¿COLOMBIA VA BIEN?
Lo que se echa en falta es el diseño y desarrollo de auténticas políticas sociales, pero para ello tiene que haber voluntad desde las elites, algo que ni siquiera se plantea al día de hoy. La voluntad de cambio es nula
¿Colombia va bien?
Por Ricardo Angoso
Mayo 30 de 2012
Aires de nostalgia en Colombia para algunos, pero también de ineficiencia creciente ante los nuevos desafíos para otros. Ni siquiera la Cumbre de Cartagena, tan pobre en resultados, ha servido para maquillar la realidad de un país sumergido en un mar de enormes desafíos. El año ha sido de infarto se mire desde donde se mire.
Y como muestra, hay que reseñar que se han producido en este año más de doscientos ataques de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y hay casi trescientas víctimas sobre la mesa. Los terroristas, por su parte, han sufrido 170 bajas, lo que evidencia la crudeza y la virulencia del conflicto colombiano. Luego el atentado con el ex ministro Fernando Londoño, en pleno centro de Bogotá, que nos retrotrae a otras épocas que algunos pensábamos ya superadas ¿Controla el gobierno de Santos su territorio? Precisamente cuando un gobierno no controla todo su territorio se dice que es un ‘Estado fallido’. ¿Es Colombia ya un Estado fallido? ¿Va bien Colombia como dice el presidente Juan Manuel Santos y su cohorte de sumisos periodistas?
Ante todos estos hechos, que conmueven a una opinión pública que ya no estaba acostumbrada a estos desafíos tras un largo periodo de relativa seguridad en sus calles y carreteras, se le han venido a unir numerosos escándalos de corrupción en casi todas las instituciones. La Cumbre de Cartagena tan solo ha servido para demostrar que el presidente Santos es el número uno en marketing y que, junto con su mujer, es uno los grandes maestros en lo que siempre han hecho a la perfección: organizar eventos sociales.
La situación económica. Tampoco lo económico pinta mejor para el Gobierno del presidente Santos. El mismo Ejecutivo reconoce que el desempleo está casi en el 10 por ciento, una cifra muy alta para un país que tiene un subempleo cercano al 40 por ciento, según fuentes oficiales -el mismísimo Estado colombiano lo asegura-, y donde el salario mínimo apenas supera los 280 dólares frente a los 435 de Argentina y los 429 de Costa Rica. Una cantidad ridícula para hacer la compra mensual en un nación donde la inflación llegó casi al 4 por ciento (¿?) el año pasado y donde los precios se asemejan a los de muchos países europeos.
En la misma dirección, conviene recordar que, según el prestigioso periódico Portafolio, que cita a organismos oficiales, el 50% de los colombianos está en la informalidad, carece de acceso a la seguridad social y no posee prestaciones sanitarias. Esto es, en resumen, que en el país hay poco más 4,8 millones de personas en condiciones de informalidad según datos oficiales a marzo de este año.
La supuesta confianza inversionista, que se traduce en la llegada de numerosos capitales del exterior para invertir en el país, no ha redundando en estos años en una disminución de la pobreza y un mejor reparto de los beneficios, según indica el coeficiente Gini que mide la desigualdad social y que señala que Colombia es una de las naciones más desiguales del mundo, exactamente el cuarto país más inequitativo del mundo en ingresos, después de Comoras, Haití y Angola.
Pero esa confianza inversionista también cojea, ya que según el Foro Económico Mundial, Colombia ocupa el puesto 89 sobre una lista de 132 economías del mundo en lo que se refiere a apertura exterior, siendo superada por otras potencias continentales como Chile, Uruguay y Costa Rica, las tres primeras de América Latina en la lista. Un puesto mediocre si se compara con lo que es la media de la competitividad mundial aunque alto si se compara con Venezuela, que aparece en el puesto 130 de este prestigioso ranking.
Pobreza intacta. Buena muestra de este estado cosas es que la pobreza, de acuerdo a los datos que ofrecen las Naciones Unidas y la Cepal en sus informes, sigue intacta y se sitúa en alrededor –si no superior– del 50 por ciento de la población y de este porcentaje, un 35 por ciento vive en la indigencia. Las carencias en salud, educación y pensiones siguen intactas y no se han activado grandes proyectos para paliar la generalizada desprotección social que padece crónicamente Colombia. En el país, como señalaba el senador del Polo Democrático Jorge Robledo, “no cabe un pobre más”.
Incluso en la lucha contra la pobreza, Colombia no ha hecho un esfuerzo real, como el resto del continente, para poner coto a esta lacra lacerante; según la Cepal, un 30% de los habitantes del continente sigue siendo pobre, pero la situación es muy diferente al año 1990 cuando uno de cada dos habitantes lo era. Es decir, ha habido un cambio social fundamental en la región al cual ha sido ajeno Colombia, que sigue con resultados muy paupérrimos a este respecto y muy rezagada en relación a América Latina.
Y es como señala la experta social Diana Marcela Rojas, “dentro de todas las temáticas que afectan al continente, el
problema de la desigualdad es un asunto crucial. El hecho de que América Latina sea la región de mayor desigualdad en el mundo muestra cómo el crecimiento económico per se no es garantía de prosperidad y bienestar para el conjunto de la población”, tal como ocurre en Colombia en estos momentos en que crece en términos macroeconómicos.
Pero, sobre todo, lo que se echa en falta es el diseño y desarrollo de auténticas políticas sociales, pero para ello tiene que haber voluntad desde las elites, algo que ni siquiera se plantea al día de hoy. La voluntad de cambio es nula.
El presidente Santos exhibe una retórica triunfalista y optimista, jaleada por los medios afines al ‘régimen’ santista, pero el resultado no es más que el de un decorado de cartón piedra que no resiste el análisis objetivo y riguroso de los medios críticos (y escasos) al Gobierno. Ni siquiera se ha puesto en marcha un verdadero plan de infraestructuras que merezca tal nombre y las mismas tienen el dudoso honor de ser quizá, junto con las bolivianas y venezolanas, de las peores del continente.
Como único elemento positivo de la gestión del presidente Santos está la normalización de las relaciones diplomáticas con sus vecinos, pero especialmente con Ecuador y Venezuela, rotas durante el mandato de Álvaro Uribe tras un ataque militar a un campamento del grupo terrorista FARC en territorio ecuatoriano. Pero Ecuador sigue empeñado en dar a la mejilla: ni siquiera asistió a la Cumbre de Cartagena y su diplomacia sigue ajena a los cambios acaecidos en Bogotá.
Sin embargo, pese a esta mejora que tenía como objetivo recuperar la deuda que Venezuela tenía con los empresarios colombianos y la reactivación del comercio entre ambos países, el reciente nombramiento de Henry Rangel Silva como ministro de Defensa por parte de Hugo Chávez vuelve a mostrar que el régimen chavista sigue empeñado en seguir con sus afrentas a la diplomacia colombiana, toda vez que el nuevo miembro del Ejecutivo venezolano ha sido señalado por el periódico The New York Times como un hombre clave en las relaciones de Caracas con las FARC y vinculado al tráfico de armas. El medio señala como fuente a los servicios secretos norteamericanos, la CIA, y revela meridianamente que la política de apaciguamiento, cuando no de claudicación en los principios democráticos frente a Chávez, de la actual canciller colombiana, María Angela Holguín, no está dando los resultados esperados e incluso se pueden esperar futuras “turbulencias”. También, no olvidemos, han muerto recientemente doce soldados colombianos en la frontera con este país sin que al día de hoy se haya producido ni una sola detención, ¿cómo es posible que una columna de cien guerrilleros de las FARC no haya sido vista por nadie en Venezuela?
La seguridad pública, preocupación creciente. Pero lo que más preocupa a los colombianos, de acuerdo a recientes estudios y encuestas, es el asunto de la seguridad, que fue la principal bandera del expresidente Uribe (2002-2010) durante su mandato y que el presidente Santos reivindicó durante su campaña. Según el periódico El Espectador, muy cercano al presidente Santos y poco crítico con respecto a su gestión, el 75 por ciento de los colombianos considera que la seguridad pública empeoró durante el actual periodo presidencial. El asunto no admite ya ni maquillajes ni declaraciones pomposas tan al gusto de los ministros de Santos. Otra encuesta, de otro medio santista,asegura que el 61% de los colombianos cree que la inseguridad aumentó.
Más bien lo contrario: nunca el escenario regional les fue más propicio y nunca habían tenido en la escena continental tantas simpatías, especialmente las provenientes de los países ‘bolivarianos’ aliados de Caracas. No olvidemos que el régimen venezolano, al día de hoy, todavía no ha condenado los últimos crímenes perpetrados por las FARC y que el parlamento de este país guardó, en su día, un minuto de silencio después de la muerte de Raúl Reyes, máximo líder de la organización terrorista abatido por las fuerzas de seguridad colombianas. Además, las FARC quieren unas negociaciones para obtener réditos políticos y no para iniciar un proceso de desmovilización y desarme, que deberían ser los verdaderos objetivos del gobierno en esta nueva fase de apaciguamiento frente al terrorismo. Finalmente, y para concluir, numerosas fuentes venezolanas aseguran que el máximo líder de esta organización terrorista, “Timochenko”, estaría protegido en Venezuela, más concretamente en Barinas, por el mismísimo hermano de Chávez. El “nuevo mejor amigo” no parece ser muy fiable.
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