LA POLÍTICA INTERNACIONAL DE SANTOS
Santos afirma que, gracias a sus “buenas maneras”, hoy somos más respetados que antes. Y, desde cierta enfoque, tiene razón, dado que ya no somos objeto de los insultos y las amenazas de Chávez y de Correa
La política internacional de Santos
Por Jesús Vallejo Mejía
Julio 23 de 2012
Se dice a menudo que, pese a sus falencias en lo interno, hay que resaltar los aspectos positivos de la gestión de Santos y su canciller Holguín en el manejo de nuestras relaciones exteriores.
Así lo dan a entender los resultados favorables de las encuestas, incluso las más recientes que han sido más bien negativas para su imagen.
En su discurso de ayer ante el Congreso, Santos se ufanó de que hoy a Colombia se la mira con respeto, gracias, según dijo, a sus “buenas maneras”.
Con esto pretendió lanzarle un mandoble a Uribe, que durante su gobierno nunca condescendió con la “diplomacia melosa” y prefirió siempre llamar al pan, pan, y al vino, vino.
Pues bien, en todo ello hay bastante tela para cortar.
Sea lo primero decir que hay distintas modalidades de diplomacia, cada una de ellas con sus virtudes y defectos.
Como lo enseña Bertrand de Jouvenel, el arte de la política trata acerca de la acción de unos individuos sobre otros individuos. Según él, la raíz de la acción política se expresa en esta fórmula:”A dice a B que haga H”. Así se lee en “La Teoría Pura de la Política”, Revista de Occidente, Madrid, 1965, p. 145.
Lograr que B haga el H que pretende A es posible a través de distintos medios cuya eficacia depende de las circunstancias.
Esos medios son, en el fondo, el “Garrote” y la “Zanahoria”, o alguna de las múltiples combinaciones posibles de una y otra. Lo ideal es que la conducta que A espera de B se obtenga por la persuasión, pero muchas veces será necesario acudir a la intimidación e incluso a la imposición forzada.
Si bien la diplomacia suele definirse como el arte de la negociación, que normalmente debe adelantarse mediante las “buenas maneras”, en el trasfondo de la misma casi siempre obra algún factor “duro”, capaz de hacerle ver a B que si no obra lo que A desea tendrá que exponerse a sufrir consecuencias desagradables. Entonces, la miel de la diplomacia es apenas un ingrediente de la acción política eficaz, dado que lo que la logra es más bien la decisión nítida y persistente de quien la emprende, es decir, su núcleo de “mano de hierro”, así vaya esta envuelta en “guante de seda”.
Miradas las cosas de esta perspectiva, cabe preguntarse quién es A y quien es B en la acción internacional de Santos, esto es, si en nuestras relaciones con terceros países, especialmente con nuestros vecinos inmediatos, Colombia ha logrado que ellos se plieguen a sus intereses, o más bien, si ha sucedido lo contrario.
¿Tiene claridad Santos sobre los intereses fundamentales de Colombia en la esfera externa?¿Los defiende con claridad y perseverancia?¿Ha logrado que el vecindario los respete y entienda que con nosotros solo podrá haber relaciones armónicas si obran en consecuencia?
Desde el punto de vista político, nuestros intereses fundamentales se cifran ante todo en la defensa de nuestra institucionalidad contra la agresión narcoterrorista de las guerrillas.
A Colombia no le interesa una política expansionista ni hegemónica dentro del contexto americano, ni muchísimo menos en el mundial. Lo que quiere es consolidar su régimen de democracia, libertades y mejoramiento de las condiciones de vida de su población, dentro del esquema de un Estado Social de Derecho. Y lo que espera de sus vecinos y demás “países hermanos” es comprensión y ayuda para superar una gravísima amenaza que, si bien parece ser de carácter interno, evidentemente se apoya en fuerzas externas.
Por supuesto que hay muchos otros aspectos que ameritan considerarse en torno de la identificación de nuestros intereses fundamentales, pero todos ellos reposan sobre la cuestión de la seguridad, sin la cual no podríamos esperar presencia de nuestros productos en los mercados internacionales, ni flujo de inversiones para mejorar nuestra capacidad productiva.
El tema de la seguridad está estrechamente ligado con las drogas, pues el narcotráfico financia a las Farc y es el motor de las bandas criminales que mantienen asolada a la población, fuera de que es el origen de la mayor parte de nuestras dificultades internacionales.
No es exagerado afirmar que, en el fondo, la tragedia colombiana resulta de un problema que no es exclusivo de
nosotros ni lo hemos creado, cual es el consumo desenfrenado de drogas por parte de las sociedades más avanzadas, lo que configura, ni más ni menos, una crisis de civilización.
Más aún , como lo han demostrado Eduardo Mackenzie y José Obdulio Gaviria, entre otros, también nuestros problemas de subversión proceden de impulsos externos vinculados con las vicisitudes de la “Guerra fría”.
Cabe preguntarse si la jactancia de Santos acerca de su política internacional y los aplausos que le brindan tanto los medios que conforman la “Gran Prensa” como ciertos dirigentes empresariales tocados de cierta ingenuidad, tienen fundamento sólido, o resultan más bien de una consideración superficial del mundo político, centrada más en lo virtual que en lo real, pues esto último es lo que verdaderamente hay que considerar a la hora de emitir juicios favorables o desfavorables respecto de una línea dada de acción política.
Santos afirma que, gracias a sus “buenas maneras”, hoy somos más respetados que antes. Y, desde cierta enfoque, tiene razón, dado que ya no somos objeto de los insultos y las amenazas de Chávez y de Correa.
Pero, ¿cuáles son sus logros en torno de lo fundamental?¿Ha convertido a Chávez, Correa y compañía en colaboradores eficaces en nuestro empeño por consolidar la seguridad interior y reforzar nuestra institucionalidad?¿Nuestra reinserción en la comunidad latinoamericana nos ha hecho más respetables y ha conseguido una mejor comprensión de nuestras dificultades por parte de de nuestros vecinos?¿Muestran ellos una mejor disposición para colaborar con nosotros en la lucha contra los factores que contribuyen a nuestra desestabilización?
En ninguno de estos temas puede exhibir Santos resultados capaces de justificar las alabanzas que a sí mismo se prodiga y que corean sus áulicos con entusiasmo digno de mejor causa. Más bien, podemos hablar de inquietantes retrocesos respecto de los avances que había obtenido Uribe con su diplomacia directa y rotunda.
Sería larga la enumeración de los errores que ha cometido Santos en sus relaciones con Chávez y Correa, dizque en aras de superar conflictos con nuestros vecinos e impedir que los mismos nos lleven a la guerra.
Baste con señalar dos de ellos.
El primero, nuestra sujeción a Unasur, que significa la pérdida de nuestra autonomía en el manejo de las relaciones exteriores, unos riesgos enormes en materia de seguridad y defensa, nuestra identificación como país dependiente de la diplomacia chavista, etc. Y todo ello, ¿a cambio de qué?, dado que a todas luces los grandes ganadores en los acuerdos binacionales son el dictador venezolano y su carnal ecuatoriano.
Acá viene lo segundo. Santos se precia dizque de haber arrinconado a las Farc en sus madrigueras, en donde, según él, están desesperadas. Pero resulta que, como bien lo apunta Uribe, esas madrigueras, tanto las de los jefes de las Farc como las de los del Eln, están en Venezuela, bien protegidas por Chávez y sus secuaces, a ciencia y paciencia de Santos y su Canciller.
Ayer leí en Twitter dos trinos que me parecieron no sólo muy graciosos, sino bastante atinados. El primero decía que Santos confundió el día de la independencia nacional con el de los inocentes, pues su discurso ante el Congreso no parecía propio del 20 de julio, sino del 28 de diciembre. En el segundo se afirmaba que ese discurso parecía escrito por Pinocho.
Burla burlando, los dos tienen toda la razón, pero con una salvedad. Santos no es inocente.
Como lo demostrará la publicación de la correspondencia de Tirofijo que proyecta hacer José Obdulio Gaviria en los próximos días, los planes ocultos de Santos acerca de las Farc son de vieja data y, por lo demás, estremecedores. Así sabremos al fin para dónde va; mejor dicho, hacia dónde nos quiere llevar.
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