SANTOS Y LA CESIÓN DE ISAGÉN
Al venderla a Isagén así, Santos le regaló a ese inversionista más de 500 millones de dólares, como lo demostró Eduardo Sarmiento Palacio en su nota del 3 de enero pasado
Santos y la cesión de Isagén
Al vender a Isagén así, Santos le regaló a ese inversionista más de 500 millones de dólares, como lo demostró Eduardo Sarmiento Palacio en su nota del 3 de enero pasado
Por Eduardo Mackenzie
16 de enero de 2016
El presidente Santos hizo, de nuevo, lo que quería. Cedió a una multinacional canadiense, por un puñado de dólares, un elemento capital de la independencia energética de Colombia. La venta de Isagén no fue sólo una “privatización”, como pretende la clique gobernante. Esa venta, que incluye las costosas instalaciones de cinco plantas hidroeléctricas y una térmica, más 11 000 hectáreas de bosques, lagunas y rica biodiversidad (con 92 especies amenazadas o en vías de extinción), es una operación administrativa irresponsable que tendrá repercusiones políticas. Es, en últimas, el mayor crimen que un mandatario haya podido cometer contra la autonomía industrial, social y climática de su propio país.
Santos hizo eso como hace con el resto de los temas de su gobierno: sin escuchar a nadie, sin respetar las opiniones de las autoridades de control, sin atender el clamor popular y sin tener en cuenta las previsiones más elementales sobre lo que exige el futuro eléctrico del país. Lo hizo como está haciendo con el llamado “proceso de paz”: de manera autoritaria y pasando por encima de todos.
Santos hace lo uno y lo otro porque ha decidido favorecer una agenda personal, rechazando de manera displicente lo que advirtió la Procuraduría General de la Nacional y la Contraloría General, haciendo caso omiso de lo que decían los expertos, los partidos y muchos congresistas y, sobre todo, lo que explicaba la oposición parlamentaria, de izquierda y de centro-derecha. Santos barrió de un guantazo el pronunciamiento de la Asamblea de Santander, los estimativos de veteranos dirigentes empresariales, las encuestas de opinión y las acciones masivas de los usuarios (apagones y plantones de protesta).
Hay en la línea de Santos sobre Isagén un relente de ardiente autoritarismo. El lazo que unía teórica y sentimentalmente al mandatario con la nación, la creencia de que éste era el presidente de todos los colombianos, que escuchaba argumentos, fue echado a tierra por el interesado. El Mundo, de Medellín, dijo con razón que la venta de Isagén “afectó la confianza del público en la democracia de las instituciones republicanas”.
Buen negocio hizo la firma Brookfield Asset Management quien, por sólo dos mil millones de dólares, se apodera del
57,6% de las acciones de Isagén, una empresa en excelentes condiciones que vale el doble y que, junto a EPM, produce el 45% de la electricidad de Colombia (sólo Isagén genera el 16% de la electricidad que consume el país). Al venderla así, Santos le regaló a ese inversionista más de 500 millones de dólares, como lo demostró Eduardo Sarmiento Palacio en su nota del 3 de enero pasado. El equilibrio estratégico de lo que necesita Colombia para su desarrollo industrial y comercial ha sido roto, pues éste queda ahora en manos de un lejano grupo canadiense que no piensa en Colombia ni en su biodiversidad, ni en las perturbaciones climáticas aportadas por el fenómeno del Niño, sino en los intereses de sus accionarios.
Tras ese paso, lo que sigue es la profundización del caos santista: más insolencia y poderes especiales al jefe de Estado, más bonapartismo caprichoso y miope, más amargura de la población, más aumentos de impuestos, agravación de los índices de corrupción en el sector de la construcción y, sobre todo, mayor manipulación de las conciencias mediante la agitación de la utopía de la paz con unas Farc armadas y entronizadas en la vida política.
Santos impuso su línea inepta de ceder Isagén (la pérdida patrimonial con esa operación es evidente pues la rentabilidad de ésta es muy superior a la de las futuras carreteras) con el pretexto de mejorar la red vial nacional. Empero, Fabio Echeverri, ex presidente de Ecopetrol, señaló con cifras en la mano que ese plan de construcción de vías se podía hacer sin enajenar Isagén. En realidad, Santos optó por esa venta apresurada ante su falta de liquidez para financiar los acuerdos de cogobierno con las Farc. Desafortunadamente, la oposición de centro-derecha, a pesar de su militancia parlamentaria abnegada, constante y lúcida pero algo desorganizada, fue incapaz de unir y movilizar al país en torno de una consigna (No a la venta de Isagén) y cerrarle el paso a ese manotazo.
Ese triunfo de Santos sobre la oposición es un mal presagio para la nueva contienda política que viene entre Santos y el país: la del plebiscito de aceptación o rechazo de los escandalosos “acuerdos de paz” entre el gobierno y la banda narco terrorista Farc. ¿Será capaz la oposición uribista de ir más allá de su electorado para movilizar las mayorías patrióticas en un frente con una sola consigna: votar no en el plebiscito contra la paz de Santos, es decir contra una falsa paz sin justicia y sin sistema democrático?
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