Eduardo Escobar, el gran poeta
Eduardo Escobar, el gran poeta

Por Eduardo Escobar (*)

Cedido por su autor a Periodismo Sin Fronteras

Es una nimiedad afirmar que el anarquista mayor, el botafuegos Fernando Vallejo, desmiente una coherencia de años dedicados a zaherir el país cuando acepta de corbata y sonriendo el doctorado Honoris Causa de la Universidad Nacional, una de sus instituciones veneradas. O repetir que la sociedad acaba por absorber a sus adversarios cebándolos con halagos y diplomas. Vallejo sabrá lo que hace al participar en el sainete. Pero es bueno destacar las palabras del Consejo Superior al concederle la distinción. Y la falta, en la diatriba de Vallejo contra todas las cosas, de la vivisección de un sistema educativo que hizo del mito del doctor la caricatura moderna del sabio.

El Consejo justifica la distinción diciendo que lo hace por el valor literario de la obra de Vallejo, que nadie pone en duda. Pero añade que la merece por ser una de las conciencias críticas más importantes del país. La Universidad prolonga así el error de confundir la ira y el abuso de la adjetivación peyorativa con el ejercicio crítico.

Fernando Vallejo, foto El Espectador
Fernando Vallejo, foto El Espectador

En la obra de Vallejo, desde Los días azules, el más manso de sus libros autobiográficos, hay mucha belleza. En sus remembranzas mezcla una inmensa ternura con una rabia sagrada que proporciona una catarsis a sus lectores y sobre todo un cierto placer masoquista. Pero yo acabé por dejar de tomarlo en serio desde que percibí detrás de sus exabruptos la humorada. Una cosa es llamar travestido al Papa, como él hace, y otra hacer el balance de los aportes de la Iglesia en la historia. Una cosa es tratar de entender lo que significa Fidel Castro en Latinoamérica y otra llamarlo tirano y recordarle a la mamá. Una cosa valorar el liderazgo del Presidente y otra hacer énfasis en su estatura y llamarlo bellaco. Cuando considera a Mújica Laínez ejemplar de la prosa en castellano, Vallejo solo evidencia una discutible inclinación al preciosismo. Y cuando descarta al narrador omnisciente borra de un plumazo un montón de novelas estimables, profundas y maravillosas de la literatura occidental que nos han hecho soportable la vida. El hombre es un animal inmundo. Pero también es un mamífero misterioso en su origen y en su incógnito destino. La especie que produjo a ‘Jojoy’ y a ‘Tirofijo’ también tiene derecho a enorgullecerse del Chopin que toca Vallejo en las mañanas en su piano.

La historia no se despacha con una bravata. Vallejo, diré una vez más, es una mezcla contemporánea de Vargas Vila y Fernando González. Pero la obra del primero fue una defensa furibunda de las ideas liberales. Y detrás de la desfachatez del de Otraparte se escondía uno que trató de digerir el sufrimiento de vivir para convertirlo en saber. Vallejo es más gratuito. Pura iracundia. Y la indignación no basta para convertirlo en la conciencia crítica de un país. La crítica es un esfuerzo de la inteligencia por establecer equilibrios y paradigmas en el caos de los fenómenos.

Vallejo merece el doctorado por su tarea de escritor, si quieren. Aunque él mismo sabe que es una banalidad el doctorado en un sistema educativo dedicado a producir profesionales como si fueran salchichas rellenas de datos en vez de formar personas y valores. Debe recordar que en nuestros tiempos en Medellín las mamás decían que ser doctor es más fácil que ser un señor. El Consejo Directivo de la Universidad al llamarlo una de las mayores conciencias críticas del país alarga el equívoco del cual se deriva que en sus claustros los muchachos acaben involucrados en el oportunismo de izquierda mientras los diploman, veneren a un sociópata como el Che en su patio y confundan la pedrea con la pugna dialéctica. El secuestro en pandilla de su rector es el resultado de los malentendidos semánticos generadores de oscuridad y desorden que las universidades deberían corregir a fin de enseñar a los educandos a encontrar las palabras justas más allá de los ajos, los carajos, las papas bomba y las consignas de la mamertería. Felicitaciones, doctor Vallejo, de cualquier manera.

(*) Eduardo Escobar es un ícono legendario en la historia de la poesía colombiana.

Fuente: www.eltiempo.com

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