LA IZQUIERDA CALLA, MIENTRAS EL RÉGIMEN DE MADURO MUESTRA SU CARA MÁS BRUTAL Y SANGUINARIA
Intelectuales de la izquierda como el francés Ignacio Ramonet o el director de cine norteamericano Sean Penn han apoyado en los últimos años a la satrapía venezolana aunque nunca podrían disfrutar de la calidad de vida de la que gozan en ese infierno en la tierra donde escasea de todo
La izquierda calla, mientras el régimen de maduro muestra su cara más brutal y sanguinaria
Intelectuales de la izquierda como el francés Ignacio Ramonet o el director de cine norteamericano Sean Penn han apoyado en los últimos años a la satrapía venezolana aunque nunca podrían disfrutar de la calidad de vida de la que gozan en ese infierno en la tierra donde escasea de todo
Por Ricardo Angoso
Agosto 9 de 2017
ricky.angoso@gmail.com
@ricardoangoso
La imagen del alcalde de Caracas, Antonio Ledesma, siendo empujado y arrastrado en pijama hacia un ascensor por los esbirros del régimen de Maduro tras haber sido arrancado por la fuerza de la cama pasarán a la historia de la ignominia humana. Ni siquiera en el Chile de Pinochet o en la Argentina de Videla habíamos visto tanta bestialidad, aunque a tenor de la personalidad del sátrapa venezolano, Nicolás Maduro, nada bueno se podía esperar de esa dictadura criminal, feroz y brutal. Luego está el caso de Leopoldo López, secuestrado en su casa -no tiene otro nombre tal como ocurrió- delante de sus hijos menores y su esposa y llevado, de nuevo, a las oscuras mazmorras -por no decir ergástulas- de la prisión militar de Ramo Verde. El hecho en sí mismo es una muestra más del sadismo del régimen. Sus prisiones militares están a medio camino entre los “gulags” soviéticos de la época de Stalin y las celdas de castigo cubanas tan bien narradas, contadas y sufridas por el escritor cubano Reinaldo Arenas.
Mientras se sucedían estos secuestros organizados por esa banda político-mafiosa que se apoderó del Estado venezolano hace casi ya una veintena de años, la oposición venezolana, agrupada en la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) hacía recuento de los asesinados a manos de los “cipayos” de Maduro y los gorilas a sueldo de la dictadura. Ya van más de 130 muertos, dos mil heridos y unos 4.000 arrestados y detenidos. Y la cifra, cada día que pasa, con la represión en aumento, va en alza y supera con creces a todos los muertos por otras dictaduras condenadas y atacadas por la izquierda en otros momentos históricos y latitudes. Ya se sabe, en este mundo caracterizado por la doble moral y el cinismo sin fronteras, hay dos clases de dictaduras: las buenas (de izquierdas) y las malas (de derechas).
El trío calaveras de la izquierda colombiana, conformado por Gustavo Petro, Piedad Córdoba e Iván Cepeda, guarda un sonoro silencio acerca de los sucesos que acontecen en las calles venezolanas y al día de hoy no se les conoce condena alguna sobre la salvaje represión. Ni la ha habido ni se espera. Mucho cacarear en contra del paramilitarismo, de condenar a los militares por supuestas violaciones de los derechos humanos (¿?), de acusar al expresidente Álvaro Uribe de todo tipo de crímenes cometidos desde su más tierna infancia, de estar siempre detrás de todas las causas progresistas, como apoyar a las dictaduras siria, cubana y venezolana, por ejemplo, y, ahora, haciendo gala de su hipocresía, callan ante lo que está ocurriendo en las calles teñidas de sangre de Venezuela. Practican la impostura moral como modo de vida y hacen de su ideología una coartada para justificar lo injustificable, callando ante la bestialidad de lo que defienden y condenando aquello que se escapa a sus parámetros ideológicos.
Profesan el cinismo sin mácula de vergüenza, porque aseguran tener el monopolio de la verdad absoluta en su haber, acusando a diestro y siniestro y desautorizando a sus adversarios con los argumentos más falaces. Estos prohombres de la izquierda en todas partes dicen defender a los humildes, estar al lado del pueblo siempre y luchar por las causas más justas, como si el resto fuéramos unos desarrapados morales sin principios y unos miserables incurables.
Pero la verdadera miseria, la de los falsos apóstoles y la cobardía ética, está de su parte. En España, por ejemplo, los representantes genuinos de la misma son los dirigentes de Podemos, que han sido financiados -tal como se ha demostrado y han reconocido- por el régimen venezolano y también por Irán. Dicen defender a los humildes y asisten a las marchas del orgullo gay, mientras que en las calles de Caracas la gente escarba en las basuras y en su paraíso iraní cuelgan a los homosexuales en grúas. Nunca se las ha escuchado una condena de estos hechos, más bien lo contrario: el líder de Podemos, el inefable Pablo Iglesias, ha llegado a decir que siente envidia por los miles de españoles que quedaron atrapados en esa gran ergástula que es la Venezuela “bolivariana”. Qué miserable. ¿Se puede caer más bajo?
En esa misma tónica, intelectuales de la izquierda como el francés Ignacio Ramonet o el director de cine norteamericano Sean Penn han apoyado en los últimos años a la satrapía venezolana aunque nunca podrían disfrutar de la calidad de vida de la que gozan en ese infierno en la tierra donde escasea de todo y no se encuentra de nada. Ejercen como profesionales de la progresía, dicen defender las causas más justas, pero, en definitiva, viven del cuento, se embolsan millones de estos regímenes y saben que nunca podrían vivir en las satrapías que consideran como “paraísos socialistas”. Ahora, estos progretas callan, no saben qué decir; las brutales imágenes que nos llegan de los esbirros del régimen disparando contra ciudadanos indefensos -muchos de ellos jóvenes estudiantes que han perdido la esperanza de vivir en un país sin futuro- lo dicen todo y dejan al descubierto la dictadura más brutal, criminal y sanguinaria de la historia de Venezuela.
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