LA HABANA, OTRA VEZ

La guerrilla buscará alargar las conversaciones: entre más se demoren, más ganan políticamente y más ventajas pueden obtener

La Habana, otra vez

Rafael Nieto Loaiza

Por Rafael Nieto Loaiza

Noviembre 19 de 2012

Se inicia una nueva ronda de conversaciones en La Habana. Es la oportunidad para volver sobre el diálogo.

Las Farc se están legitimando: pasaron de ser terroristas a ser una “parte” que negocia con el Estado. Otros gobiernos y organismos internacionales les abren las puertas y dialogan con ellas. Y distintas organizaciones sociales, algunas afines y otras no tanto, piden interlocución. La legitimación es un efecto indeseado pero inevitable de sentarse a manteles con los subversivos.

El Gobierno aceptó el discurso de las Farc sobre las causas de la violencia: la culpa la tuvieron los negociadores gubernamentales cuando en el acuerdo inicial con la guerrilla aprobaron distinguir entre la finalización del conflicto armado y la “paz estable y duradera”. Al hacerlo aceptaron tácitamente la tesis de que la guerrilla no es la causante de que no haya paz en nuestro país sino que su ausencia se debe a factores políticos y económicos del Estado y la sociedad colombianas. De contera, otra vez, se legitimó la lucha guerrillera: las Farc pueden alegar que son el resultado de esos factores que impiden que haya paz y que, por tanto, no es por ellas que en Colombia hay violencia. Y volvimos a las épocas de las “causas objetivas de la violencia”.

Como consecuencia, aun si el diálogo con las Farc diera frutos, no tendríamos paz en Colombia: la distinción entre “conflicto armado” y “paz estable y duradera” nos mete en un lío grave. Si la subversión y, por tanto, el conflicto armado, no son la causa de que no haya paz, desmontar la guerrilla y poner fin al conflicto no nos dará lo que buscamos. Bajo la tesis aceptada por el Gobierno, aun si las Farc se desmovilizaran seguiría habiendo razones para la violencia política.

Piedad Córdoba junto a los actuales negociadores de las FARC, Granda, Márquez y Santrich

El propósito de las conversaciones no es solamente la desmovilización, desarme y reinserción de la guerrilla: es efecto obvio del punto anterior. Como se trata de buscar “la paz estable y duradera” y no de desmontar las guerrillas, se abrió la puerta para conversar con ellas sobre los asuntos estructurales  y políticos que originarían la violencia y no únicamente sobre los mecanismos y garantías para la dejación de armas. También por eso la agenda de las conversaciones es política y económica.  Son diferencias sustantivas con el proceso de Ralito. Con los paras no se negoció ninguna de las políticas del Estado, sólo su desmovilización y desarme.

Las Farc intentarán ampliar la agenda y el Gobierno, acotarla: las negociaciones le dan tribuna a las guerrillas. La discusión de los factores estructurales de la violencia les permite articular un discurso político. Entre una cosa y otra se enmascara su naturaleza criminal.

La guerrilla buscará alargar las conversaciones: entre más se demoren, más ganan políticamente y más ventajas pueden obtener. Por las mismas razones les conviene alargar la agenda. Mayor número de temas a discutir supone más tiempo en las conversaciones. El Gobierno, para tratar de terminar la discusión pronto, se sentirá tentado a ceder.

Las Farc querrán meterle “sociedad civil” al proceso: entre más interlocutores haya, más se demorarán las conversaciones. Y entre más organizaciones sociales vayan a La Habana, más audiencia habrá para su discurso y más oportunidades tendrán para convencer algunos y para conseguir aliados. Entre más aliados tengan, más presión habrá sobre el Gobierno y más oportunidades tendrán de conseguir sus puntos.

Las guerrillas buscará que las Farc y el Eln tengan mesas separadas: no estar sentados juntos les evita airear sus diferencias frente al Gobierno y también generar un efecto espejo que les permita ganar en una y otra mesa.

Finalmente, el Gobierno tiene que presumir que los cubanos los chuzarán hasta en el baño y que el personal logístico será de inteligencia. No podrán comunicarse sino a susurros. Y necesitarán estafetas para hablar con Bogotá. Es la desventaja de conversar en casa de los amigos del enemigo.

Los desafíos son inmensos. Las razones para el escepticismo, muchas. Con todo, ojalá saliera bien la aventura.

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