EL COMUNISMO Y LA REDISTRIBUCIÓN DE SUS MISERIAS
Detrás de cada bandera del Che Guevara que hoy muestra Latinoamérica se esconde la falsa dignidad de un resentido socio-emocional que alcanzó un pequeño poder; al que defenderá por todos los medios para no perderlo
La redistribución de sus miserias
Por Viviana Padelin – Frater América
Enero 07 de 2013
Más allá de los presuntos fraudes electorales lo cierto es que son muchos los que votan regímenes neocomunistas, y más allá del clientelismo, estos gobiernos logran hacer adeptos fanatizados con sólo brindarles un espacio de contención y expansión de sus jactanciosas mediocridades y miserias humanas.
El neocom encontró su substancia en una masa uniforme de debilidades morales o antivalores, así ha llegado al poder en Latinoamérica reunido en su común denominador: esas miserias que no sólo tratan de imponer como matriz de opinión; sino que además penalizan social y judicialmente su cuestionamiento.
La hegemonía cultural de la izquierda logró cohesionar la victimización, el resentimiento, el odio social y racial; otorgándoles identidad, institucionalidad y símbolos. Logró representarlos construyendo un poder númerico asentado en la manipulación de las miserias de sus militantes rentados o fanáticos aplaudidores. Les otorgó un grupo de pertenencia, “dignificándolos”: un colectivo que se seguirá nutriendo de todas las bajezas posibles, en pos de la “igualdad social”. Nada más falso, por el contrario su objetivo es otro: primariamente dividir y aislar a quienes no comulguen con su objetivo y más tarde imponer una nueva cultura gramsciana. Toda persona que se sienta individuo es un enemigo al que hay que destruir moral y económicamente, para que de este modo, sin voluntad, se sume al desparpajo exhibicionista de la decadencia. Hacerlo potencialmente un resentido perdedor sin ambición ni esperanza ni discernimiento. Un claro ejemplo es la elección de autodenominación de algunos partidos de izquierda actualmente gobernantes: “colcha de retazos”: una cobija de varias vertientes debajo de la que se ampara a sus adherentes que jamás saldrán de la tutela paternalista que festeja sus debilidades; por el contrario el propósito es la “inclusión” de muchos otros. Nada más gráfico que esto.
Es obvio, que los primeros despliegues de poder de los gobiernos neocoms serán de venganza desde la más cínica de sus expresiones jurídicas, el culto a la mediocridad como provocación y la “igualdad” como abolición de la individualidad. Este rejunte de vanidades de perdedores logra cooptar con falsas promesas a los sectores más pobres, a quienes desprecian pero necesitan, humillándolos como un rebaño incapaz de rebelarse. Por esta razón, la multiplicación de la pobreza, la ignorancia y las puestas en escena (el entretenimiento de masas, las cadenas televisivas del líder y los festivales públicos de “inclusión social” y el ataque mediático a los enemigos que no adhieren al neocom) son indispensables para el sostenimiento y crecimiento de esta ideología de pertenencia al fracaso. Este es un mecanismo bifronte: por un lado otorga a sus militantes una presencia permanente y símbolos, por el otro es una provocación de exclusión ciudadana a todos aquellos opuestos al régimen; finalmente esta provocación dará paso con el tiempo a la rutinaria indiferencia
Los “caviares”, quienes creen ser los herederos de la piedra filosofal del comunismo forman parte de esta lista: lúmpenes titulados, burócratas de bares, es el grupo con mayor ascendencia, ya que son los académicos o pensadores…Investigadores mórbidos de nulos resultados, disfrazados de opiniones ilustres.
Detrás de cada bandera del Che Guevara que hoy muestra Latinoamérica se esconde la falsa dignidad de un resentido socio-emocional que alcanzó un pequeño poder; al que defenderá por todos los medios para no perderlo. Al fin es “alguien” reconocido por otros, y dispuesto a hacer valer su pequeña cuota de autoridad que convertirá con sus logros, en autoritarismo. Aún sin ventajas clientelísticas, los aplaudidores, cuyo colectivo es mayoritario, son los más acérrimos defensores del modelo. Su única retribución es lograr que la clase media destruída sea su ofrenda de odio; pero no al líder; sino a su propio ego.
Sabedores también de las incapacidades de manifestación de ese enemigo, ellos avanzan, sin contratiempos, aún entre aquellos que inútilmente demandan “cambios” al gobierno neocom de turno; sin advertir que: no puede pedirse grandeza a quienes sólo ambicionan acomodar su pequeño y frágil porvenir; no puede pedirse riqueza a quien idolatra la miseria ajena; no puede pedirse dialogo a quien sólo pretende venganza y revancha; no puede pedirse valores a quienes están empeñados en destruirlos.
Y lo están logrando, al menos hasta que aquellos valores hoy olvidados por las mayorías puedan imponerse.
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