SIN DIOS NI LEY
La Corte Constitucional no se toma el trabajo de explorar si hay Ley de Dios acerca de la institución familiar. De tajo nos dice que no reconoce a Dios como Supremo Legislador del Universo, no cree que exista y si de pronto lo hay, nada tiene que ver con los asuntos que ella maneja
Sin Dios ni Ley
La Corte Constitucional no se toma el trabajo de explorar si hay Ley de Dios acerca de la institución familiar. De tajo nos dice que no reconoce a Dios como Supremo Legislador del Universo, no cree que exista y si de pronto lo hay, nada tiene que ver con los asuntos que ella maneja
Por Jesús Vallejo Mejía
Abril 12 de 2016
La decisión que se apresta a tomar la Corte Constitucional acerca del matrimonio homosexual muestra a las claras que esa corporación no reconoce ni Dios ni Ley por encima de ella, y que en consecuencia cree que goza un poder soberano carente de límite alguno.
Aunque la Constitución Política de Colombia se expidió invocando la protección de Dios, tal como reza su ampuloso Preámbulo, y protege los bienes culturales que conforman la identidad nacional (art. 71), uno de los cuales es su tradición religiosa, en esa Corte han hecho carrera ideas muy discutibles sobre la total autonomía del derecho respecto de la religión y la moral.
Esas ideas avalan un positivismo jurídico que a la postre termina legitimando el totalitarismo o por lo menos el despotismo, pues si por encima de la voluntad del legislador no hay referentes superiores de orden religioso y moral, él puede obrar a su arbitrio. Y por legislador ya no se entiende hoy, a la luz de las tendencias que impone el Nuevo Derecho, el Congreso, que se dice que representa la voluntad popular, sino todo aquel que de hecho logra hacer que se obedezcan sus mandatos, si estos gozan de alguna apariencia de juridicidad.
De hecho, la Corte Constitucional ha terminado adoptando el dogma del realismo jurídico norteamericano, según el cual el derecho es lo que los jueces decidan que es.(Vid. http://www.teoriadelderecho.es/2012/10/el-realismo-juridico.html).
Los constitucionalistas franceses suelen distinguir, al examinar el tema de la soberanía, la soberanía del Estado y la soberanía dentro del Estado. Este segundo aspecto de la cuestión se refiere a quién ostenta dentro del aparato estatal el máximo poder. En las monarquías absolutas se consideraba que ese poder estaba en manos del rey. Después se proclamó que era el pueblo su titular, y así lo dice el artículo 3 de nuestra pomposa Constitución Política, pero de hecho se lo ha atribuído a sí misma la Corte Constitucional, dizque en razón de que a ella le toca la guarda de la integridad de la Constitución (art. 241 Const. Pol.).
Excediendo la interpretación de estas palabras, la Corte Constitucional cree estar incluso por encima del pueblo soberano y no se toma siquiera el trabajo de explorar su parecer sobre asuntos que afectan gravemente la identidad nacional y su configuración cultural.
Viene a la memoria el comentario que hizo Don Miguel Antonio Caro cuando los conservadores apoyaron el régimen federal de la Confederación Granadina en 1858:”El guardián del manicomio se contagió de la locura de sus internados”. Algo parecido viene ocurriendo ahora: la encargada de la guarda de la Constitución se la metió al bolsillo, la hizo su prisionera, se declaró soberana por encima del pueblo en cuyo nombre dice obrar.
En la lectura de los Hechos de los Apóstoles que se está haciendo hoy en todas las iglesias católicas de Colombia, los fieles van a escuchar estas tajantes palabras de Pedro: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”.
La Corte Constitucional no se toma el trabajo de explorar si hay Ley de Dios acerca de la institución familiar. De tajo nos dice que no reconoce a Dios como Supremo Legislador del Universo, no cree que exista y si de pronto lo hay, nada tiene que ver con los asuntos que ella maneja.
Para la mayoría de quienes la integran, el tema es mítico o, al menos, asunto de mera creencia subjetiva que carece de toda
incidencia en la vida pública y, específicamente, en el ordenamiento del derecho. Pero, si bien se miran los hechos, esa creencia ha fundado no solo una civilización, la nuestra, sino muchas otras. En rigor, quienes se se han ocupado del estudio de las civilizaciones han llegado a la conclusión de que todas ellas se inspiran en credos religiosos. No en vano ha dicho Paul Ricoeur, que pesa intelectualmente muchísimo más que todos los magistrados juntos y hasta multiplicados por ciento, que la civilización surge de un impulso hacia lo alto, es decir, de un soplo del espíritu, de un llamado a la trascendencia.
Es verdad que lo atinente a las relaciones del derecho con la moral y las de esta con la religión es bastante complejo. Pero no es para despacharlo con el desenfado que lo hacen juristas deformados y comunicadores ignaros. Piénsese tan solo en que la gran cuestión del fundamento de los derechos inalienables de la persona humana, que está en el centro del pensamiento jurídico actual, toca inexorablemente con el carácter sagrado que la rodea. Y lo sagrado nos lleva directamente a la religión, como bien lo explicó Rudolph Otto en su célebre libro “Lo Santo”.(Vid. https://circulosemiotico.files.wordpress.com/2012/10/otto-lo-santo.pdf).
Los redactores de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos vieron con entera claridad la conexión de los derechos fundamentales con la creencia cristiana en la sacralidad del hombre, cuando afirmaron como evidentes, entre otras, estas verdades: que todos los hombres son creados iguales y son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables, como la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.(Vid. http://www.archives.gov/espanol/la-declaracion-de-independencia.html).
Si prescindimos de esta creencia, como lo hacen los ateos que imponen su voluntad en la Corte Constitucional, nos veremos en calzas prietas para identificar un fundamento racional de los derechos, comenzando por el primero de todos, que es el derecho a la vida.
Y es precisamente porque se ha deteriorado la creencia en el valor sagrado de la vida humana, que hoy asistimos al más horrendo de los holocaustos que haya podido conocerse en la historia, el de los millones de nasciturus abortados que la perversa Mrs. Clinton acaba de afirmar que carecen de toda protección constitucional.
Recomiendo a mis lectores que entren a esta página para que se den cuenta de hasta dónde llega la negación del carácter sagrado de la vida humana hoy, tan solo en lo que al aborto concierne:
http://belgicatho.hautetfort.com/archive/2016/04/09/la-carte-du-plus-grand-holocauste-silencieux-de-l-histoire-5786261.html.
El pensamiento cristiano hizo suya la idea estoica de la Lex Naturalis para vincularla con la de Ley de Dios, manifestada ante todo en la revelación de las Sagradas Escrituras, pero también en el interior del hombre a través de la conciencia.
Estas ideas, repito, son básicas para entender el significado de la Civilización Occidental. Ha llegado a pensarse, incluso, que son las que la han exaltado hasta el punto de erigirse sobre todas las demás que hoy existen.
Pues bien, dentro de esta línea de pensamiento se da la creencia en un orden natural de las sociedades humanas. No es exactamente el orden de la naturaleza que rige en el mundo físico o en el biológico, sino otro, ajustado a la realidad profunda de nuestra especie, que participa ciertamente de aquellos órdenes, pero se identifica no solo por su psiquismo, sino por su apertura al mundo del espíritu. Más precisamente, es un orden inspirado en la vocación espiritual del ser humano, en su destino eterno.
A los que piensen que esto ubica dentro de los famosos enunciados que Wittgenstein consideraba carentes de sentido, les
recomiendo que lean lo que escribe el Dr. Robert Lanza, uno de los científicos más prominentes de la actualidad, acerca del papel del espíritu en el Cosmos y, en especial, en el ser humano.(Vid.http://bestndebooks.com/index.php/2015/10/11/quantum-physics-proves-that-an-afterlife-is-inevitable/; http://www.robertlanza.com/).
Pues bien, el ordenamiento adecuado para la cabal realización del ser humano, tanto desde la perspectiva individual como la social y la de la especie, emana de su naturaleza misma, tal como ha sido creada por Dios, y no de las fantasías arbitrarias y a menudo delirantes de los ideólogos. No es un orden arbitrario ni gratuito.
Pero la idea que se ha impuesto en los medios académicos a partir de Kant y, sobre todo, de Sartre, niega que el orden humano tenga que ver con nuestra naturaleza, pues lo humano dizque trasciende lo empírico y carece de una esencia fija. Es el hombre mismo quien arbitrariamente se dota de esencia, pues como dice Sartre, en él “la existencia precede a la esencia”. De ahí se sigue la tesis que hoy circula como moneda corriente según la cual, siendo el ser humano producto exclusivo de la cultura, es del todo maleable y se lo puede moldear como se quiera. Así las cosas, el género no depende del sexo y es tan versátil en sus manifestaciones como lo permita la imaginación y lo decida la voluntad.
Por eso se habla de que no hay otra definición la familia que la que les venga en gana a los magistrados de la Corte Constitucional, que son los llamados a decir con absoluta autoridad qué significan las palabras de la Constitución. Ellos pueden, entonces, disponer a su arbitrio y con el aplomo que les dé su ignorancia, sobre lo que significan palabras como persona humana, hombre, mujer, igualdad, libertad, bienestar, derecho, moral, nación, etc.
Por eso digo que es una Corte que obra sin Dios ni Ley, pues se autoadjudica la potestad soberana de decir con autoridad cómo se lee la Constitución.
Esta dice en su artículo 42 que la familia se constituye por vínculos naturales o jurídicos, por la decisión libre de un hombre y una mujer de contraer matrimonio o por la voluntad responsable de conformarla. Todas estas palabras tienen su sentido natural y obvio, pero la Corte considera que la definición constitucional se quedó corta, pues en virtud del principio de igualdad hay que añadirle a la definición unas palabras que la hagan acorde con la idea del matrimonio igualitario, es decir de parejas del mismo sexo.
Es claro que la Constitución dispuso que el matrimonio fuera heterosexual, como ha sucedido en todas las sociedades humanas a lo largo de la historia. Su propósito no fue el de discriminar a los homosexuales, sino partir de una realidad que hoy se niega por consideraciones ideológicas: la homosexualidad no es igual a la heterosexualidad, pues no solo son diferentes en cuanto a su naturaleza, sino por razones morales. Hoy no se discute que la actividad homosexual, ejercida dentro del ámbito de la intimidad, no debe ser reprimida. Pero es altamente cuestionable que se afirme que debe ser estimulada. En ello hay mucha tela para cortar.
Como lo puso de manifiesto el hoy senador Álvaro Uribe Vélez en su declaración acerca del asunto que nos ocupa, la Corte Constitucional, esta sustituye la supremacía de la Constitución por la de unas ideologías harto discutibles, como lo es la de género. Aquella no se lee a través de lo que dice en lenguaje corriente y ni siquiera en el profesional de los juristas, sino con un sesgo ideológico del que participan ciertos sectores de la comunidad, pero ni siquiera la gran mayoría del pueblo supuestamente soberano.
Ese sesgo ideológico obedece a nítidos cometidos políticos que el común de la gente probablemente ignora y quizás no aprobaría, al menos en el sentido absolutista con que se pretende imponerlos.
La promoción de la homosexualidad está hoy en primer lugar en la agenda pública por tres motivos principales:
-El control de la población mundial.
-La destrucción de la familia tradicional.
-La erradicación del cristianismo.
Varias veces he recomendado en este blog la lectura, por lo demás estremecedora, de un documento que divulgó hace años Randy Engel bajo el título “The New Order of Barbarians” (“El Nuevo Orden de los Bárbaros”). Acá vuelvo sobre él, para insistir en que se lo lea y se lo asimile: http://www.jrbooksonline.com/pdf_books/new_order_barbarians-1988-24pg-pol.pdf;
https://archive.org/details/New_Order_of_Barbarians_remaster_tapes_1to3;
http://100777.com/nwo/barbarians).
Los promotores de la despoblación no solo aspiran a que el tamaño de la población humana se mantenga estable, sino a su reducción en proporciones que algunos llevan al extremo de proponer que se mantenga en apenas 500.000.000.
El control de la población solo es posible si se limita la reproducción, que es tarea fundamental de las familias, y para ello se habla de separar en la sexualidad la función reproductiva y la recreativa. Como esta es imposible de frenar, y hasta se considera que es conveniente estimularla, lo lógico es promover el sexo no reproductivo, que es por excelencia el homosexual. La promoción de la homosexualidad representa entonces un medio poderoso de control natal.
La destrucción de la familia tradicional es un proyecto aupado sobre todo por Marx y Engels (Vid. Engels, “El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado”, https://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/origen/el_origen_de_la_familia.pdf). Después de ellos, lo han promovido la Escuela de Frankfurt, la Ideología de Género y, en suma, el marxismo cultural, tendencias hoy reinantes en los escenarios académicos.
Para estas escuelas, la familia tradicional es alienante y constituye un severo impedimento para la emancipación humana. Ya no se la ve como el orden que favorece la reproducción de la especie, el cuidado de la prole y la transmisión de valores culturales que permiten la integración de las nuevas generaciones al escenario social, sino como fuente de opresión y aniquilamiento de la personalidad.
Los enemigos de la familia tradicional descreen que ella sea el núcleo fundamental de la sociedad, la célula básica del organismo colectivo, y por eso desatienden el enunciado del artículo 42 de la Constitución Política, que para ellos es meramente declamatorio.
Curiosamente, a pesar del carácter socialista del marxismo, los enemigos de la familia tradicional promueven un individualismo feroz que trata de eliminar toda autoridad sobre infantes y adolescentes que no sea la del Estado, siguiendo la tesis de Rousseau que buscaba eliminar los grupos intermedios de la sociedad a fin de que el individuo aislado solo tuviese que habérselas con el cuerpo político.
Pero el propósito último de todas estas tendencias es la erradicación del cristianismo. Es para ellos una “solución final”, en el mismo sentido que a esta expresión le daban los nazis para referirse a la cuestión judía.
De ese modo, se ha desatado una persecución muchas veces solapada, pero también nítida, contra todas las confesiones cristianas, de lo que da cuenta un importante libro que también he citado varias veces en este blog:”The Criminalization of Christianity”, de Janet (Folger Porter). (Vid:https://scholar.google.com.co/scholar?q=the+criminalization+of+christianity&hl=es&as_sdt=0&as_vis=1&oi=scholart&sa=X&ved=0ahUKEwj3-cjTooXMAhVBVT4KHWBWCf0QgQMIGTAA);
http://www.cnsnews.com/blog/michael-w-chapman/huckabee-we-are-moving-rapidly-toward-criminalization-christianity).
Para muestra, un botón: hace poco Mrs. Clinton, que aspira a la presidencia de los Estados Unidos, afirmó que a las iglesias hay que obligarlas coactivamente a modificar sus creencias sobre cuestiones como la homosexualidad, el aborto o la condición femenina: «Los códigos culturales profundamente arraigados, las creencias religiosas y las fobias estructurales han de modificarse. Los gobiernos deben emplear sus recursos coercitivos para redefinir los dogmas religiosos tradicionales». (Vid. http://infocatolica.com/?t=noticia&cod=23915).
Bien se ve, pues, que nuestra Corte Constitucional no está al servicio del pueblo, sino de intereses ocultos que promueven la instauración de un Nuevo Orden Mundial (NOM).
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