su problema es simple: sus afirmaciones son viento, son montajes, son invenciones de él, de las Farc y de los paramilitares, los tres enemigos más furiosos del ex presidente Uribe. Iván Cepeda nunca ha sido otra cosa. Y Colombia lo sabe.
Esta vez, la obsesión de Iván Cepeda parece haber llegado a su clímax. Al ver al ex presidente Álvaro Uribe elegido de nuevo por el pueblo para el cargo de senador, el venenoso saltimbanqui quedó como electrizado, como si un relámpago lo hubiera atravesado de cabo a rabo. Todo eso lo llevó a su irresponsable bufonería actual.
Todo el mundo sabe que lo que motiva al jefe comunista es la venganza y su necesidad de autobombo, pues el no vive de otra cosa. Y que la verdad es la última de sus preocupaciones. Su absurdo debate contra el senador Uribe, la más alta y respetable personalidad política del país, dos veces elegido por los colombianos a la jefatura del Estado, desvía al Congreso de su agenda y enloda a los parlamentarios. Por eso el Senado prohibió, en buena hora, ese debate. Sin embargo, el santismo, aliado a los extremistas, encontró una salida y forjó una sesión ilegal de linchamiento moral en una comisión.
El senador Uribe aceptó el desafío. Cuestionó las alegaciones de Cepeda y denunció el apoyo que éste recibe del presidente Santos y de la dictadura venezolana, antes de entablar denuncia por calumnia y difamación contra Iván Cepeda. “Me retiro para dirigirme a la Corte Suprema de Justicia para radicar pruebas de la mayor importancia de que este debate está apoyado por el grupo terrorista de las Farc y publicitado por Telesur y Canal Capital, medios de comunicación que apoyan el terrorismo”, declaró el ex jefe de Estado.
El senador comunista citó al ex presidente Uribe sólo para lanzarle insultos. El no tiene prueba alguna que presentar, así la prensa cómplice pretenda hacer pasar la bazofia de Cepeda como “nuevas revelaciones”.
Lo más grotesco de esta situación es que Cepeda carece de autoridad moral para dirigir un debate “de moralidad”. Cepeda es un filo-fariano de primera y seguirá, por eso, siendo un cómplice por omisión de las Farc. El senador Cepeda nunca ha condenado los crímenes de esa organización, las Farc, que su padre contribuyó de manera central a construir en los años 60. Por eso las Farc le dieron el nombre de su padre a uno de sus frentes más sangrientos.
Iván Cepeda no repudió eso. El justifica, por el contrario, cada acción de las Farc, desde las barbaridades de sus inicios hasta las de hoy. Las
Farc martirizan a Colombia y él se alegra del martirio de los otros. Cada matanza, cada asesinato de niños, mujeres, ancianos, soldados y policías, cada secuestro, cada destrucción de acueductos, oleoductos y torres eléctricas, son para él actos legítimos y necesarios de una “guerra por el socialismo”.
Ese senador del Polo Democrático (comunista) endosa todo: desde la matanza de Inzá, en la que Tirofijo y su cuadrilla, el 17 de marzo de 1965, mataron a 16 civiles inocentes, hasta la emboscada de antier contra una patrulla de la Policía en Córdoba en la que las Farc, aliada a una Bacrim, ultimaron a siete uniformados, pasando por la masacre de La Chinita, donde las Farc mataron a 35 humildes campesinos de Apartadó, el 23 de enero de 1994. Son tres momentos sangrientos, pero no los únicos, de nuestra historia más reciente, por los que Iván Cepeda no ha expresado la menor contrición.
¿Cómo puede ese individuo tratar de erigirse en juez del presidente de la República que más ha hecho para liberar a Colombia de las garras de la barbarie fariana y contra fariana?
Iván Cepeda es cómplice por omisión de esas tragedias e impulsor de lo que más odian los colombianos: la acción depredadora de las Farc, sus aspiraciones dictatoriales y sus mentiras enormes. En el fondo, Iván Cepeda no busca sólo la muerte física y moral del ex presidente Uribe. Busca el derrumbe del Estado y la desmoralización de la sociedad para que Cuba y Venezuela se apoderen de Colombia. En ese sentido, Iván Cepeda es el más taimado de los vendepatria. Sin embargo, el presidente Santos, una franja de su gobierno y un puñado de parlamentarios respaldan la acción subversiva de Cepeda.
Lo que ocurrió ayer en el Capitolio nacional es un mal signo: sólo las democracias más débiles y en crisis, y más en peligro de caer en manos dictatoriales, dejan sin sanción el tipo de desórdenes que urden Iván Cepeda y sus amigos. Colombia está sufriendo excesos que destruyen la institucionalidad y conducen al desastre. Colombia no sabe cómo reaccionar ante tal avalancha. La prensa y los politiqueros que ayudaron a montar esa farsa son también responsables de lo que pueda pasar en los próximos meses.
Sólo queda esperar que el 3 de octubre próximo los colombianos de todas las tendencias y creencias salgan a las calles y plazas a repudiar y ponerle freno, con su movilización masiva, con su repudio a las Farc, a los intentos de destrucción del país que algunos fomentan dentro del mismo Estado.
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