LECCIONES PARA COLOMBIA DEL CASO BATTISTI
Treinta y cinco años después del primer asesinato de Cesare Battisti, la justicia italiana sigue cumpliendo con su deber y no cede ante las pataletas de ese criminal y las invocaciones pro impunidad de sus seguidores
Lecciones para Colombia del caso Battisti
Treinta y cinco años después del primer asesinato de Cesare Battisti, la justicia italiana sigue cumpliendo con su deber y no cede ante las pataletas de ese criminal y las invocaciones pro impunidad de sus seguidores
Por Eduardo Mackenzie
15 de marzo de 2015
Mientras el gobierno de Colombia se dispone a dejar en la impunidad las masivas atrocidades que han cometido las Farc, la mayor organización criminal del continente americano, el Estado italiano da el ejemplo contrario: continúa sus esfuerzos para conseguir la extradición a Roma de un terrorista fugitivo de los “años de plomo”.
Los atentados que cometió en 1978 y 1979 en Italia persiguen a Cesare Battisti hasta hoy como una sombra justiciera. Desde ese entonces, ese individuo ha estado huyendo y escondiéndose en varios países para tratar de burlar la ley de su país. Pero ésta y las familias de las víctimas que mutiló o dejó sin vida durante su activismo izquierdista siguen decididas a no permitir que esos crímenes queden sin castigo.
Condenado a cadena perpetua en 1988 como reo ausente por haber cometido dos asesinatos (los carabineros y policías Antonio Santoro y Andrea Campagna) y por ser cómplice de otros dos homicidios y otros hechos de sangre, el ex jefe de la banda terrorista que se hacía llamar “Proletarios Armados por el Comunismo (PAC)”, fue detenido de nuevo la semana pasada por la policía brasileña y dejado en libertad provisional unas horas después, gracias a la intervención de sus abogados.
Sin embargo, el juez Adversi Mendes de Abreu parece decidido a extraditar a Battisti a México o a Francia, a pesar de las presiones que recibe de los influyentes amigos del ex pistolero, quien ahora es mostrado como una “víctima” por la prensa de izquierda.
Battisti vivió clandestinamente en Brasil desde 2004 hasta que fue detenido en 2007. Tras ser encarcelado durante cuatro años cerca de Brasilia, logró salirse con las suyas: fue excarcelado el 9 de junio de 2011 y obtuvo sobre todo, gracias a la obscura mediación de personalidades locales y europeas, el compromiso del entonces presidente Luiz Inácio Lula da Silva de no dejarlo expulsar. Horas después, en efecto, la Corte Suprema brasileña rechazó la solicitud de extradición, lo que provocó la ira de Roma. Los magistrados cariocas adujeron que Italia no podía impugnar la decisión “soberana” de Lula.
Empero, los tiempos cambian y como la condena italiana había quedado en firme desde 1993, el juez brasileño actual estima que Battisti no tiene derecho a permanecer en Brasil.
Durante la oleada de terrorismo “vertical y difuso” y, sobre todo, antidemocrático, en Italia (1969-1982), una docena de grupos armados emplearon la violencia contra los líderes “burgueses” reformistas, como el rehén asesinado Aldo Moro, y contra jueces, empresarios, periodistas, abogados y uniformados, partidarios todos del cambio y la apertura. Los extremistas estaban decididos a “develar” ante los ojos del “proletariado” la “naturaleza real” del “Estado fascista”. Con esa falsa idea en mente, pues desde la muerte de Benito Mussolini en1945, Italia ha sido sin interrupción, a pesar de sus crisis políticas, un régimen democrático ejemplar y garantista, las Brigadas Rojas cometieron 439 atentados y asesinaron a 55 personas. Las otras bandas, en orden descendiente, hicieron lo mismo en proporciones menores: Primera Línea (101 atentados y 16 asesinatos); Núcleos Armados Proletarios (33 atentados y 4 asesinatos); Proletarios Armados por el Comunismo (4 asesinatos); Formaciones Comunistas Combatientes (4 muertos); Guerrilla Comunista (3 muertos); etc. Todas esas bandas fracasaron.
Cesare Battisti no era un joven politizado. Comenzó como pillo de baja estofa. Encarcelado por robo, conoció en prisión gente del grupúsculo PAC con el que se embarcó ulteriormente en balaceras, atracos y otras aventuras en Milán y Venecia, hasta ser encarcelado en 1979. Condenado dos años más tarde, logró escapar en 1981. Pasó un tiempo en Francia antes de huir hacia México. Mientras tanto, la justicia italiana siguió su proceso y lo condenó en 1988.
Como François Mitterrand hizo saber que durante su presidencia no deportaría a los activistas de extrema izquierda instalados en Francia que no hubieren cometido crímenes de sangre y hubieran roto con la violencia, Cesare Battisti regresó a ese país en 1990 alegando que era un inocente acusado por error. Al año siguiente, Italia pidió su extradición y París la rechazó.
Todo cambió cuando Jacques Chirac llegó al poder. Tras un nuevo pedido de extradición de Italia, Battisti es capturado el 10 de febrero de 2004. Pero la campaña desatada inmediatamente por sus amigos de izquierda y extrema izquierda, donde aparecen figuras del mundo intelectual y artístico, quienes acusan al poder judicial que querer violar los derechos humanos del “escritor italiano”, logran que éste sea puesto en libertad provisional el 3 de marzo de 2004. Durante su detención, Battisti fue visitado hasta por el líder socialista François Hollande. Pena perdida. El 30 de junio un tribunal de París confirma la extradición y, el 8 de julio, el gobierno suspende el trámite de naturalización que Battisti había comenzado en 2001.
Viéndose perdido, Battisti regresa a la clandestinidad en agosto de 2004, mientras que sus abogados interponen otros recursos. Todo es inútil. El 13 de octubre de 2004, la Corte de Casación francesa rechaza los argumentos de Battisti y el decreto de extradición es firmado por el primer ministro. El 12 de diciembre de 2006, la Corte de Justicia Europea de Estrasburgo, rechaza otro recurso de Battisti y decide por unanimidad que las decisiones tomadas sobre él por la justicia italiana habían respetado estrictamente los principios y procedimientos de derecho. Ayudado por sus amigos, y por “agentes del servicio secreto” –según dirá el propio Battisti en 2009 a la revista brasileña Istoé–, el ex terrorista aterriza en Brasil donde se dedica a escribir novelas policiacas que sus admiradores en París aclaman sin falta.
Esa movilización de intelectuales fue fuertemente criticada en su momento por Armando Spataro, procurador de Milán quien había participado en el proceso de Battisti. El se dijo asombrado por la desinformación y el sentimiento de negación de la realidad que reina en Francia en torno de ese personaje. “Su culpabilidad reposa sobre confesiones y pruebas sólidas. Sabemos que el mató. Y que, además, el grupo terrorista del cual él era un dirigente, el PAC, actuaba muy cerca de la delincuencia común”. Negó que hubiera una obsesión de los jueces italianos únicamente contra ese bandido. “Queremos verlo extraditado como queremos obtener la extradición del terrorista de extrema derecha Zorzi, refugiado en Japón”.
Treinta y cinco años después del primer asesinato de Cesare Battisti, la justicia italiana sigue cumpliendo con su deber y no cede ante las pataletas de ese criminal y las invocaciones pro impunidad de sus seguidores. La justicia italiana jamás ha dado el brazo a torcer ante este caso y a ningún político italiano se le ocurrió abrir “negociaciones de paz” con los terroristas aún en los momentos de mayor peligrosidad y brutalidad de esas bandas. La justicia internacional tampoco es ambigua o timorata ante el caso Battisti. El gobierno de Santos y los jefes de las Farc deberían deducir de ello que por más acuerdos de impunidad que pacten en La Habana la justicia colombiana y la justicia internacional dirán la última palabra contra el crimen tarde o temprano.
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