de la Arquidiócesis de La Habana, Monseñor Eduardo Boza Masvidal, uno de los más valientes censores del régimen castrista, quien fuera expulsado de Cuba una semana después con otros 130 sacerdotes, por mandato del odiador de oficio.
Arnaldo, decidió participar en la procesión religiosa que indudablemente era una expresión de rechazo al régimen. En el lugar supo que las autoridades habían prohibido la Procesión, sin embargo, al igual que miles de personas, permaneció frente a la Iglesia para exigir que sus derechos fueran respetados.
Cobijado con una imagen de la Virgen marchó a la cabeza de centenares de personas que decidieron seguirle, dando vivas a Cristo Rey, a la Virgen y a la libertad, tal como en ese momento muchos de los jóvenes fusilados por la dictadura lo gritaban frente al paredón de fusilamiento.
El coraje de Socorro no sería respetado por el régimen y sus sicarios. Un esbirro, consciente de su impunidad, descargó una metralleta contra el joven que cayó mortalmente herido.
Tenía 17 años cuando fue asesinado, pero al homicidio se sumó, como afirma el periodista Julio Estorino, “el crimen y el ultraje”, al régimen proclamar que el joven asesinado era un revolucionario que había ido al lugar de los sucesos para impedir un acto de los esbirros con sotana, como identificaba Castro a los sacerdotes católicos.
El asesinato le fue achacado al sacerdote Agnelio Blanco quien en el momento de los hechos estaba en Isla de Pinos, otra cruel mentira en la amplia campaña de difamación del castrismo en contra de sus críticos. Ahí no terminó la maldad. Oficiales de la Seguridad del Estado fueron a la casa de Arnaldo Socorro, amenazaron a la familia y lo enterraron como un combatiente asesinado por la contrarrevolución, sin duda alguna, la dictadura invistió a otro cubano con su crimen y forjo otro mártir de la Patria.
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