LAS IGLESIAS Y EL ESTATISMO

Por caminos de la política se arruina “el carácter de las naciones”, y se destruye la civilización; nos guste o no, por caminos de la política es que podremos rescatarla de su definitivo hundimiento

Evo y el Papa Francisco

Las iglesias y el estatismo

Por caminos de la política se arruina “el carácter de las naciones”, y se destruye la civilización; nos guste o no, por caminos de la política es que podremos rescatarla de su definitivo hundimiento

Alberto Mansueti
Alberto Mansueti

Por Alberto Mansueti

Mayo 28 de 2016

En América latina las Iglesias cristianas reaccionan contra las políticas pro-aborto, “matrimonio igualitario” y otras de la “ideología de género”, tomadas de la Agenda del marxismo cultural.

Pero estas políticas progresan porque se aprovechan del poder tiránico del Estado; y son sólo una expresión, la de más actualidad, y muy agresiva, del estatismo o “estatolatría”, sistema que ciertos sectores cristianos han ayudado a erigir y a fortalecer, sea por acción u omisión.

Según la Biblia, Dios está muchísimo más interesado en el tipo o sistema de gobierno que en el perfil personal del gobernante, tema al que la Escritura dedica pocos pasajes, y uno por aquí, otro por allá. Pero al sistema le dedica un libro casi entero, Deuteronomio, y dos tercios de cada uno de los dos precedentes, Levítico y Números, y partes de Éxodo y Génesis: Dios manda un sistema de Gobierno “limitado” a la seguridad y justicia. ¿Y los gobernantes? Los elige el pueblo, como en la democracia (Deuteronomio 1:13). O sea: el sistema importa más que el gobernante.

¿Por qué? Hay una respuesta simple, pero verdadera: porque en un sistema gubernativo inmoral e injusto no hay lugar para gobernantes morales y justos. Otra respuesta adicional, verdadera pero no tan simple, es que los sistemas inmorales pervierten y arruinan “el carácter de las naciones” (y no sólo de las personas), título de un excelente libro del Prof. Angelo Codevilla, subtitulado “Cómo la política puede hacer y deshacer la prosperidad, la familia, y la Civilización”.

Desde hace un siglo, en todo el mundo las izquierdas han erigido un sistema despótico: el estatismo; y lo hicieron de modo “progresivo”, en cuatro “olas” sucesivas:

 (1) En la primera impusieron el dinero de mero papel, sin patrón metálico, emitido a discreción por los Bancos Centrales, desde 1913 en EE.UU.; así crearon inflación, y nos comenzaron a empobrecer.

En 1919 crearon su OIT, y sus “convenios” internacionales recortando la libertad de trabajo. Así crearon desempleo, y nos impidieron salir de la pobreza; y de paso fijaron la pauta para las demás agencias mundiales, las que en otros temas nos dictan sus reglamentos estatistas en “acuerdos y tratados”, que una vez ratificados por los Gobiernos, se hacen ley automáticamente.

 (2) Creada la crisis de 1929 y la “Gran Depresión”, la segunda ola fue en los ‘30 y ‘40. Dijeron que sobre todo “para ayudar a los pobres”, los Gobiernos se encargarían de “educación y salud”; y de ellas hicieron medios de adoctrinamiento y control. Mientras, los reglamentos comenzaron a multiplicarse, la seguridad y justicia a decaer, los impuestos a subir, y las burocracias estatales a expandirse.

"Oye, pue' ¿y ese edificio de quién es? !Exprópiese!," Chillaba Chávez
“Oye, pue’ ¿y ese edificio de quién es? !Exprópiese!,” Chillaba Chávez

 (3) La tercera ola fue el ataque a la economía productiva en los ’70 y ’80: expropiaciones de fincas para su “reforma agraria”, masivas “nacionalizaciones” de industrias, comercios, bancos, energía y minería. Y las guerrillas marxistas secuestrando, saqueando, torturando y asesinando.

¿Hubo oposición a esta serie de usurpaciones? Sí, pero las voces de los “atalayas” fueron descalificadas con adjetivos denigrantes: reaccionarios, derechistas, “fundamentalistas”, etc.

 (4) Adueñados del dinero, el trabajo, la educación y salud, y los resortes productivos, ahora van más directo contra la vida, la familia, y la civilización occidental. Es la cuarta ola, cuyos pésimos resultados se suman a los de las anteriores.

Sectores cristianos han ayudado al estatismo, sea por acción, como los “teólogos de la liberación”, o por omisión, como los místicos pietistas, que han aconsejado desentenderse de la política, o peor aún, obedecer ciegamente a los tiranos. Resultado: sistemas de Gobierno inmorales e injustos, pero muy poderosos, en todo el mundo.

En las elecciones: los candidatos surgidos del estatismo son todos estatistas, unos peores, otros “menos malos”, otros pésimos. Sobre todo en la “segunda vuelta”, método discutible, pero adoptado ampliamente. Un Presidente ya no es “elegido” con votos, sino que su oponente, que se supone “el mal mayor”, es descartado con antivotos o contravotos. Por eso las campañas son sucias: no encomian a un candidato, desacreditan al oponente. Es la clase de cosas que pasa cuando enfocamos toda la atención en el perfil personal del gobernante o del aspirante, y no en el tipo o sistema de gobierno.

Pero a los candidatos, ¿cabe evaluarlos según los requisitos bíblicos para la persona del gobernante? Sí, pero entonces ¡ninguno pasa el examen! Votar en blanco o no votar se hace deber moral. Y sobre todo: no votar jamás por un candidato “evangélico” que rechaza o desconoce la Ley de Dios para las naciones y su sistema de Gobiernos, porque busca gloria para sí mismo, por cuanto se niega a dar mérito y reconocimiento a Dios, por el modelo político que Él ha diseñado, para nuestro bien.

Muchos evangélicos dicen “todos los sistemas, capitalismo o comunismo, son humanos…” Grave error. Debemos juzgar sobre todo los sistemas, y en base a sus requisitos bíblicos, declarados en la Torah o Pentateuco. Los actuales son lo contrario; todos estatistas, lo que Dios condena en I Samuel 8 (y concordantes). Los sistemas tampoco pasan este otro examen, ¡y mucho menos!

Por caminos de la política se arruina “el carácter de las naciones”, y se destruye la civilización; nos guste o no, por caminos de la política es que podremos rescatarla de su definitivo hundimiento. No hay otros. Si dejamos de lado la política, poco se puede hacer desde la familia, la escuela, la empresa o la Iglesia; por una razón muy simple: tales instituciones privadas ya han sido minadas, saboteadas, subvertidas e instrumentadas por la política inmoral. Por eso la necedad de la “antipolítica”, y lo imperioso de reivindicar la política decente.

Piénsalo.

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