OBVIEDADES ESTRATÉGICAS
La elevación de los líderes estudiantiles a las posiciones de poder lleva aproximadamente treinta años. Quien domine las universidades hoy dominará el país en treinta años
Obviedades Estratégicas
Por Olavo de Carvalho
Febrero 05 de 2012
Si ustedes quieren tener algún día en Brasil un movimiento conservador vigoroso, apto para conquistar y ejercer el poder, comiencen por meditar los siguientes puntos:
1. Los grupos que dominan la política, los medios y el mercado editorial provienen de las universidades y especialmente del movimiento estudiantil. La elevación de los líderes estudiantiles a las posiciones de poder lleva aproximadamente treinta años. Quien domine las universidades hoy dominará el país en treinta años.
2. Dominar las universidades no es un proceso espontáneo. Es el resultado de un trabajo sistemático de ocupación de espacios, de remoción de los adversarios, de mutua protección mafiosa y de conquista progresiva de los altos puestos, que no rinde frutos en menos de una generación: más treinta años, que pueden reducirse a diez, pues la conquista de la hegemonía universitaria y la formación de la nueva generación de estudiantes no son fases separadas, sino fundidas y superpuestas. El tiempo necesario para la formación de un movimiento político viable es, entonces, de cuarenta años aproximadamente.
El acierto de este cálculo es ilustrado por innumerables ejemplos. Data de los años ’60 el inicio de la conquista de las universidades de Europa, los Estados Unidos y América Latina por la “nueva izquierda” inspirada en la Escuela de Frankfurt y en aquello que sus críticos llegarían a etiquetar, sin mucha precisión, como “marxismo cultural”. Transcurridas cuatro décadas, la ideología de lo “políticamente correcto”, del feminismo, del gayzismo, del abortismo, del racialismo y del odio anti-occidental y anti-cristiano dominaba – y domina hasta hoy – la política, los medios y el mercado editorial en toda esa área (un tercio de la superficie terrestre).
3. El trabajo de conquista, primero de las universidades y después del poder en general, depende de dos condiciones: (a) sólo puede ser emprendido por organizaciones estables y duraderas, capaces de un esfuerzo concentrado y sistemático a lo largo de por lo menos dos generaciones; (b) exige organizaciones que estén firmemente decididas a realizarlo y que vean en ello su obligación más esencial e ineludible, al punto de sacrificar a dicho propósito todos sus demás intereses políticos, sociales, culturales, financieros, etc.
En todo el planeta, desde hace casi dos siglos, sólo se interesan seriamente por este objetivo las organizaciones ligadas al movimiento revolucionario mundial en todas sus variantes internas (comunismo, nazifascismo, tercermundismo, “nueva izquierda”, etc). Ninguna otra. No es de extrañar que la mentalidad revolucionaria, en sus varias versiones, incluyendo las más inconscientes de sí mismas, se haya convertido en la llave dominante del pensamiento político – y hasta de la moralidad pública- en todo el mundo occidental. Hoy en día, una nueva versión del movimiento revolucionario –el radicalismo islámico- está haciendo un serio, bien organizado y bien financiado esfuerzo para conquistar las universidades de Europa y los Estados Unidos. Si ese esfuerzo llega a tener éxito, será imposible evitar la islamización forzada de Occidente en el plazo de una o dos generaciones.
4. Los grupos conservadores, liberales (en el sentido brasileño), cristianos, judíos sionistas, etc, se han limitado a oponer a la hegemonía revolucionaria en las universidades el combate intelectual, la “guerra cultural” o “lucha de ideas”. Apuestan en ello lo mejor de sus fuerzas. Pero esta es una estrategia absolutamente impotente, pues lo que está en juego no es realmente ninguna “lucha de ideas” y sí una lucha por la conquista de los medios materiales y sociales de difundir ideas, algo totalmente diferente. Usted puede probar mil veces que tiene la idea correcta, pero si el sujeto que tiene la idea errada es el dueño de las universidades, de los medios y del movimiento editorial, lo que va a continuar prevaleciendo es la idea errada. Basta leer revistas como New Criterion o la Salisbury Review para notar que, en comparación con la “izquierda”, los conservadores tienen hoy una superioridad intelectual monstruosa. Y sin embargo, ellos no mandan sobre la más mínima cosa. En la política, la superioridad intelectual tiene apenas un valor instrumental muy relativo. Si usted no sabe usarla para quebrar la autoridad del adversario, para tomar el cargo de él y colocar allí a alguien de su confianza, ella no sirve para absolutamente nada.
El movimiento revolucionario ya entendió hace mucho tiempo que “ocupar espacios” no es vencer en debates letrados. Concentrándose en la “lucha de ideas2, negándose noblemente a practicar la ocupación de espacios, la infiltración en los puestos decisivos y el boicot a los adversarios, los conservadores dejan a los revolucionarios el ejercicio del poder y se conforman con la satisfacción subjetiva de sentir que son más inteligentes y moralmente mejores. El sentido de solidaridad mafiosa, por tanto, se les escapa por completo. Difícilmente un conservador o libertario llega a rector, a ministro o incluso a director de departamento, sin rodearse inmediatamente de auxiliares izquierdistas, sólo para probarse a sí mismo (y para gran satisfacción del adversario) que su respeto por las personas “está por encima de divergencias ideológicas”. Esa bellezura moral es fuente de tantos males políticos que llega a ser criminal.
5. La lucha por la ocupación de espacios puede incorporar una parte de debate político-ideológico, pero ésta debe ser una parte bien modesta. Lo esencial no es vencer a las “ideas” del adversario, sino al adversario mismo, sin importar que sea por medios sin ningún contenido ideológico explícito. Se trata de ocupar su lugar y no de demostrar que él está del lado errado. Esto se obtiene mejor mediante la desmoralización profesional, por la prueba de su incompetencia o su corrupción, por la humillación pública, que por un respetuoso “debate de ideas” que sólo logra conferirle dignidad intelectual a quien, la mayoría de las veces, no posee ninguna.
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