LA NEGOCIACIÓN IMPOSIBLE
Timochenko y las Farc están convencidos de que han ganando la guerra por una vía insólita, distinta a la de la derrota militar del Ejército, y que sus “esfuerzos” terminaron por abrir una brecha inédita para la toma del poder
La negociación imposible
Por Eduardo Mackenzie
8 de octubre de 2012
En estos días previos al encuentro en Oslo, las Farc y el presidente Santos, y sus colaboradores, han hablado y lo que han dicho es muy revelador. Lo que han explicado tanto el mandatario colombiano como los señores Timochenko y Granda no hay que tomarlo como frases sueltas (cuán escandalosas, es cierto, de unos y otros) sino como unos postulados, unas tesis, que constituyen un todo, un pensamiento más o menos acabado sobre lo que piensan hacer durante las “negociaciones de paz” que ellos abrirían en Oslo y en La Habana.
Lo que nos han hecho saber esas dos partes es aterrador. Por un lado, las Farc han afirmado que no negociarán nada, que van allá únicamente a recoger el fruto de un trabajo viejo de intimidación y corrupción política e intelectual de la actual élite gobernante. Timochenko y las Farc están convencidos de que han ganando la guerra por una vía insólita, distinta a la de la derrota militar del Ejército, y que sus “esfuerzos” terminaron por abrir una brecha inédita para la toma del poder. El hecho de que el presidente Santos los haya buscado en secreto, a espaldas del país, en el momento en que estaban más arrinconadas, para que firmaran una paz en condiciones ultrafavorables para ellas, no podía ser visto por esos jefes fanatizados sino como una posibilidad de rendición parcial del Estado. Este habría llegado a la conclusión de que la única forma de hacer la paz con las Farc es llegar a una forma de cogobierno disimulado con ellas.
Las negociaciones en La Habana deberían ser, según ese esquema, únicamente una especie de ritual esotérico en el que el gobierno de Santos se comprometería a acatar, de nuevo de espaldas al país, dado el carácter ultra secreto de esa operación, las viejas ambiciones de las Farc y de Cuba sobre nuestro país. El país, a último minuto, sería puesto ante un hecho cumplido y no le quedaría la posibilidad de recurso alguno contra esa traición.
Ese análisis ha sido explicitado más o menos, aunque con otras palabras, por los hombres de las Farc en La Habana, por ciertos asesores de oficio, como Vicenç Fisas, y por el mismo gobierno de Juan Manuel Santos. Las declaraciones de éste último desde Nueva York, acerca de su impotencia para imponerle a las Farc una desmovilización real con entrega de las armas, y lo dicho enseguida por el ex presidente César Gaviria sobre el acomodamiento que Colombia debería aceptar ante las Farc pues “la violencia es mucho peor que un delito de narcotráfico”, muestra cuán avanzada es la confusión y devastación conceptual y moral que aqueja a sectores claves del establecimiento y del poder.
Los jefes de las Farc de 2012 siguen tan alucinados por la basura ideológica leninista como lo estaban los fundadores de esa maquinaria de muerte a comienzos de los años 1960. La Guerra Fría que les dio origen, el fin de esa misma Guerra Fría y el derrumbe del bloque soviético, no les ha enseñado nada. La petrificación mental de esa gente es idéntica a la de los jefes de Corea del Norte y de la Cuba castrista.
Las ínfulas de vencedores paradójicos de un gobierno “progresista” que ha renunciado a desmantelarlas, les hacen creer que las Farc han vencido al Estado y al país. Ese postulado, en total desfase con la realidad y con la lógica –pues el gobierno es una cosa y el país es otra y éste último no está dispuesto a dejarse imponer una dictadura–, bloqueará toda negociación real, que es un intercambio leal de ideas y de promesas y no la imposición del esquema de una parte a la otra.
Creer que de un periodo de cogobierno con la banda narco terrorista saldrá la paz para los colombianos más que un error, es una falta.
En la historia, incluida la de Colombia, toda situación de cogobierno entre liberales y comunistas se saldó por un fracaso: los liberales fueron desbancados por la fuerza. Un tal experimento terminó siempre en algo muy diferente a la paz: en nuevos disturbios, en violencias que fueron en ascenso hasta la creación una situación de doble poder y, finalmente, de asalto al poder. Fue exactamente eso lo que hicieron los comunistas durante la guerra civil española en el campo republicano, lo que hicieron en Checoslovaquia con el golpe de Praga, que llevó al asesinato de Jean Masaryk, el 9 de marzo de 1948, y a la represión sangrienta de los liberales y conservadores de ese país, y lo que trataron de hacer en Colombia un mes después, durante el 9 de abril de 1948. Es lo que trataron de hacer en junio de 1949 de nuevo en Colombia, cuando intentaron derrocar el gobierno de Ospina Pérez, que era de Unión Nacional hasta unas semanas antes, mediante un golpe palaciego en el que iban a movilizar una fracción del Ejército y el ala radical del partido liberal, disfrazando todo eso como una lucha “defensiva” contra la “dictadura terrorista” de Ospina Pérez.
Colombia no puede olvidar esas lecciones. Deberíamos leer al menos la prensa de ésa época y abrir los ojos pues tales métodos y tácticas de asalto siguen vivos en los planes de los enemigos de la democracia.
Muchos observadores colombianos están lanzando en estos momentos angustiadas advertencias, muy acertadas e inteligentes por cierto, sobre los riesgos que encierran no las negociaciones de paz con las Farc –pues todo el mundo está a favor de la paz y no sólo de eso sino de una paz con las Farc–, sino los rasgos particulares que estas negociaciones están adoptando ya, aún antes de que se abran los salones de Oslo y de La Habana. Aunque la palabra cogobierno no haya sido pronunciada por nadie, ese parece ser el objetivo último, encubierto, de esos contactos. Quisiera estar equivocado. Si, por el contrario, eso se confirma, el país tendrá que saberlo para levantarse como un solo hombre contra tal perspectiva. La Constitución colombiana garante de libertades no podrá ser derribada en La Habana ni en ningún otro cónclave secreto.
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