UNA DIRIGENCIA DE JUGUETE
Ya va siendo hora que nuestra triste dirigencia de juguete sepa darnos una respuesta adulta, pues como contribuyentes, luego de 200 años de cínico festival de despilfarro
Nuestra triste dirigencia de juguete
Por Francisco José Tamayo Collins – Ciudadano de a pie
El Gobierno Nacional ha impulsado la nueva era del diálogo – ¿a qué precio para el resto de ciudadanos?-, con muy poco éxito, como se preveía. El jefe del grupo negociador y el ministro de Defensa ya han expresado ideas que develan lo que todos sabíamos desde hace rato: que las FARC no quieren dejar su lucrativo negocio (un diversificado portafolio de narcotráfico, mercado ilegal de armas, secuestro, terrorismo, etcétera…), y que el tiempo les importa un pito; de hecho, no han salido del marxismo putrefacto, vil esperpento momificado del siglo XIX. Para colmo, en La Habana ninguno de los funcionarios enviados a Cuba desde la Casa de Nariño ha pasado por una especialización, seminario intensivo o maestría en negociación…
Esto parece un juego; y por supuesto que lo es: es el juego de quienes se relamen las manos untadas de mermelada, mientras acusan a otros que hacían algo que los ciudadanos podíamos ver y tocar: individuos que hoy denigran de personas que promovían una política estratégica – muchas veces atacada-, pero llena de logros que reconoce el pueblo y recuerda la historia.
Cada vez es más evidente que acompañar nuevos liderazgos en el cambio que se está llevando a cabo al interior de la dinámica electoral colombiana, es el camino a seguir. Por supuesto, liderazgos respetuosos del orden jurídico, que no se les ocurra acabar con la Constitución –imperfecta, jamás moribunda- ni azuzar luchas de clases, ni odios peligrosamente armados, ni implementar modelos económicos donde reina la escasez…
En consecuencia, deseo compartir con ustedes algunas ideas que considero útiles para crear un espacio de reflexión ciudadana y crítica política, sin nombres ni apellidos, sino desde el bolsillo exánime de quienes ostentamos el cada vez más paupérrimo título de ciudadanos.
Leyeron bien: sin nombres ni apellidos. Voy a escribir atendiendo esas lecciones, hoy olvidadas, que John Locke, un siglo antes de los ilustrados franceses, nos enseñó con tanta lógica y precisión. Como decían los abuelos: “vea, mijo: desde el bolsillo, la realidad se ve claramente.”
Ya va siendo hora que nuestra triste dirigencia de juguete sepa darnos una respuesta adulta, pues como contribuyentes, luego de 200 años de cínico festival de despilfarro, donde la más rapaz, inmunda y criminal corrupción campea con más naturalidad que el Cid por las dehesas ibéricas, tenemos todo el derecho de exigir. Seamos directos: se acabó el espacio para las promesas; queremos ver resultados: infraestructura hecha con calidad, donde se aprecie cada centavo de peso que se invierte.
Porque, aunque quienes resultan electos con miles de votos que compran con un tamal o una teja no lo crean, el mundo de nuestros días está gobernado por personas que ofrecen alternativas para salir adelante. De esta manera, y no negociando lo innegociable, los líderes del siglo XXI encaran con éxito las problemáticas de la gente. La idea es sumar y multiplicar. Hacer las cosas bien; esa es la tarea.
Al compartir este sentimiento que late en el corazón de las mayorías, con evidente satisfacción debo decir que a los ciudadanos nos llegó la hora de cobrar por los impuestos que pagamos. Señor presidente, señores ministros, gobernadores, alcaldes, senadores, representantes, diputados, concejales y ediles: ¿somos inexistentes para ustedes? Después de ver el estado de nuestras calles, acueductos, carreteras, ríos, puertos, puentes, andenes, escuelas, hospitales y parques, la verdad… En fin, este texto es una invitación para quien comprende que, en esta tierra, todo tiene un límite. Desde la libertad, impulsando un capitalismo social, como lo propusiera ese gran santo que fue Juan Pablo II, empecemos a darnos las respuestas que quienes nos gobiernan son incapaces de brindarnos.
Inicialmente, preguntémonos –porque tenemos la obligación de hacerlo- ¿dónde están nuestros impuestos? Sí, la plata que pagamos para que nos den una vida decente en lo mínimo. A ver: ¿dónde están las fases 1, 2 ó 3 de obras que ni siquiera podemos ver en un plano? Respuesta típica: “¡Ay, disculpe, es que yo no sé qué pasó con el presupuesto…! ¡Ah, sí!: es que todavía el estudio que contrató el doctor no se ha terminado de evaluar…”
¿Cuál doctor? ¿Cuál estudio? ¿Cuál presupuesto? ¡Por Dios! ¿Dónde está la plata que le pagué, señor edil, concejal, diputado, alcalde, gobernador, representante, senador, ministro, presidente, para que mi familia pueda disfrutar de una calle decente y limpia; de un acueducto que vengo esperando hace medio siglo, para que mis niños no se mueran de infecciones causadas por el agua contaminada que no ha sido capaz de hacer potable, así exista tecnología que daría término a ese problema desde hace 40 años? ¿Será que no tengo derecho, en pleno siglo XXI, a gozar de una clínica bien dotada donde no se muera mi gente, o de una escuela moderna donde los profesores no se vayan a paro porque la nómina no se les ha pagado desde hace meses o porque el techo del salón está que se viene abajo? ¿Dónde está mi plata? – pregunto de nuevo.
¡No me diga que en las ciudades de otros países donde sí existen dirigentes de verdad! Las mismas ciudades que usted visita, para pasar vacaciones, también pagadas por los ciudadanos, y todos tan felices… Eso no es negocio para mí. (¿Y para usted, amable lector?)
Bueno, para que no suene a abuso ni atropello ni irrespeto alguno, me detengo en este punto. Ojalá que quien lea estas ideas, entienda que la Democracia no se hace con balas ni con babas; y mucho menos con una dirigencia de juguete. Se hace con gente pensante, que entiende que las ideas, cuando se transforman en obras concretas, abren la puerta al desarrollo humano y social. Siempre desde la libertad, por la libertad y para la libertad.
Comentarios