LOS ÁNGELES DE SAN SALVADOR, COLOMBIA
El incendio total de la humilde población causó el desplazamiento forzado de los pocos sobrevivientes. En el Dantesco relato no podía faltar el destino de nuestra inocente protagonista. María Ángel. Morfeo el dios del sueño entregó a Tánatos, el dios de la muerte, a nuestra pequeñita. Un disparo genocida de FARC le arrebató la vida, los sueños y el futuro, al igual que a 5 niños más
Los ángeles de San Salvador, Colombia
Por Jaime Restrepo Restrepo
Mayo 12 de 2013
En las estribaciones de la sierra Nevada del Cocui, donde nacen las vastas sabanas de Arauca, cruza, imponente, el rio Casanare que sirve como límite natural a los departamentos de Arauca y Casanare. Allí hay un pequeño asentamiento de humildes campesinos conocido como Puerto San Salvador. Se trata de una vereda que hace parte del municipio de Tame, Arauca.
No se trata de cualquier pueblo ni de cualquier gente. No es gratuito que el mismo Libertador, Simón Bolívar, haya sido quien otorgara al pueblo Tameño el título de “Cuna de la libertad”. Allí, el Libertador tuvo su encuentro con Santander en 1819. Ese hecho es el momento fundacional del Ejército Nacional de Colombia. Allí se preparó la gesta libertadora, en la que participaron varios tameños con patriotismo heróico. Cuatro de los catorce lanceros que definieron la Batalla de Boyacá eran tameños: Pablo Matute, Bonifacio Gutiérrez, Saturnino Gutiérrez y José Inocencio Chinca.
A estos compatriotas que nacieron con alma llanera, “hermanos de las garzas, de las rosas y del sol” dedico esta crónica. A su memoria, que es una historia de sufrimiento y dolor. Esta es una historia de la vida real, una historia -netamente colombiana- de muerte, juicio e infierno, pero sin sentencia ni gloria:
“Había una vez” una pequeña llamada María Ángel, de escasos dos años de edad, hija menor de una familia campesina cuya única riqueza eran sus hijitos. Sus padres les colmaron de alegría dentro de su vida de precarias condiciones económicas.
Con ternura y amor sin igual, María Ángel abrazaba y besaba a su madre en la mañana del 31 de diciembre de 2004. Fue como el preludio de un largo día sin final. Mientras la comunidad hacía los preparativos para las festividades de fin de año, los niños de San Salvador hacían gala de los humildes obsequios recibidos de “el niño Jesús” en la navidad que acababa de pasar. Los niños arrastraban sus carritos de madera y las volquetas de plástico por las calles de tierra de la vereda y las niñas jugaban a ser mamá arrullando y dando tetero a sus muñequitas de trapo, para “hacerles conciliar el sueño”.
Cuentan los que presenciaron la escena -yo no estaba pero me dijeron-, que la pequeñita María Ángel permanecía tranquila en el regazo de su madre acompañándola en los quehaceres domésticos matutinos, observando atenta como preparaba el revuelto para las viandas del fin de año. En las afueras de su humilde casa con teja de zinc, un grupo de “vaquianos”, del ‘que hacía parte su papá, amolaba los cuchillos para el sacrificio y preparación de la mamona; otros se alistaban para recoger las rastras de madera para prender el fogón en la plaza principal del caserío verdal. Claro que no podía faltar desde la media mañana el acompañamiento de unos traguitos de aguardiente y cerveza y el equipo de sonido en la puerta de la calle, con buen volumen, entonando los últimos éxitos del folklor llanero.
Después de un largo día de preparativos, al atardecer de ese 31 de diciembre de 2004 que nunca se olvidará, “las aves surcaron el cielo mientras hacían un derroche de colorido en su vuelo porque venía la noche. “El sol se iba zambullendo sobre la cresta del monte y el arrebol iba extendiendo su magia en el horizonte” como lo describe la imponente letra del cantautor llanero Jorge Guerrero. En esa tarde, precisamente, más que en cualquiera otra, el sol se tornaba rojo, muy rojo, con una luz tenue que hacia recordar el color de la sangre y del dolor.
En el país del morirás y no volverás, estos detalles de premonición pesimista pasaban desapercibidos para los felices campesinos de San Salvador quienes ya concentrados en la plaza, en torno al fuego, festejaban haciendo rito a la despedida del año. El olor de la ternera cocida y el acompañamiento de un grupo de folklor llanero, complementaban el perfecto concierto de bienvenida al 2005. Al compás del arpa, el cuatro y las maracas, las parejas salían a bailar joropo, fuertemente sujetadas de las dos manos, zapateaban el polvo formando una escena surrealista de fuego, polvo, música, risa y gritos de alegría.
En las casas, los niños, incluyendo a la criatura María Ángel, se encontraban en los brazos de Morfeo, disfrutando del más placentero sueño, mientras sus padres asistían al jolgorio. María Ángel se quedó dormidita con un hermoso vestido claro adornado de florecitas, y con un babero que le puso su mamá cuando le dio el último tetero del día antes de dormirse.
El 31 de diciembre de 2004, en ese lejano lugar llamado San Salvador, cuando se pensaba que brillaba la vida y la alegría, y cuando al son de las maracas finalizaba el año, listos para darse los besos y abrazos del feliz año nuevo, se escuchó un tableteo ensordecedor que se confundía con la cadencia del zapateo de los bailadores llaneros. “Paz, paz, paz, paz, paz, paz, paz, paz…” sonaban los cañones de varios fusiles AK-47 pertenecientes a la Columna Móvil Alfonso Castellanos de la organización narcoterrorista FARC.
Un comando armado al mando del Secretariado y del Estado Mayor Central de FARC, ingresó a la vereda, disparando a diestra y siniestra, sin límites ni contemplación. Cualquier bulto con movimiento era objetivo militar. El fuego se extendió por un largo tiempo, que parecía una eternidad. Como una legión de demonios, se ejecutó sin misericordia una orgía de sangre que segó la vida de hombres, mujeres, ancianos y niños. El incendio total de la humilde población causó el desplazamiento forzado de los pocos sobrevivientes. En el Dantesco relato no podía faltar el destino de nuestra inocente protagonista. María Ángel. Morfeo el dios del sueño entregó a Tánatos, el dios de la muerte, a nuestra pequeñita. Un disparo genocida de FARC le arrebató la vida, los sueños y el futuro, al igual que a 5 niños más. El hermanito de María Ángel sobrevivió a la masacre pero perdió el habla como resultado del trauma sicológico.
El saldo de la cobarde masacre fue de 16 personas asesinadas, entre ellas 6 niños, 6 mujeres y cuatro hombres, más 7 personas heridas. La única PAZ que conocemos los colombianos de las FARC, es el sonido que producen las detonaciones de sus fusiles: “Paz, paz, paz, paz…”
Los Ángeles de San Salvador claman justicia, mientras los Arcángeles de las FARC hacen mofa de sus víctimas desde su trinchera de impunidad.
Y colorín colorado aquí se acaba este cuento, como me lo contaron te lo cuento.
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