LAS TRAMPAS DE LA PAZ
Santos y los congresistas de la U que traicionaron a sus electores no tienen otro programa para presentarse a elecciones que el acuerdo con las Farc
Las trampas de la paz
Por Jesús Vallejo Mejía
Septiembre 13 de 2013
Para decirlo en términos del finado Alfonso López Michelsen, Juan Manuel Santos fue elegido con un “mandato claro”, consistente en doblegar a las Farc y el Eln, rematando así la tarea iniciada por Álvaro Uribe Vélez, y salvaguardar la dignidad nacional frente a vecinos hostiles que sin recato alguno les han brindado refugio y hasta auxilio a los guerrilleros que pretenden imponernos un régimen totalitario.
En uno de los actos de traición más reprensibles que haya presenciado la historia colombiana, Santos decidió desconocer de modo rampante sus solemnes compromisos electorales, alegando que no es títere de nadie y puede gobernar como a bien tenga.
Todo indica que la traición al electorado se urdió desde la campaña presidencial con su hermano y el consejero Jaramillo Caro, quienes quizás le metieron en la cabeza que él estaba llamado por la historia a traernos la paz a los colombianos que hemos sufrido más de medio siglo de violencia promovida por los comunistas.
Esto trae a mi memoria lo que dijo Raymond Aron cuando supo que el recién elegido Giscard se proponía apaciguar a los soviéticos que amenazaban a Europa occidental con avasallarla con sus tanques en menos de una semana:”Ese joven ignora que la historia es trágica”.
De Santos, cuya frivolidad es aterradora, bien podría decirse lo mismo. Engolosinado con su idea de convertirse en un personaje histórico, corre el riesgo de que la posteridad lo vea como una figura tragicómica.
Es risible que les diga a las Farc que se apuren en llegar a un acuerdo porque la oportunidad para ellas es “ahora o nunca”, pues bien se sabe que el de la prisa para exhibir un flamante compromiso de paz es él, que aspira a la reelección y no tiene otra carta para jugar que esa.
A toda costa aspira a que las Farc le firmen algo antes de que en noviembre se venza el término que tiene para anunciar si quiere que sus conciudadanos lo reelijan. Muy probablemente lo harán, pero bajo los términos que quieran imponerle, pues entienden que si Santos claudicó ante Chávez y Correa, nada le impedirá arrodillarse ente ellas.
Ese acuerdo se decidirá a puerta cerrada entre los negociadores de Santos y los de las Farc, que se hicieron llamar plenipotenciarios en el grotesco documento que protocolizó el inicio de las conversaciones en La Habana.
Es un acuerdo para el que conviene reiterar que Santos carece del mandato claro de la ciudadanía. Se lo estipulará a espaldas suyas y sin que tenga oportunidad eficaz de agregarle o quitarle un ápice. La aprobación que se ha dicho que deberá otorgar el pueblo se le presentará en los términos draconianos de “tómelo o déjelo”.
Los golillas de Santos aspiran a convenir con las Farc un articulado dizque bastante simple para que la gente no se enrede al votarlo, quizás con unos pocos textos que deberán pasar primero por el Congreso y la Corte Constitucional, según lo dispone el artículo 378 de la Constitución Política.
No se han dado cuenta de que si el acuerdo se firma en noviembre, la convocatoria a referendo tendría que tramitarse en medio de la campaña que rematará en marzo próximo con la elección de nuevos congresistas.
Para agilizar la aprobación popular del acuerdo con las Farc, sus consejeros llevaron a Santos a proponer la reforma de la ley estatutaria que prohíbe que los referendos se voten simultáneamente con las elecciones de congresistas o las presidenciales.
Ese proyecto, que trata de aprobarse a marchas forzadas en el Congreso, violentando los derechos de la oposición, tiene un cometido explícito y otro tan oculto como tramposo.
Santos y sus voceros han dicho que con ello se busca garantizar la participación copiosa de la ciudadanía, pues temen que. si el referendo se convoca como lo exige la ley estatutaria, tal vez no se logre el umbral que prevé la Constitución para que se lo apruebe.
Esta justificación es engañosa a más no poder, pues si algún tema sería capaz de convocar a la inmensa mayoría de los ciudadanos es
precisamente el de un acuerdo de paz con los guerrilleros.
Sucede que hay un propósito que el gobierno no confiesa, porque es inconfesable.
En efecto, Santos y los congresistas de la U que traicionaron a sus electores no tienen otro programa para presentarse a elecciones que el acuerdo con las Farc. Entonces, pondrán a andar toda la maquinaria gubernamental con miras a presionar a la ciudadanía para que elija entre la paz que ellos representarían y la guerra que los escépticos y los enemigos del acuerdo, sobre todo los uribistas del Centro Democrático, estarían aupando.
Al lado de la maquinaria oficial estarían las Farc presionando por la fuerza de las armas a las comunidades para que voten en sí a la propuesta de referendo y por los candidatos amigos de la misma.
Queda claro, entonces, que en las elecciones operaría una auténtica tenaza Santos-Farc tendiente a forzar unos resultados favorables al acuerdo, bien sea por la presión mediática, por la compra de electores a cambio de favores oficiales o por la intimidación guerrillera.
Lo que no parecen haber previsto Santos y sus estrategas es la posibilidad de que el pueblo reaccione en contra, rechace la propuesta y se niegue a reelegir a los traidores, o que de la votación a favor y en contra resulte un empate técnico que haga políticamente inviable lo acordado con las Farc.
Santos y su claque andan diciendo que en aras de la paz habrá que tragarse unos cuantos sapos. Pero al tenor de la incompetencia de su equipo negociador, de la voracidad de las Farc y de la urgencia que él tiene de presentar algo para su reelección, lo que cabe esperar es que quieran que el país se trague la rana venenosa del Chocó, como lo escribí en Twitter esta mañana.
En tal caso, la disyuntiva para los ciudadanos no sería la de escoger entre la paz y la guerra, sino entre la rendición abierta o velada ante las Farc y la continuidad del actual estado de cosas.
Al país lo están engañando con el señuelo de una paz cosmética que, simple y llanamente, servirá para encubrir nuevas y quizás peores confrontaciones que las que hemos padecido.
Cierro con otra evocación del pensamiento de López Michelsen, quien decía que para negociar con las Farc sería necesario derrotarlas primero. Santos, con su prurito de pasar a la historia, no le dio tiempo al tiempo y corrió a presentarles la bandera blanca y tenderles el tapete rojo que les permitirá, como también lo dijo López, ganar en la mesa de negociación lo que no pudieron obtener en los campos de batalla.
Como dice atinadamente Rafael Nieto Loaiza, esperemos que cuando llegue ese momento estemos bien confesados.
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