HISTORIA DEL SOCIALISMO XI – Un Nuevo Orden Mundial
La premisa jesuítica-socialista, es que los delitos que cometan los guerrilleros -así sean atroces- deben ser considerados como delitos políticos y, por tanto, sujetos de amnistía.
HISTORIA DEL SOCIALISMO XI
Las sociedades secretas en búsqueda de un Nuevo Orden Mundial
Parte XI
Por Ricardo Puentes Melo
Es creencia popular que las sociedades secretas y la iglesia Católica han sido acérrimos enemigos. La verdad es otra; detrás de esa máscara de rechazo mutuo, que es sincero en las capas bajas de esas organizaciones, hay una afinidad de intereses y propósitos para los cuales se ha trabajado durante siglos. En las altas esferas de ambos lados hay líderes comunes que siguen tras el sueño de lograr un gobierno mundial bajo el control de esto que muchos conocen como “el poder invisible”.
Adam Weishaupt, un jesuita que buscaba consolidar un tipo de gobierno mundial –cuya cabeza debía (y debe) ser el papa- al cual llamó el Nuevo Orden Mundial, intentó por todos los medios controlar a los países europeos protestantes y a los Estados Unidos que se erigían como una nación protestante. Para ello, infiltró las logias masónicas de América y se valió del uso de poderes ocultitas, tan comunes en los jesuitas y en los gobernantes del mundo (del uso de los poderes ocultistas en los gobiernos del mundo, hablaremos después). Para 1789, Weishaupt controlaba todas las logias masónicas de Europa. Y esas logias infiltradas fueron las que produjeron hombres como Simón Bolívar, autócratas y déspotas que buscaban ser las cabezas seudomonárquicas en esa “independencia” latinoamericana.
Weishaupt decía que el establecimiento de ese Nuevo Orden Mundial nunca ocurriría en forma pacífica y democrática, y que éste sistema sólo podría ser establecido por la revolución violenta.
Esta teoría fue perfeccionada años más tarde por otro discípulo jesuita, Hegel, quien dijo en 1823 que “El conflicto provoca el cambio, y el conflicto planificado provocará el cambio planificado”.
Hegel sabía que, para conseguir este “cambio planificado”, había que “planificar” el conflicto. Algo en lo que los jesuitas estaban incursionando desde hacía siglos. Los hijos de Loyola habían experimentado con estos cambios “planificados” y habían tenido un relativo éxito. Sabiendo que las ideas de la Revolución Francesa los habían cogido desprevenidos, ocasionándoles mucho daño en los regímenes monárquicos europeos y en las colonias donde actuaban en contubernio con las coronas, eran conscientes de que debían reparar los errores del pasado y “controlar los cambios”, con guerras cuidadosamente planificadas. Las ideas de Hegel fueron propagadas en colegios y universidades católicas originando acalorados debates juveniles en las aulas, hasta que poco a poco el furor hegeliano se fue apagando…. O, al menos, eso parecía.
Pero los jesuitas sabían lo que había que hacer. Hegel les había dado la fórmula: del conflicto de la Tesis con la Antítesis, surgiría la Síntesis resultante. La tesis ya existía: eran los gobiernos de Europa y América: democracias y monarquías “cristianas”. Así que la Antítesis debía inventarse.
Compton, un autor católico eclesial, escribió al respecto: “En 1846, había un sentimiento de cambio en el aire. Un cambio que se extendería más allá de las fronteras de la Iglesia y transformaría muchas facetas de la existencia… Dos años después un selectísimo cuerpo de iniciados secretamente que se llamaban a sí mismos ‘la Liga de Doce Hombres Justos de los Iluminati’, financió a Carlos Marx para que escribiera el Manifiesto comunista…“ [“The Broken Cross: Hidden Hand In the Vatican” (La cruz torcida: mano oculta en el Vaticano)
Es importante anotar que esta liga de “Doce hombres justos”, o Gobierno de los 12 (G12) fue posteriormente implantada en el Opus Dei y, años más tarde, por César Castellanos y su esposa Claudia Rodríguez de Castellanos (senadora colombiana) quienes aseguraron haber recibido del mismísimo Jesús la “visión del G12” con la cual su iglesia “cristiana” crecería geométricamente hasta apoderarse del mundo “para Cristo”; pero esta visión de los Castellanos no es otra cosa que una copia al carbón del modelo del Opus Dei, igual que calcaron al dedillo los “Encuentros Espirituales” de Loyola para sus propios “Encuentros”. Todo esto tiene el objetico de lograr la obediencia mística de sus seguidores usando el ocultismo.
Estos “illuminati” que financiaron a Marx no son otros que los pertenecientes a la orden ocultista creada por Adam
Weishaupt. A su vez, este sacerdote jesuita, en su empeño por establecer los Illuminati e infiltrarlos en la masonería mundial, fue financiado así, como indica Compton: “El (Weishaupt) recibió respaldo financiero de un grupo de banqueros de la Casa de Rothschild. Fue bajo su dirección que se elaboraron los planes a largo plazo y a nivel mundial de los Iluminati…“Aquí es importante anotar que esta poderosa familia (Rothschild) tiene intereses económicos en toda latinoamérica; en Colombia sus representantes han sido Julio Mario Santodomingo, César Gaviria, Rudolf Hommes, Fabio Villegas, la familia Urrutia, y otros personajes entre los cuales tenemos a Antanas Mockus, un hijo de lituanos cuya financiación de su campaña política fue abundante gracias al barril sin fondo de la familia Santodomingo. Cuando fue alcalde de Bogotá, Mockus le entregó a los Rothschild empresas públicas de la capital.
El comunismo era la Antítesis necesaria para este Nuevo Orden Mundial jesuita. Aunque fue teóricamente creado cuando el Manifiesto comunista fue publicado por Carlos Marx y Federico Engels (ambos judíos educados por jesuitas) en 1848, los jesuitas ya habían ensayado este sistema en Paraguay, con sus famosas Reducciones. Estas Reducciones funcionaban como lo hacen los regímenes socialistas modernos: como una dictadura en manos de una oligarquía “socialista” donde no existía la propiedad privada, sino que ésta era totalmente controlada por el Estado Socialista; el mismo Estado controla la educación (el sueño dorado de los jesuitas), los medios de producción y la vida privada de las personas. Tanto las reducciones jesuitas como el comunismo coartan las libertades individuales y eliminan a los intelectuales quienes, como dijo el monje francés ya mencionado, “el enemigo es el intelectualismo” y, para exterminarlo, hay que “cortar cabezas, declarar la guerra, atacar..” Con el tiempo, en el Concilio Vaticano II, en 1960, los jesuitas lograron que el papado apoyara todos los movimientos comunistas del mundo. A partir de este Concilio, la Santa Sede, en política abierta, ordenó a todos sus sacerdotes y obispos que apoyaran a Cuba, China y Moscú. Fue a partir de 1960 que la Iglesia, como política clara y sin ambages, aceptó patrocinar otro invento jesuita: La Teología de la Liberación, un tema que trataremos después.
Obedeciendo estas premisas jesuíticas, los regímenes comunistas (o socialistas) de Mao, Stalin, Fidel Castro y otros, no han dudado en exterminar a los intelectuales de sus países. Saben claramente que los intelectuales son peligrosos alborotadores y que es mejor la obediencia ciega de las masas incultas, analfabetas y místicas. Si se observa bien, esta es la premisa de los movimientos guerrilleros de América Latina quienes, siguiendo las instrucciones jesuitas de que “el fin justifica los medios” y que cualquier acción, incluso la matanza de personas, es loable si se hace por “motivos altruistas”. Son las mismas normas morales jesuíticas constantemente enunciadas por el Polo Democrático, movimiento político colombiano apoyado por las FARC y –por ende- el narcotráfico, en vocería del ex magistrado Carlos Gaviria que pregona constantemente que los delitos que cometan los guerrilleros, así estos sean atroces, deben ser considerados como delitos “políticos” y juzgados con benevolencia.
Por “benevolencia” se entiende que no pueden ser castigados. Gaviria también ha publicado en El Tiempo, que las acciones encaminadas a derrocar el gobierno legítimo de Álvaro Uribe, son loables ya que el gobierno de Uribe –dice él- es ilegítimo. Las mismas normas morales enunciadas por grupos radicales de “evangélicos cristianos” que tanto en Estados Unidos, como en Venezuela y Colombia, apoyan a líderes políticos cuestionables, ordenando a sus fieles apoyarlos mientras declaran que cualquier guerra que estos adelanten, tiene “el favor de Dios”. Jesuitismo puro.
Cualquiera diría, entonces, que los dos regímenes, la democracia capitalista y el comunismo, son antagónicos. La verdad es que sí y no. Son antagónicos en cuanto a sus premisas pero ambos tienen en común sus patrocinadores y beneficiarios. En ambos casos, quienes manejan los hilos del poder, subrepticia o abiertamente, son los jesuitas, quienes al mismo tiempo controlan la banca internacional en manos de judíos a su servicio.
Por tal razón, no es raro que los capitalistas gringos de Wall Street estuvieran dichosos con este nuevo sistema –el socialismo- recién impuesto en Rusia.
Anthony Sutton, en su libro, “Wall Street And The Bolshevik Revolution”, reimprime una caricatura política que fue creada por Robert Minor, publicada originalmente en el St. Louis Dispatch en 1911.
Aunque en 1911 el comunismo no se había establecido aún en Rusia, donde gobernaba todavía el zar, esta caricatura muestra a Carlos Marx en medio de la calle en la zona de Wall Street (Nueva York); en su brazo izquierdo sostiene sus tesis sobre el socialismo. Al fondo se ve el Empire State Building mientras una muchedumbre de personas levantan sus puños con un gesto de victoriosa alegría. En la caricatura, Carlos Marx está desfilando triunfalmente mientras George Perkins, socio del archimillonario J.P. Morgan, estrecha jubiloso su mano. Detrás de Marx se ven a Andrew Carnegie, a J.P. Morgan y John D. Rockefeller esperando su turno para estrechar la mano de Marx. Otro personaje, que parece ser el anfitrión, observa complacido el estrechón de manos: Es nada menos que Theodore Roosevelt, el nefasto presidente norteamericano que robó el Canal de Panamá a Colombia.
Junio de 2010
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