¿SANTOS HA ROTO CON LA “REVOLUCIÓN BOLIVARIANA”?
No, Maduro no ha “ayudado” jamás a Colombia. Tampoco es cierto que la negociación habanera con las Farc sea una “revolución para buscar más equidad”. En un discurso que parecía haber sido redactado para cobrarle a Maduro sus fechorías contra Colombia Santos terminó de nuevo empantanado y a la merced de Maduro
¿Santos ha roto con la “revolución bolivariana”?
No, Maduro no ha “ayudado” jamás a Colombia. Tampoco es cierto que la negociación habanera con las Farc sea una “revolución para buscar más equidad”. En un discurso que parecía haber sido redactado para cobrarle a Maduro sus fechorías contra Colombia Santos terminó de nuevo empantanado y a la merced de Maduro
Por Eduardo Mackenzie
16 de septiembre de 2015
En su discurso del 9 de septiembre pasado, el presidente Juan Manuel Santos admitió, por primera vez en seis años, que existen diferencias entre su gobierno y el que maldirige a Venezuela. Santos hizo ese análisis para tratar de responder a las soflamas lanzadas por la vecina dictadura para justificar la crisis humanitaria y diplomática provocada entre los dos países por Nicolás Maduro y sus violentas expulsiones de familias colombianas en Venezuela.
Ese discurso de Santos desde la Casa de Nariño causó no pocas sorpresas pues, de alguna manera, el tono empleado era inédito. Santos afirmó allí que la “revolución bolivariana ha fracasado”, que esa “revolución” se “está autodestruyendo” y que ese fracaso no es culpa de Colombia sino “del modelo” y de sus “resultados” (o de sus no resultados) en materia económica, de inseguridad y el narcotráfico.
Las causas de ese fracaso no sólo son esas pero hay que admitirlo: nunca antes Santos había hablado en forma tan acerva, como jefe de Estado, de la aventura chavista. Las saludables palabras de Santos desataron como se podía esperar la ira de Maduro y del sulfuroso Diosdado Cabello. Ambos arreciaron sus insultos contra Colombia. Sus propagandistas eructaron que en Bogotá manda “el paramilitarismo de la oligarquía”. No satisfecho con eso, Maduro creyó que más valía desafiar militarmente del todo a Colombia con el envío –en dos ocasiones (Vichada y Guajira) hasta el momento de redactar esta nota–, de aviones rusos de combate sobre el espacio aéreo colombiano. Y, para meter más miedo, Caracas hizo saber que estaba recibiendo un “impresionante arsenal de guerra procedente de China”, de una cantidad “no especificada de tanques anfibios VN16 y vehículos blindados anfibios VN18, así como camiones tácticos 4×4 North Benz serie 2629”, destinados, según alertó una página web especializada, “a la Infantería de Marina” de Venezuela.
De nada habían servido pues las frases de Santos en ese discurso destinadas a calmar al energúmeno de Caracas. Santos subrayó allí que, en efecto, él siempre había “respetado” la “revolución” venezolana, que nunca la había atacado y que él no ha participado “en un complot para destruirla”.
Aunque algunos en Bogotá creyeron ver en ese discurso una ruptura, o el comienzo de una ruptura de Santos con el detestable régimen “bolivariano”, la verdad es que Santos, a pesar de las justificadas puyas que lanzó, siguió en la misma línea de obediencia a Caracas y borró con una mano lo que había escrito con la otra al decir que la Venezuela chavista había “ayudado a Colombia” en la “construcción de paz” y que en eso “no hay ninguna discusión”. Y al concluir que en Colombia “estamos en una revolución para buscar más equidad”.
La naturaleza inviable y ruinosa del régimen de Maduro había quedada expuesta ante el mundo. El caos económico en que viven los venezolanos, las deportaciones masivas de colombianos, y la intimidación con los Sukhoi 35, son signos de impotencia. No obstante, Santos siguió sin aceptar que tales actos señalan sobre todo la muerte del proceso “de paz” del cual Nicolás Maduro es hasta ahora “garante”.
Santos no comprende (o lo comprende pero hace como si no viera nada) que Maduro al amenazar a Colombia con sus blindados chinos y sus aviones rusos le puso él mismo una lápida a la pretendida negociación de paz. Maduro destrozó así ese proceso de paz no porque quisiera sino por su conocida incapacidad para llevar a buen puerto las tareas políticas que heredó de Hugo Chávez y las que él mismo se ha impuesto.
Para el difunto dictador, ese proceso de paz en Colombia era el núcleo central de la agenda internacional de la “revolución bolivariana”. Para Chávez y los demás aventureros del castrismo, incluido Maduro, el proceso abierto por Juan Manuel Santos con las Farc en La Habana era la mejor forma, la más insidiosa, silenciosa y letal para perfeccionar un dispositivo de dominación sobre el norte de la América del Sur, dispositivo que se halla hoy en crisis precisamente por la resistencia que ofrece Colombia a esa opción absurda: la de ser embarcada y devorada por esos ambiciosos planes expansionistas.
No, Maduro no ha “ayudado” jamás a Colombia. Tampoco es cierto que la negociación habanera con las Farc sea una “revolución para buscar más equidad”. En un discurso que parecía haber sido redactado para cobrarle a Maduro sus fechorías contra Colombia Santos terminó de nuevo empantanado y a la merced de Maduro.
Las mayorías en Colombia ven ahora lo que antes no veían: que el proceso de paz que consiste en hacerle concesiones exorbitantes a las Farc es, en realidad, la maniobra más audaz y temeraria de la historia reciente del continente americano para trasferir, bajo el disfraz de una negociación política, el poder a una minoría violenta anti capitalista y anti democrática que nunca pudo conquistar, ni por las armas ni por la corrupción, el poder en una nación de larga tradición democrática.
¿Qué relación puede haber entre las gesticulaciones anti Colombia de Maduro, y la actividad simultánea de Rafael Correa quien está impulsando a su vez disturbios en la frontera entre Ecuador y Colombia?
La relación es clara. Esos dos agentes de la subversión castrista creen que cercando a Colombia, bloqueando el comercio fronterizo, represando el carbón de la Guajira, arruinando el comercio de Ipiales, dejando pasar armas y explosivos para el narcoterrorismo por esas fronteras, van a minar la resistencia y la unidad de Colombia. Creen que hay que reforzar el caos en todas partes para que las Farc, ante una opinión aturdida, obtengan el triunfo definitivo en la mesa de La Habana.
Lo que han conseguido es lo contrario. Las agresiones de estas últimas semanas alertaron más a Colombia y reforzaron el sentimiento patriótico contra las ínfulas de Maduro y contra su plan más siniestro en Colombia: el proceso de paz.
Eso explica el tono desesperado que adoptan en estos días los jefes de las Farc en Cuba. Iván Márquez cree saber, por ejemplo, que su organización y el gobierno de Santos están “a las puertas de alcanzar un acuerdo sobre el complejo tema de justicia”. El jefe terrorista trata de hacer creer a los medios que “en sólo siete días” los negociadores resolvieron el punto más delicado, el de la justicia para esos traficantes, un punto que los colombianos no se van a tragar, y que nadie ha podido resolver en tres años de agitadas danzas y contradanzas en La Habana.
El afán de las Farc por creer la imagen de que las negociaciones van a culminar pronto –ante lo cual Santos trata de abolir la Constitución vigente mediante reformas grotescas– hay que invertirlo: esas negociaciones son un cadáver insepulto que apesta por donde pasa y cuya naturaleza monstruosa está cada vez más expuesta ante los ojos de los colombianos.
Asombra que Santos insista todavía en seguir en la línea de las concesiones extremas a las Farc cuando todos sabemos que, como bien lo resumió el matutino cartagenero El Universal en un editorial memorable: “Las Farc ya no son un movimiento guerrillero. Las Farc son el gobierno de Venezuela armado con Sukhoi 35 (aviones de guerra rusos) y misiles de largo alcance”. Es eso lo que trató de decirnos Maduro al enviar sus bombarderos. La respuesta de Colombia debe ser de golpear la parte que más le duele a Maduro: poniendo fin a la operación habanera de las Farc y abriendo un verdadero proceso de paz que comience con la concentración de las huestes depredadoras en un punto preciso de la geografía nacional.
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