REPUDIEMOS EL LENGUAJE-MENTIRA DE LAS FARC
Repudiemos el lenguaje-mentira de las Farc
Es evidente que el gobierno y las Farc intentan reducir a polvo la gravedad de lo que hicieron el 18 de febrero. Ambos quieren que los lectores crean que en Conejo no hubo acto ilegal alguno, ni ruptura de un deber constitucional hacia la población
Por Eduardo Mackenzie
28 de febrero de 2016
Otra cosa que reveló el acto de propaganda armada de las Farc en Conejo (Guajira), el 18 de febrero pasado, es que buena parte de la prensa colombiana no sabe usar bien las palabras. Cuando un periodista acepta escribir que en Conejo hubo un acto de pedagogía de la paz, y lo escribe así, sin comillas, muestra que ignora, en este caso, la distancia enorme que hay entre la frase empleada y el hecho real descrito.
Escribir que las Farc hicieron un “acto de pedagogía” en Conejo hace pensar dos cosas: que el periodista no sabe qué es pedagogía (y repite sin ningún espíritu reflexivo lo que otros le dicen) o que sabe muy bien que la palabra pedagogía enmascara lo que hicieron las Farc allí, pero acepta difundir esa fórmula tendenciosa para contribuir a la propaganda mediante un artículo de prensa aparentemente inocuo.
Pedagogía es lo contrario de violencia y de intimidación. Hacer pasar un acto violento (invadir un pueblito con guerrilleros armados) como un acto de “pedagogía” es burlarse de la gente. Pedagogía es el conjunto de conocimientos y de técnicas utilizadas en la enseñanza, sobre todo de niños y jóvenes. Es transmitir conocimientos a una persona mediante la argumentación, la demostración y la persuasión. Todo pedagogo sabe que violencia y pedagogía se oponen. La pedagogía se aplica en un contexto de libertad y de vida. Amenazar a civiles con matanzas y secuestros es un acto de muerte.
Yo puedo entender que la activista pro Farc Piedad Córdoba diga que era “innecesario suspender las labores de pedagogía de las Farc”. Ella está en lo suyo. Su trabajo es ese: utilizar el metalenguaje Farc, ese lenguaje-mentira, para obscurecer la verdad y violar la mente de los ciudadanos. La actitud extremista de ella es evidente cuando remata su frase con esta amenaza: “El país debe comenzar a acostumbrarse a verlos haciendo política”. Para ella, obligar la gente de un pueblito indefenso, previamente desmilitarizado mediante engaños, a oír discursos salvajes ante 300 guerrilleros, es “hacer política”.
Ello muestra que la “política” que las Farc harán a diario y en todo el territorio de la República, si los colombianos dejamos que se encaramen en el poder, será eso: aterrorizar a la población con sus matones y sus fusiles y sufrir su represión y sus represalias.
El congresista Roy Barreras, copresidente del partido de la U, tampoco se distingue por utilizar un lenguaje normal que no rinda tributo a las ocurrencias de las Farc. El pide que se le pongan “límites y reglas” a las Farc para que “puedan transmitir la información y su pedagogía a los demás guerrilleros”. Qué bárbaro. La arenga de un jefe terrorista ante bases guerrilleras tampoco puede ser un acto de pedagogía, ni de información, pues una guerrilla no es un grupo de gente libre.
Sergio Jaramillo es otro que ha caído en el abismo retórico de las Farc, aunque se supone que él, por su formación filosófica y filológica, debería conocer más la bella lengua castellana (¿no dice que, además, es pariente lejano de José Eusebio Caro y de Miguel Antonio Caro?). El estima que las Farc “venían adelantando (…) ejercicios pedagógicos”. Y como la palabra es tan positiva y como lo de Conejo no fue nada, como decretó Piedad Córdoba, el comisionado de paz Jaramillo quiere que esos “ejercicios pedagógicos” continúen con apoyo del gobierno. El reitera que “el gobierno es consciente de la necesidad de la pedagogía de los jefes de las Farc con sus hombres y que en ese sentido la guerrilla tiene todas las garantías y el apoyo logístico para adelantarla, siempre y cuando no se presenten situaciones como la de La Guajira”.
El lenguaje de los políticos y de los periodistas debe ser lo más exacto posible. El periodista no puede decir tonterías, ni tomar las
frases o los vocablos de otros como verdades confirmadas. El libro de estilo del diario madrileño El País recomienda: “Los periodistas deben cuidar de llamar a las cosas por su nombre, sin caer en los eufemismos impuestos por determinados colectivos”. Y detalla: “Así, por ejemplo, el ‘impuesto revolucionario’ debe ser denominado extorsión económica”. El periodista debe tomar una cierta distancia respecto de lo que su fuente afirma. Puede citar la expresión textual o las frases de otros pero entre comillas, sobre todo si la frase en cuestión es un evidente acto de manipulación. Las comillas existen para eso, para decir que la responsabilidad de lo dicho es de la fuente y no del periodista, pues éste no valida automáticamente lo que le dicen.
¿Por qué la prensa, casi toda, tragó entero eso de la “pedagogía de la paz”? ¿Por qué no se levantó contra semejante abuso del lenguaje? Porque los periodistas perdieron los reflejos. Porque desde hace años, por desidia, por ignorancia, por politización o por miedo, retoman sin chistar el lenguaje tendencioso de las bandas, haciéndoles grandes favores y ayudándolas a impulsar su guerra psicológica. Recuerdo que algunos llegaron a decir que los rehenes de las Farc sólo estaban “retenidos” y que otros entrevistaron rehenes bajo el fusil de sus secuestradores.
El Espectador escribe hoy en un titular: “Gobierno y Farc superan el incidente de Conejo. Definirán nuevo protocolo para que Farc hagan pedagogía de la paz sin armas”. Dejar sin comillas la frase “para que Farc hagan pedagogía de la paz sin armas”, da a entender que lo que hacen las Farc al enviar sus cabecillas a reuniones con células clandestinas en donde reiteran que las Farc no renuncian a sus objetivos “históricos”, al programa de Tirofijo, o el envío de cabecillas acompañados de gente armada hasta los dientes a pueblitos sin fuerza pública, es un acto de pedagogía, un acto neutro, libre, sin efectos para la seguridad del país.
Es evidente que el gobierno y las Farc intentan reducir a polvo la gravedad de lo que hicieron el 18 de febrero. Ambos quieren que los lectores crean que en Conejo no hubo acto ilegal alguno, ni ruptura de un deber constitucional hacia la población.
Así va la marcha de la propaganda armada en Colombia, parte central de la guerra subversiva: de la mano de políticos y funcionarios irresponsables y de titulares y noticias de una prensa que ha perdido la brújula y, sobre todo, el respeto de sí misma.
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