LA INSEGURIDAD CRECIENTE, PRIMER PROBLEMA DE LATINOAMÉRICA
La descomposición social de las instituciones tradicionales, como la familia, la Iglesia, la empresa, los partidos tradicionales y la escuela, en aras de una suerte de comunidad bolivariana de ideas que antepone la supuesta “revolución socialista” a otros valores, ha provocado la disolución de los mismos y el fin de los principios morales mínimos en que se asientan todas las sociedades
La inseguridad creciente, primer problema de América Latina
Por Ricardo Angosto
Mayo 26 de 2012
Las alarmantes noticias que llegan de México, como la última matanza de 49 personas torturadas, asesinadas y después mutiladas, e incluso colgadas en puentes, son solo la punta del iceberg de una violencia que azota a todo el continente y que no encuentra la respuesta adecuada por parte de las autoridades. Países como Brasil, Colombia, El Salvador, Guatemala, Honduras y Venezuela, por citar solo algunos, encabezan esta macabra lista y figuran a la cabeza de la criminalidad en América Latina.
En Brasil, por ejemplo, la tasa de homicidios sigue muy alta (más de 25 homicidios cada 100.000 habitantes al año) si la comparamos con el resto del mundo, pero baja si las comparamos con las de sus vecinos Colombia y Venezuela, dos de los países más violentos del continente. Sin embargo, no podemos obviar que existen numerosas zonas urbanas, las populares favelas, donde el control por parte de la policía es inexistente y donde la delincuencia y el hampa campan a sus anchas. Los cuerpos de seguridad, además, salen bastante malparados en la percepción negativa que tiene la sociedad brasileña acerca de los mismos, por lo general, vistos como violentos, corrompidos y escasamente eficaces.
Colombia, tras haber vivido unos años caracterizados por una relativa tranquilidad de la mano del ex presidente Alvaro Uribe, vuelve a padecer la zozobra y la inseguridad, que regresado al país tras la fallida presidencia de Juan Manuel Santos. Un 61% de los colombianos, según una encuesta reciente del diario El Espectador, considera que la situación, a este respecto, es mucho peor que antes de la llegada a la presidencia de Santos. Tan sólo este año se han producido más de dos centenares de acciones terroristas y en la última de ellas, registrada en la frontera de este país con Venezuela, murieron doce uniformados sin que el gobierno de Bogotá se mostrara rotundo y contundente con Caracas acerca de un incidente que sucede en un momento en que crecen las acusaciones contra el régimen de Hugo Chávez acerca de su complicidad con los terroristas.
Uribe, que hizo de la política de la “seguridad democrática” su bandera y puso en jaque al grupo terrorista Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), combinó la presión policial y militar contra el terrorismo con una política de cero esperanzas a los terroristas en torno a la posibilidad de unas supuestas negociaciones. Santos hace lo contrario: alimenta el fuego de un marco político para el diálogo con las FARC, baja la guardia en material militar y, con ello, desmoraliza a los cuerpos de seguridad e incentiva a los terroristas. Las tasas de criminalidad colombiana, además, son de las más altas del continente, especialmente en las ciudades de Calí y Medellín, donde se llega a los 70 homicidios cada 100.000 habitantes.
El drama de Centroamérica. Seguramente Centroamérica es la región más violenta no ya del continente, sino de todo el mundo. El Salvador, por ejemplo, tiene una media de quince homicidios diarios y más de 400 mensuales, y tenía -datos de 2011- la tasa de homicidios más alta del mundo, situada en casi 80 por cada 100.000 habitantes al año. El ejecutivo, pese a haber adoptado todo tipo de medidas, se muestra impotente para frenar a las poderosas maras y a los violentos clanes del narcotráfico que manejan tanto el consumo como el tráfico hacia los Estados Unidos y México.
Tampoco es mejor la situación en Guatemala, donde la inseguridad y la criminalidad se han apoderado de las ciudades y han llevado a la presidencia al ex militar Otto Pérez Molina, partidario de la mano dura y la pena de muerte para frenar a este azote. Recientemente, y como muestra de hasta donde han llegado las cosas, Pérez Molina sacó al ejército a patrullar las calles, en una medida más simbólica que efectiva.
El secretario General de las Naciones Unidas, Ban Ki Moon, señalaba el 16 de mayo de este año ante la Asamblea General de este organismo mundial que en Guatemala se registran diariamente alrededor de 20 homicidios, lo que da un promedio de 69 asesinados por cada 100.000 habitantes. Esto convierte al país en el tercero con más muertes del hemisferio, solo por detrás de El Salvador, con 72, y de Honduras, con 86. Uno de cada 50 centroamericanos menores de 20 años morirá antes de cumplir 32 debido a la violencia generada por el crimen organizado, especialmente por el narcotráfico.
Honduras es otro de los países más violentos del mundo, tal como señalábamos antes, y los principales problemas que tiene para atajar este azote son la propia corrupción de los cuerpos policiales, la inexistencia de un auténtico sistema penitenciario, ya que sus cárceles son gigantescas ergástulas inhumanas y verdaderas “universidades” del crimen, y la ausencia de una verdadera justicia organizada como tal.
En los últimos años, además, el país se ha convertido en una de las rutas para el narcotráfico hacia los Estados Unidos y se han contabilizado decenas de avionetas y narcosubmarinos capturados por las fuerzas de seguridad hondureña. Al parecer, según señalan fuentes extraoficiales hondureñas, la mayor parte de este tráfico tan lucrativo como ilegal proviene de Venezuela, uno de los países con un mayor protagonismo en el tráfico de drogas continental.
Según un informe del Departamento de Estado norteamericano, elaborado en el año 2011, el 79% de los vuelos de contrabando de cocaína que salen de Suramérica hacen su primera parada en Honduras. En el apartado dedicado a este país centroamericano, dentro del extenso informe recogido por el diario La Prensa de Tegucigalpa, se indica que Estados Unidos estima que aproximadamente el 95% de la cocaína de América del Sur los Estados Unidos se mueve por el corredor de México y América Central. “De esta cantidad, una cantidad cada vez mayor -casi el 80%- se detiene por primera vez en un país de América Central antes de su envío a México”, seguía señalado el informe.
Venezuela, seguramente el país más violento del mundo. Finalmente, Venezuela se ha convertido en el país más violento del continente, tal como señalan tanto organizaciones internacionales como locales. En este país, según fuentes del Observatorio Venezolano de la Violencia, se cometen más de veinte mil homicidios al año, la mayor parte de los cuales queda impune y nunca es esclarecido por una de las policías más corruptas del mundo. En los trece años de desgobierno chavista han muerto más de 200.000 personas a manos del hampa y el crimen organizado, una cifra aterradora que refleja la magnitud del drama que vive este país. Ni siquiera los conflictos de Irak y Afganistán han dejado tantas víctimas.
La ciudad de Caracas, además, se ha convertido en una urbe atroz en la que no se puede pasear y salir después de las seis
de la tarde. Cada fin de semana se hacinan en las diferentes morgues de la ciudad más de un centenar de cadáveres de víctimas de la delincuencia común; el gobierno ya no ofrece cifras oficiales acerca de la criminalidad y los familiares de los asesinados tienen que realizar el peregrinaje por las morgues para poder dar sepultura a sus seres queridos si consigue encontrarlos. La vida en Caracas no vale nada, te matan por una Blackberry.
¿Y cuáles son las causas de la violencia en Venezuela? En primer lugar, un poder oficial que alienta, ampara y alimenta un discurso violento y anclado en el resentimiento social, que exhala el odio y el rechazo hacia el respeto a la propiedad y el derecho a la vida. Como segundo factor que explica esta lacra es la lacerante corrupción de los cuerpos policiales y el poder judicial, cada vez más politizados y menos profesionales en el momento en que la sociedad más necesita a ambos. Luego está, como tercer elemento, el estado de impunidad en que se realizan los delitos, ya que más del 95% de los mismos quedan impunes y no hay responsables que tengan responder por los atropellos cometidos; el delincuente no tiene nada que temer y actúa sin ningún control ni sometimiento. Y, por último, la descomposición social de las instituciones tradicionales, como la familia, la Iglesia, la empresa, los partidos tradicionales y la escuela, en aras de una suerte de comunidad bolivariana de ideas que antepone la supuesta “revolución socialista” a otros valores, ha provocado la disolución de los mismos y el fin de los principios morales mínimos en que se asientan todas las sociedades.
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