NUESTRAS LIBERTADES EN PELIGRO

Nuestra tradición libertaria está a punto de romperse con las claudicaciones de Santos frente al narcoterrorismo de las Farc, a las que ya ha equiparado con la institucionalidad legítima de nuestro país

Nuestras libertades en peligro

Nuestra tradición libertaria está a punto de romperse con las claudicaciones de Santos frente al narcoterrorismo de las Farc, a las que ya ha equiparado con la institucionalidad legítima de nuestro país

Jesús Vallejo Mejía
Jesús Vallejo Mejía

Por Jesús Vallejo Mejía

Noviembre 19 de 2014

“Oh libertad que perfumas las montañas de mi tierra”

Traigo a colación las palabras de Epifanio Mejía con que empieza el Himno de Antioquia, para contar algunas anécdotas y hacer unas breves reflexiones sobre lo que le espera a nuestra libertad en medio de las circunstancias que ahora nos rodean.

Resulta que hace ya no sé cuántos años sufrí una agudísima dolencia en la columna vertebral que me llenó del temor de quedar inválido. Un tiempo atrás había padecido lo mismo, que es terrible, y hube de someterme a una muy exitosa cirugía que alivió mis dolores y me permitió volver a caminar, a montar a caballo y, en fin, a mi vida normal. Pero la dolencia renació y estaba prácticamente baldado. Como no quería repetir la experiencia de los medicamentos tan fuertes que tuve que tomar la primera vez, ni tampoco la de la intervención quirúrgica, a pesar de lo positiva que esta resultó, me puse en manos de una terapeuta rusa que anunciaba tratamientos de acupuntura china.

En la primera sesión que tuve con ella hizo el diagnóstico de mi dolencia y me dijo que en unas quince o dieciséis sesiones me aliviaría. Cada sesión duraba una hora o algo más. A lo largo de ella, actuaba sobre el ciático mediante técnicas de dígitopuntura. Pacientemente lo iba desengarrotando hasta que por fin logró volverlo a su estado normal, de acuerdo con el término que había señalado.

Mientras hacía su trabajo, conversábamos animadamente. Era una mujer mayor con mucho recorrido e innumerables experiencias para contar. Como conocía más de medio mundo, alguna vez le pregunté por el país que más le gustaba. Me devolvió la pregunta:”¿Para visitar o para vivir?”. Le dije que lo segundo. Entonces, sin vacilar, me dijo:”Este país, el de ustedes”. Elogió el clima, la gente, las comodidades, pero destacó una nota que aquí quiero también subrayar:

“Ustedes son libres. Imagínese que tengo parientes en Estados Unidos y allá no hay libertades. Compraron un auto y al otro día los funcionarios de impuestos empezaron a averiguar de dónde habían sacado el dinero para comprarlo”.

Tiempo después, recibí en mi oficina de abogado la visita de un ingeniero que trabajaba con una empresa alemana. Quería hacerme alguna consulta profesional y al comenzar mi conversación con él noté que hablaba perfecto castellano. Le pregunté por su origen y me dijo que era cubano. Le dije que si había salido desde niño de Cuba y replicó que no, pues allá se crió y se educó, para después proseguir sus estudios de Ingeniería en la Unión Soviética y Alemania Oriental. Le tocó la caída del comunismo y decidió quedarse en Alemania, pues en Cuba no tenía futuro profesional. Según él, en su país los profesionales terminaban manejando taxis o vendiendo legumbres. Añadió algunos comentarios sobre el régimen, diciéndome que es de carácter militar:”Los altos funcionarios, así vistan de civiles, son militares; militares son, además, los encargados del manejo de las empresas”.

“Como usted ha viajado mucho, creo que puede haberse formado ya su concepto sobre Colombia y tener criterios de comparación con lo que se vive en su país”, le dije. Acto seguido, respondió:”Desde luego, el mío vive bajo una dictadura. En cambio, Colombia es el país más democrático del mundo. Es tan democrático, que es un relajo”.

Colombia, con sus paisajes maravillosos. Cerca a Barranquilla (Foto Periodismo Sin Fronteras)
Colombia, con sus paisajes maravillosos. Cerca a Barranquilla (Foto Periodismo Sin Fronteras)

Mi finado amigo Luciano Londoño me contaba que por su afición a la música caribeña, que combinaba con la de los tangos, se hizo muy amigo de una musicóloga cubana con la que compartía comentarios sobre nuestros países. Ella le hablaba de las penurias que afligían a sus compatriotas. Mi amigo, tal vez para consolarla, le hacía ver la pobreza de nuestros barrios periféricos. Le tapó la boca esta tajante observación de su interlocutora:”Es cierto, acá también se vive en medio de muchas dificultades, pero con la diferencia de que ustedes tienen esperanza”.

En 1987, cuando por obra de “una escasez que hubimos” fui a parar a la Corte Suprema de Justicia, tuve oportunidad de asistir con varios de mis colegas de magistratura a la celebración de los 75 años del Tribunal Superior de Pamplona. Uno de sus integrantes  que nos sirvió de amable guía me llevó con dos de mis compañeros de Sala a Cúcuta y luego a la vecina San Cristóbal, en donde enriquecí mi colección gardeliana con un álbum doble que contenía 50 grabaciones de antología. El álbum valía por una sola pieza: la zamba “Por el camino”, que nunca antes había salido al mercado. No sonaba bien, pero al menos era audible. Tiempo después, el embajador venezolano Juan Moreno Gómez, conocedor como pocos de todo lo atinente al “Zorzal Criollo”, me contó la historia de esa grabación que había quedado inédita porque, después de oírla, Gardel dijo:”Esta no va; es mucho mejor la versión de Corsini”. Estaba en lo cierto.

Pues bien, al recorrer las calles de San Cristóbal me llamó la atención que en cada esquina había placas con textos de Bolívar. Nuestro cicerone me advirtió que al pasar frente a cada una de esas placas me descubriera la cabeza, para evitar así problemas con la policía.¡Algo impensable en Colombia!

Nuestra libertad y nuestra democracia son evidentemente imperfectas. Y, por supuesto, no nos faltan los abusos policivos. Pero, si nos

Mapiripán (Foto Periodismo Sin Fronteras)
Mapiripán (Foto Periodismo Sin Fronteras)

comparamos con muchos de nuestros vecinos, bien podremos afirmar con Don Marco Fidel Suárez que “Colombia es tierra estéril para las dictaduras”.

Esa tradición libertaria está a punto de romperse con las claudicaciones de Santos frente al narcoterrorismo de las Farc, a las que ya ha equiparado con la institucionalidad legítima de nuestro país.

Esa equiparación es de por sí inconcebible si se considera la naturaleza criminal de esa organización. Peor todavía: no solo sus actividades y procedimientos son detestables; también lo es la ideología totalitaria y liberticida que la anima.

Conviene volver sobre ello. Las Farc no han dado muestra alguna de querer adaptar sus métodos y sus fines a nuestra institucionalidad democrática y liberal. Por el contrario, pretenden que sea esta la que se acomode a su propósito final de conquista del poder para instaurar entre nosotros un régimen de inspiración castro-chavista. Para ello, aspiran a unos acuerdos que les garanticen el control de buena parte de la Colombia rural, desde donde estarían en capacidad de tomarse por asalto el resto, la Colombia urbana. Su idea no es competir dentro de unas reglas de juego limpio con los demás proyectos políticos, sino imponer los suyos con la arbitrariedad de que han hecho gala a lo largo de más de medio siglo de depredaciones.

Uno quisiera ser optimista sobre los resultados de los diálogos de La Habana. Pero, como decía Lenin, uno de los más conspicuos ideólogos de las Farc, “los hechos son tozudos”. Lo que Santos ha entregado es ya irreversible. Las Farc, en cambio, nada significativo han cedido, partiendo de la base de que se niegan a admitir verdades de a puño y  a reconocer a sus víctimas.

Es probable, como lo dicen en “La Hora de la Verdad”, que el gravísimo episodio del secuestro del general Alzate culmine en otro rotundo triunfo estratégico suyo, lo del cese bilateral del fuego que amarraría a la fuerza pública a la hora de proteger a las comunidades.

No soplan buenos vientos en la Colombia de hoy.

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