EL ESTADO DEL PAÍS
No es normal que la gente se muera en las colas de los hospitales porque no tienen tal o cual papel, como ocurre ahora
El estado del país
Colombia ante las elecciones: demasiados retos y pocas respuestas
Por Ricardo Angoso
Mayo 94 de 2014
Cuando apenas quedan días para que los colombianos se manifiesten por la vía electoral acerca de cual será su presidente para los próximos cuatro años, en un ambiente de mediocridad y pocas alternativas, son muchos los que piensan que el ocupa ahora esa máxima responsabilidad, Juan Manuel Santos, tiene muchas posibilidades de repetir mandato, pese a su evidente desgaste.
¿Será así? ¿Resistirá el país otros cuatro años más de ineficacia, mediocridad triunfalista, inseguridad creciente y estancamiento en todos los frentes? La campaña electoral, aparte de la permanente impostura de Santos ante su sociedad, en el sentido de engañar al país con el proceso de paz que se desarrolla en La Habana y que supuestamente traerá la paz, no puede ser más pobre de contenidos. Mucha retórica y pocas respuestas a los grandes problemas que tiene ante la nación. ¿Por qué lo llaman campaña electoral cuando quieren decir apático y paupérrimo desempeño político?
Los grandes retos para una agenda política colombiana
La educación. Dos recientes informes Pisa, que miden las habilidades de los jóvenes estudiantes en varios países del mundo y que están realizados por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), situaron a Colombia en el último lugar de la lista, bueno en uno de ellos y en otro, que estudiaba 65 países, se colocó en el puesto 63 y solo superada en el continente, en peor calidad, Perú, en un deshonroso último lugar.
Y es que, como señala el analista Mauricio Caicedo, “es un error creer que todos los problemas de la sociedad se resuelven con el crecimiento económico: el crecimiento no resuelve la pobreza, la pobreza la resuelve la educación. El problema de la desigualdad en Latinoamérica no es un problema de crecimiento económico, sino de educación”.
Caos sanitario. Basta echar un vistazo a las informaciones que aparecen en los medios de comunicación, para saber que la sanidad en Colombia es una entelequía o sea algo que en la realidad cotidiana no existe ni se percibe. La privatización de la salud y los escándalos en las empresas que gestionan la salud de millones de colombianos -las denominadas EPS- están llevando a que centenares de enfermos se mueren en las listas de espera. La introducción del negocio en la atención en salud ha causado un enorme daño a la medicina colombiana, eso está claro tal como señalan numerosos estudiosos.
“No hay rincón de Colombia, grande o pequeño, que se salve de la crisis que atraviesa el sistema de salud, que ya hizo metástasis, como una enfermedad dañina, en el cuerpo entero del país, y que lo invade todo, desde las aldeas que se arraciman en la orilla del mar hasta las imponentes de la montaña o de la llanura”, escribía el columnista Juan Gossaín en las páginas del diario El Tiempo en fechas recientes. A qué punto no habrá llegado este asunto que para la mayoría de los colombianos, según apuntan las encuestas, es el principal problema en su agenda, incluso por encima de la inseguridad y el conflicto armado.
¿Economía sólida? En los últimos años, en términos macroeconómicos, se ha detectado una fuerte subida del crecimiento económico, pese al estancamiento durante el último periodo de Santos. Sin embargo, parece un crecimiento demasiado apegado a la subida de las comodities en América Latina y al tirón del sector inmobiliario, que podría estar viviendo una “burbuja” muy parecida a la de otros países del mundo capitalista que pasaron por situaciones parecidas. ¿Cómo es posible que los precios de los apartamentos en Cartagena de Indias, una ciudad sin apenas servicios si uno sale del casco histórico, sean más altos que en Manhattan? Aparte de estas consideraciones, el crecimiento económico no ha redundado en el bienestar y prosperidad general, ya que la pobreza sigue siendo muy alta y la miseria generalizada apreciable en las calles colombianas.
O, como señala muy acertadamente William Ospina, “la mediocridad y la indolencia en manos de una dirigencia irresponsable que
hace muy poco por su pueblo, que abandona a sus multitudes pobres en barrios deletéreos, entre desagües y basuras, que los deja morir a las puertas de los hospitales o los condena a esperar por meses unos exámenes médicos de vida o muerte; una país que vive desangrándose en el paraíso, bajo una economía que beneficia a muy pocos y sin que nadie tenga derecho a tener iniciativas empresariales o de ningún género, porque un orden de privilegios y compadrazgos cierra los caminos y cierra las oportunidades”.
La seguridad, suspenso para el actual gobierno. Seguramente en este asunto no tiene ni toda la razón el expresidente Álvaro Uribe, que acusa de dejadez al actual gobierno en este terreno, ni tampoco el siempre trifunfalista y retórico presidente Juan Manuel Santos. Lo explicaba muy bien el analista militar John Marulanda al decir que la situación en Colombia no es “tan maravillosa como dice el Presidente ni tan terrible como denuncia el expresidente”. Sin embargo, Marulanda cita a la Agencia Nacional de Hidrocarburos que registra más de 170 atentados en 2013 contra la infraestructura petrolera, la “locomotora” económica más importante del Gobierno.
Para el senador uribista Alfredo Rangel, exdirector del Centro Seguridad y Democracia de la Universidad Sergio Arboleda, en el país se incrementaron los retenes de la guerrilla, los atentados contra la estructura, la extorsión, el terrorismo y la inseguridad ciudadana, “definitivamente las cifras del Presidente no son de esta realidad”. De la misma forma, el escritor Plinio Apuleyo Mendoza aseveraba que “el camino que seguimos no es claro. Basta encender la televisión para encontrarse cada día con dos realidades opuestas. De un lado, la propaganda oficial mostrándonos un panorama radiante de conquistas sociales y económicas logradas. Pero a renglón seguido vemos tenebrosas informaciones de muchachos asesinados para robarle un celular, mujeres ultrajadas en TransMilenio, policías secuestrados, torturados, muertos y colgados de un árbol, además de masivas protestas campesinas en todo el país”.
Un sistema político en crisis. En las últimas elecciones legislativas, celebradas este año, la participación política fue mínima -apenas alcanzó al 43%- y el partido gobernante ganó las elecciones con apenas algo menos del 7% del censo. Apenas diez millones de votos válidos en un país de casi cincuenta millones de habitantes reflejan la crisis de un sistema azotado por el clientelismo, el prebendismo, la compra de votos, la desconfianza hacia la clase política, el caciquismo y la escasa solidez del sistema de partidos. La confianza de los colombianos hacia su clase política es nula y harían falta reformas estructurales en el sistema para recuperar esa credibilidad.
Corrupción galopante. Según el índice de Transparencia Internacional que mide el Índice de Percepción de la Corrupción en el mundo, Colombia está en el puesto 94 sobre 175 países que estudia en ese ranking, un puesto bastante poco decoroso si tenemos en cuenta que una docena de países del continente ocupan mejores puestos.
Competitividad, en entredicho. Con un humilde puesto 69, sobre un total de 141 países medidos, según los datos del Foro Económico Mundial, Colombia ocupa un puesto bastante modesto en el continente en ese aspecto y un buen número de países de la región, como Brasil, Chile, México e incluso Perú la superan.
Inequidad social, un asunto ineludible. Eduardo López, director de Investigación y Monitoreo ONU Hábitat Nairobi, aseguró en un estudio presentado en el Foro Urbano Mundial que Colombia es el tercer país más desigual de Latinoamérica y mencionó las 13 ciudades que lideran ese penoso ranking en el país: Medellín, Cali, Cúcuta, Bogotá, Manizales, Montería, Pasto, Villavicencio, Ibagué, Barranquilla, Cartagena, Pereira y Bucaramanga.
Y es que Colombia, como señala el analista José Manuel Restrepo, “debe dar un giro radical al darle más oportunidades ya no sólo a un grupo reducido de su sociedad, sino a tanto talento y capital humano que se esconde en una marginalidad, pobreza y olvido de un país que ocupa los deshonrosos primeros lugares de inequidad en el mundo”.
Las cárceles, grandes olvidadas de la campaña. Aunque nadie se ha referido a este tema en las campañas, es uno de los grandes desafíos que tiene la nación y adquiere proporciones dramáticas si tenemos en cuenta que hay más de 117.000 internos para una capacidad instalada de apenas 76.000, es decir, que casi se duplica. El espacio por detenido no supera los 3,4 metros cuadrados establecidos por el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) como “idóneos” para cada interno.
El sistema de transporte. Las comunicaciones fluviales por el río Magdalena fueron abandonadas, cuando en el siglo pasado
fueron vitales; el sistema de ferrocarriles -a merced de ese “genio” de la modernidad que fue el presidente César Gaviria- quedó desmantelado en el año 1991 y desde ese fecha no se tuvo mayor noticia; las carreteras, autopistas y vías tienen tan solo el nombre y cualquier parecido con un auténtico y moderno sistema vial es pura coincidencia y, por último, Colombia es uno de los pocos países del mundo que no tiene un servicio de correos y telégrafos de carácter público. Hay que recurrir a las señales de humo o a las carísimas empresas privadas de mensajería para hacer llegar una carta de un punto a otro del país. ¿Alguien da más?
Necesaria reforma de la administración. Pese a lo prometido por este gobierno, en el sentido que iba a acabar con la tramitología, se puede afirmar con rotundidad que aún hoy el país es uno de los más burocratizados del mundo. La agilidad de la administración a la hora de resolver los problemas de los ciudadanos es nula y explica muchas cosas.
Por ejemplo, una buena parte del caos sanitario está ligado a ese aspecto, tal como señalaba el ya reverenciado Juan Gossaín: “El sistema de salud solo se justifica cuando presta un servicio digno y oportuno al ciudadano. El usuario es el eje del sistema. Los aspectos económicos y administrativos no son un fin, sino un medio. El único fin verdadero es el usuario”. Traduciendo el castizo: no es normal que la gente se muera en las colas de los hospitales porque no tienen tal o cual papel, como ocurre ahora.
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