SANTOS QUIERE ENSEÑARNOS A HABLAR

Santos abrió una ventana hacia la creación de un delito de opinión. Estamos ante el riesgo de que dentro de unas semanas nos digan que quien califique a las Farc de “asesinos” o de “terroristas” o de “secuestradores” podrá ser sancionado penalmente por la Fiscalía

Juan Manuel Santos e Iván Ríos

Santos quiere enseñarnos a hablar

 Santos abrió una ventana hacia la creación de un delito de opinión. Estamos ante el riesgo de que dentro de unas semanas nos digan que quien califique a las Farc de “asesinos” o de “terroristas” o de “secuestradores” podrá ser sancionado penalmente por la Fiscalía

Eduardo Mackenzie
Eduardo Mackenzie

Por Eduardo Mackenzie

21 de julio de 2015

Al pedirle a la clase política, a las fuerzas armadas y a los periodistas que dejen de llamar a las Farc bandidos y terroristas y que las llamen “simplemente Farc”, el presidente Santos reveló de nuevo su perspectiva política real.

No es cierto lo que dice Semana, revista bogotana que ya ha lanzado dos sermones no firmados al respecto. Tal insistencia llama la atención.  Esa publicación dice que Santos se propone “bajarle el tono agresivo” a la discusión pública sobre el proceso de paz. Lo dudamos. Lo que busca Santos es mucho más ambicioso.

Santos quiere enseñarle un cierto lenguaje a Colombia. Santos busca obscurecer la concepción colombiana de la naturaleza de la agresión fariana, para fomentar en la ciudadanía una actitud de indiferencia,  de vacilación y fantasía ante la tragedia nacional.

Semana se juega a favor de que el poder central imponga  esa nueva restricción a la libertad de expresión. Ese no es el papel de una revista que se dice independiente. Nadie podrá quitarles a los colombianos el derecho a llamar las cosas por su propio nombre y como quieran.

Santos predica sin haber dado el buen ejemplo. A él no le basta reducir los espacios de expresión de la oposición, intimidar y hasta sacar del país con artimañas judiciales a los periodistas que lo incomodan, sino que insulta a los opositores con epítetos infames como “mano negra”, “enemigos de la paz” y “extrema derecha”.  Ahora Santos quiere algo peor: que la gente se encierre en las propias categorías de Santos (y de las Farc), que trague entera la propaganda infecta y la perspectiva uniforme de los mayores verdugos de Colombia.

Santos y JJ Rendón
Santos y JJ Rendón

La lógica que trata de imponer Santos es esta: si no hay criminales, no hay víctimas. Si no hay víctimas la justicia sobra, o es superflua. El otro mensaje subliminal es que si las Farc no son terroristas Colombia ha vivido siempre en el error y los dialogantes de La Habana son opositores armados con motivaciones altruistas. Gilberto Vieira y Tirofijo quisieron imponer, desde los años 60, ese embuchado. Nunca lo lograron. Ahora es Santos quien lo lanza de nuevo. Fracasará también.

¿Santos, un aprendiz de brujo? Al lanzar esa enormidad ante la periodista Claudia Gurisatti –quien rechazó inmediatamente la absurda exigencia—Santos abrió una ventana hacia la creación de un delito de opinión. Estamos ante el riesgo de que dentro de unas semanas nos digan que quien califique a las Farc de “asesinos” o de “terroristas” o de “secuestradores” podrá ser sancionado penalmente por la Fiscalía (como ésta amenazó con sanciones a quienes difundan imágenes de los asaltos terroristas).

No es una suposición. Un mecanismo punitivo y de censura de ese alcance fue acordado en junio de 2013. En el documento intitulado “Participación política: apertura democrática para construir la paz”, Iván Márquez  y los negociadores de Santos firmaron los párrafos donde dicen que hay que “prevenir cualquier forma de estigmatización” de las Farc, y prohibir toda palabra que pueda molestarlos. Es más: ese texto convierte  la “estigmatización” en algo peor, en “persecución de dirigentes”, lo cual debe ser, según ese texto, castigado.

La propuesta de Santos es indecente. Equivale a absolver por ese medio sutil a esos criminales, en el plano del lenguaje, que es el primer umbral de la actividad política. Quiere amnistiarlos en el campo de la percepción psicológica, intelectual y moral, a pesar del daño irreparable que esa gente le ha hecho al país durante 60 años.

Si Santos quiere “crear una atmósfera favorable para un eventual acuerdo” debe, antes que nada, pedirles a esos bárbaros, a las Farc, que dejen de matar y de mentir. Santos no lo hace. El prefiere pedir a las víctimas que lloren en silencio a sus muertos y que dejen de denunciar a los asesinos.

Los partidos comunistas y los partidos nazi-fascistas siempre quisieron que el lenguaje se acomodara a sus objetivos. Inventaron una jerga propia: para hablar entre ellos y para imponerla a los otros.

Todo proyecto totalitario fabrica un nuevo lenguaje, un novlangue, como decía George Orwell, un lenguaje absurdo donde el mal es llamado bien, donde la guerra es llamada paz, donde la opresión es llamada liberación. Las Farc están en eso. Se presentan como la encarnación del bien y quieren que nadie repudie esa mentira. Es lo que Santos nos pide que hagamos.

No se trata sólo de hacer volteretas con el lenguaje. Es algo más profundo. George Orwell lo explicaba así: “Aplicado a un miembro del partido, el novlangue designa la voluntad leal de decir que lo negro es blanco, cuando la disciplina del partido lo exige. Pero designa también la aptitud de creer que lo negro es blanco, y de saber que lo negro es blanco y de olvidar que alguna vez él pensó diferente”. Esa actitud, agrega el británico, autor de la novela profética 1984, “supone un perpetuo cambio del pasado, que hace viable el sistema mental que abarca todo el resto y que es conocido en novlangue bajo el nombre de pensardoble”.

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