¿PAZ O TREGUA?
La dirigencia colombiana parece ignorar que la democracia solo puede funcionar adecuadamente si se dan ciertos supuestos, dentro de los cuales figura lo que Álvaro Gómez Hurtado llamaba los acuerdos sobre lo fundamental
¿Paz o tregua?
La dirigencia colombiana parece ignorar que la democracia solo puede funcionar adecuadamente si se dan ciertos supuestos, dentro de los cuales figura lo que Álvaro Gómez Hurtado llamaba los acuerdos sobre lo fundamental
Por Jesús Vallejo Mejía
Diciembre 5 de 2014
Las Farc constituyen una tenebrosa organización criminal animada por una no menos tenebrosa ideología política.
Sobre lo primero parece haber consenso, pues está claro que no solo son uno de los más poderosos actores del narcotráfico mundial, sino el segundo o tercer grupo terrorista más rico en todas las latitudes. Bien ganada tienen la calificación de narcoterroristas. Su prontuario es espeluznante.
Hay que admitir, sin embargo, que sus motivos y sus finalidades son políticos. Lo que buscan es destruir las estructuras de poder existentes en la sociedad colombiana e instaurar otras que obedezcan al credo marxista-leninista que las inspira. Son, en efecto, una organización revolucionaria. Sus dirigentes así lo reiteran sin esguince alguno: el suyo es, como lo he dicho muchas veces, un proyecto totalitario y liberticida.
Esto plantea de entrada la cuestión de en qué medida es posible la convivencia pacífica entre proyectos políticos inspirados en el liberalismo que Raymond Aron consideraba como el techo común capaz de albergar a la derecha no extremista y la izquierda no totalitaria, y proyectos radicalmente antiliberales como los de las Farc y el Eln.
Después de la Segunda Guerra Mundial, la mayoría de los países del mundo occidental encontraron unas fórmulas de convivencia civilizada entre diversos proyectos fundados en ideologías y programas de acción muchas veces divergentes, pero todos ellos fundados en la idea de que la lucha por la conquista del poder, así como el ejercicio del mismo, deben someterse a reglas de juego claras aceptadas lealmente por todos los actores políticos. Fue de ese modo como lograron instaurar la democracia pluralista que garantiza tanto la libre expresión de todas las opiniones, cuanto lo que en los albores del constitucionalismo moderno se denominaba el gobierno alternativo y responsable. Este es, evidentemente, resultado de la idea de que el poder debe ejercerse de acuerdo con las variaciones que se produzcan en el seno de la opinión pública.
En el fondo, el régimen que terminó imponiéndose puede considerarse como el de la opinión soberana. De ahí que sus reglas fundamentales giren en torno de cómo se forma esa opinión, cómo se manifiesta, cómo accede al poder y cómo debe de ejercérselo de suerte que el libre juego de opiniones lo nutra y ponga a tono con las necesidades comunitarias.
Quizás hoy ese régimen esté en dificultades en distintos países, tal como se advierte hoy en Francia, en España, en Italia, en Grecia e incluso en Estados Unidos, según lo insinúa sobre este último un libro de reciente aparición que alerta sobre los riesgos de guerra civil que se ciernen sobre su futuro inmediato (Vid.http://www.renewamerica.com/columns/vernon/141125).
Pero es un régimen que no solo ha garantizado la paz política en países que en el siglo pasado estuvieron sometidos a gobiernos dictatoriales, sino la paz social entre las fuerzas del capital y del trabajo. Resultado de ello ha sido una época de progreso económico y bienestar humano nunca antes conocidos en toda la historia.
No fue fácil consolidarlo. Por ejemplo, la presencia en Francia y en Italia de unos partidos comunistas que al término de la guerra contaban con votos suficientes para ponerlos en vilo, exigió altísimas dosis de sabiduría política y buen manejo gubernamental para neutralizarlos. Es una historia que convendrá examinar más en detalle para extraer de ella las mejores lecciones en torno de la realidad colombiana de hoy.
El gran contendor de la democracia pluralista no fue el tradicionalismo, como ocurrió con los proyectos liberales del siglo XIX y principios del siglo XX, sino el totalitarismo marxista-leninista que se impuso en Europa Oriental, en China, en Corea del Norte, en Cuba y en varios países africanos. Fue ese sistema el que suscitó las inquietudes que expuso Revel en su famoso libro “La Tentación Totalitaria”.
Pero los acontecimientos de fines del siglo pasado parecieron dar al traste con él, dado que la Unión Soviética y los que antaño se llamaban países “satélites” suyos, viraron hacia el régimen pluralista. Y países en donde se han mantenido las estructuras políticas del Estado totalitario, como es el caso de China o el de Vietnam, modificaron al menos su sistema económico para ajustarlo a los moldes del capitalismo.
A comienzos del siglo XXI el régimen totalitario marxista-leninista había quedado reducido a dos países que ofrecen muestras elocuentes de sus rotundos fracasos:Cuba y Corea del Norte.
Esto les hace pensar a no pocos ingenuos que la tentación totalitaria es cosa del pasado y que bastaría con ofrecer algo de apertura democrática para atraer pacíficamente a los guerrilleros de las Farc y el Eln al redil pluralista, del mismo modo como se logró hace ya cerca de un cuarto de siglo la inserción del M-19, el Epl y otros cuantos más al ordenamiento constitucional de 1991.
Resulta que la situación actual difiere sustancialmente de la de esa época, cuando se creía que la tentación totalitaria estaba totalmente superada y el proyecto comunista iba hacia su definitiva liquidación, tal como lo anunciaba Fukuyama con infundado optimismo en su libro “El Fin de la Historia”(Vid.http://firgoa.usc.es/drupal/files/Francis%20Fukuyama%20-%20Fin%20de%20la%20historia%20y%20otros%20escritos.pdf).
Pero la historia reserva muchas sorpresas y, como lo dijo Raymond Aron en alguna oportunidad, es trágica. Cuando se creía en la muerte del
comunismo, Fidel Castro y Lula se aplicaron a reanimarlo a través del Foro de San Pablo, presentándolo con otro ropaje. Bajo su inspiración, en varios países de América Latina los comunistas han llegado al poder por la vía electoral, para ejercerlo luego con aparente sujeción a las formas del Estado de Derecho, pero distorsionándolas hasta el punto de instaurar de hecho verdaderas dictaduras. Es, a no dudarlo, el caso de Venezuela.
Se habla, para referirse a esta modalidad de régimen político, de “democracias iliberales”, que han perdido la noción del pluralismo y se acercan al modelo totalitario. No hay que olvidar que la idea democrática puede dar lugar a dos vertientes antagónicas, la liberal y la totalitaria.
Los partidarios de los diálogos de La Habana creen que es posible convencer a las Farc de su renuncia a la toma del poder por la vía de las armas, a cambio del otorgamiento de garantías para que lo busquen por la vía electoral.
Pero en parte alguna los voceros de esa guerrilla narcoterrorista han dado muestras de esa renuncia. Dicen que no entregarán las armas, pues pretenden conservarlas hasta que consideren que las condiciones de los acuerdos se hayan cumplido a satisfacción suya. Tampoco aceptan la desmovilización de sus efectivos, es decir, la desarticulación de sus estructuras armadas, pues aspiran a mantenerlas latentes, siempre y cuando las fuerzas del Estado se mantengan en lo mismo. En el fondo, pretenden que los acuerdos a que se llegue instauren lo que se llama un cese bilateral al fuego, que ate a la autoridad legítima y les deje las manos libres para continuar su labor de zapa en las comunidades rurales y, por supuesto, en los núcleos urbanos.
La paz y el postconflicto de que se habla tienen todos los visos de una tregua en que la autoridad legítima llevaría todas las de perder. De ese modo, los procesos electorales contarán con la presencia de actores armados que podrán ejercer presión sobre las comunidades para impedir que se vote por los actores desarmados y obligarlas a hacerlo por los candidatos de las guerrillas. Las fuerzas armadas de la república se verán confinadas a sus cuarteles, mientras que las fuerzas irregulares de la subversión comunista tendrán vía franca para ejercer sus depredaciones en todo el territorio nacional. Ya lo han hecho, en escala ciertamente limitada, en las últimas elecciones, cuando entrabaron las campañas del Centro Democrático y obligaron en algunas regiones a votar por Santos y la Unidad Nacional.
¿Están en capacidad las Farc y el Eln de tomarse el poder a través de unas elecciones? Hay quienes dicen que eso sería imposible y que más bien por ese camino cabría esperar que se adaptaran a los mecanismos democráticos. Pero cuando se conoce su ideología, no resulta aventurado pensar que los aprovecharán para sentar las bases de posteriores acciones tendientes a instaurar la dictadura a que tampoco han renunciado.
La dirigencia colombiana parece ignorar que la democracia solo puede funcionar adecuadamente si se dan ciertos supuestos, dentro de los cuales figura lo que Álvaro Gómez Hurtado llamaba los acuerdos sobre lo fundamental. Y entre la democracia pluralista y la totalitaria esos acuerdos son prácticamente imposibles. No hay un régimen intermedio capaz de integrar esas dos versiones que se repelen recíprocamente como el agua y el aceite.
Por eso pienso, retomando un planteamiento de José Félix Lafaurie, que el rumbo que al parecer llevan los diálogos de La Habana conduce en últimas a dividir el país en dos grandes segmentos: la ciudad, regida por la política tradicional, y el campo, sometido a la férula guerrillera. Esa división, por supuesto, no garantizaría la paz, sino la continuación del conflicto bajo nuevas condiciones muy favorables para los comunistas.
Comentarios