RUSIA: UN AÑO DECISIVO PARA RUSIA
Putin está haciendo valer la doctrina de la soberanía limitada, más conocida por la “doctrina Brézhnev”, que justificó las brutales intervenciones militares
Un año decisivo para Rusia
Como en los tiempos de la extinta Unión Soviética, Putin está haciendo valer la doctrina de la soberanía limitada, más conocida por la “doctrina Brézhnev”, que justificó las brutales intervenciones militares del Pacto de Varsovia contra los experimentos reformistas de Hungría y Checoslovaquia en el campo socialista
Por Ricardo Angoso
Diciembre 5 de 2014
Ante la falta de liderazgo en el mundo occidental y las últimas sanciones adoptadas contra el gigante ruso, el presidente de la Federación de Rusia, Vladimir Putin, ha decidido pasar a la acción y ha dado un giro en su política exterior verdaderamente revolucionario y novedoso. En apenas unos meses, los que van desde la anexión de Crimea y las primeras sanciones de la Unión Europea (UE) y los Estados Unidos contra Rusia, la política exterior de este país se ha encaminado hacia la reconciliación con su siempre eterno rival en esta zona del mundo, Turquía, y también ha restablecido los lazos con China, Pakistán e Irán.
Rusia no se va a quedar aislada, ha declarado Putin hace unos semanas, y está en lo cierto; la política exterior rusa es cada vez más dinámica, valiente y agresiva. Como en los tiempos de la extinta Unión Soviética, Putin está haciendo valer la doctrina de la soberanía limitada, más conocida por la “doctrina Brézhnev”, que justificó las brutales intervenciones militares del Pacto de Varsovia contra los experimentos reformistas de Hungría y Checoslovaquia en el campo socialista. Rusia siempre consideró la expansión de la OTAN hacia el Este, que significo la entrada en esa organización del los países ex comunistas y los bálticos, como una agresión y Putin ha llegado a afirmar que la destrucción de la URSS fue un gran “error geoestratégico”.
Para los dirigentes rusos, Ucrania, Asia Central y sus vecinos del Cáucaso son su patio trasero y consideran una
intromisión que los Estados Unidos y la UE traten de hacer valer sus intereses políticos y económicos en esa zona del mundo. Como fruto de esos intentos de tener un rol más protagónico en estas áreas, Rusia ha impulsado recientemente la Unión Aduanera Euroasiática, el proyecto político y económico más ambicioso desde la desaparición del bloque soviético, allá por el año 1991, y un claro golpe a las aspiraciones europeas y norteamericanas por acercar esa región a la hegemonía occidental. Armenia, Kazastán, Bielorrusia y la misma Rusia ya son parte de este gran acuerdo y es más que probable que en los próximos años se sumen a este nuevo pacto países como Kirguistán, Tayikistán y Uzbekistán, que no quieren quedar aislados en el gran “juego” geoestratégico que se está desarrollando en esta parte del globo.
Además, tal como se está viendo en la crisis ucraniana, Rusia está dispuesta a combinar todas las formas de lucha, incluyendo la acción militar, para mantener este papel en esta zona. El descarado apoyo a los secesionistas del Este de Ucrania para que sigan en sus anhelos independentistas, junto con la clara oposición de Moscú a la futura integración de este país en la OTAN y en la UE, muestran a las claras que Rusia está dispuesta a llegar hasta el final para evitar que Ucrania quede bajo la órbita occidental.
Rusia, un poder imperial todavía no derrotado. Ya en el pasado, y como muestra de que el uso de la fuerza no está descartado en esta nueva versión de la Guerra Fría no declarada entre rusos y occidentales, Rusia apoyó, a través del XIV ejército estacionado allá, la secesión y posterior “independencia” de la región de Transnistria, un territorio de Moldavia en la misma frontera con Ucrania y poblado mayoritariamente por rusos. Aunque la comunidad internacional nunca reconoció esa “independencia”, cuando han pasado más de una veintena de años de la corta guerra de Moldavia (1990-1992) la realidad al día de hoy es que Transnistria sigue en manos rusas y no se vislumbra, en el corto plazo, el final de esta ocupación.
De la misma forma, en Georgia, tras un breve conflicto entre el gobierno georgiano y el “ejecutivo” fantoche de Osetia del Sur, en el verano de 2008, Rusia decidió tomar partido por los osetios y apoyarlos en sus reivindicaciones. Abandonados por todos, pero especialmente por unos titubeantes Estados Unidos pero también la UE, Rusia acabó reconociendo la independencia de Osetia del Sur, apoyada militarmente por los rusos, y también de la separatista Abjasia. Como en el caso de Transnistria, ambas siguen ocupadas y Georgia ha perdido el control total de esos territorios, que suponen entre los dos el 20% de la base territorial de esta pequeña nación situada, a modo de “sandwich”, entre Rusia, Armenia, Turquía y Azerbaiyán.
Es más que seguro que Rusia seguirá su ofensiva diplomática hacia el sur, sobre todo hacia Asia Central, Corea del Norte, el sudeste asiático y, sobre todo China, con quien ya ha firmado importantes contratos económicos, y se irá alejando progresivamente de Europa, que seguirá empeñada en unas inútiles sanciones económicas. Las sanciones le harán daño a la economía rusa, debilitarán al rublo, provocarán una escalada inflacionaria y generarán malestar en la sociedad, pero no constituirán, por sí mismas, una amenaza al poder omnímodo que ejerce Putin sobre el país.
Sin una verdadera sociedad civil que merezca tal nombre, una oposición raquítica, un poder económico dependiente del poder político y de los caprichos de su presidente y unos medios cada vez menos independientes, no hay nada ni nadie que pueda rivalizar con Putin y su camarilla y, ni mucho menos, amenazarle políticamente, al menos en el corto plazo.
Los occidentales han demostrado durante muchos años que no entienden nada o casi nada de lo que sucede en Rusia, que no entienden su mentalidad y el espíritu estoico del pueblo ruso. Los rusos pasaron del feudalismo al comunismo, sin una transición que merezca tal nombre, después padecieron la brutal dictadura de Stalin y la ocupación nazi. En todas esas pruebas, que fueron una suerte de castigo divino, demostraron una capacidad de resistencia única. Allí donde se hundieron muchos pueblos, Rusia se acabó levantando por encima de todo y fue capaz de derrotar, contra todo pronóstico, a los nazis y sobrevivir. Luego vino la caída del comunismo, y llegó esta suerte de caricatura de democracia, que solo tiene la estructura formal pero que es una forma de autoritarismo encubierto bajo el ropaje de una cierta legitimidad democrática por el hecho de que de vez en cuando los rusos van a las urnas.
Pero Occidente no debe de perder de vista que los rusos son capaces de aguantar todo, de soportar hasta el peso de una dictadura injusta, en aras de preservar un poco la dignidad y el espíritu nacional que sienten haber perdido tras la caída del comunismo y su supuesta derrota frente a la arrogantes occidentales. Sin entender esta desazón, ese sentimiento de derrota y desasosiego ante un imperio irremediablemente perdido quizá ya para siempre, no se entenderá nunca a los rusos. Y ese estado de cosas, que va más allá de lo material, de lo estrictamente económico, es lo que moviliza a la Rusia de hoy en un año decisivo para este país.
@ricardoangoso
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