ELECCIONES EN COLOMBIA, LOS MILLONES QUE NO VOTAN
El ciudadano que no vota es ahora castigado con un “estigma” negativo, se les demoniza como “apáticos” y “desinteresados”, por “dejar que otros decidan”. Se les grita: “Vota por alguno de los candidatos, aunque sea el menos malo”. Abstenerse de votar es una solución para el verdadero problema: lo monocromático de las ofertas
Los millones que no votan
El ciudadano que no vota es ahora castigado con un “estigma” negativo, se les demoniza como “apáticos” y “desinteresados”, por “dejar que otros decidan”. Se les grita: “Vota por alguno de los candidatos, aunque sea el menos malo”. Abstenerse de votar es una solución para el verdadero problema: lo monocromático de las ofertas
Por Alberto Mansueti
Junio 26 de 2018
@MansuetiAlberto
El domingo pasado 17 de junio, más de 10 millones de colombianos votaron por Iván Duque para Presidente, y poco más de 8 millones por Gustavo Petro; pero unos 17 millones no votaron.
La pregunta es ¿quién ganó? Porque si contamos solamente los votos emitidos, ganó Duque. Eso dicen todos, y será presidente. Pero si contamos los 36.2 millones de colombianos inscritos para votar, ganó la abstención, con 46 % de las opciones, casi la mitad. Porque “no votar”, también es una opción. Y es mayoritaria en Colombia, y en muchos países democráticos.
En buenas cuentas, Duque será entronizado como presidente por voluntad de solamente menos de un tercio de sus compatriotas; lo cual en términos políticos afecta su legitimidad. Y los buenos analistas dicen que el alto abstencionismo cuestiona la “legitimidad del sistema político” entero; es decir, el tipo de democracia vigente, que el Profesor Olavo de Carvalho califica como “democracia patológica”: cuando todos los candidatos y ofertas electorales son muy parecidas, casi iguales, “políticamente correctas”, abrazando el “consenso socialdemócrata”.
En Europa y EEUU esa homogeneidad no es tan fuerte, por la presencia discordante de ofertas de derecha: liberales clásicas, conservadoras, e incluso de derecha “autoritaria”, a veces motejada de “populista” y hasta “neo-nazi”. Todas tienen representación parlamentaria; y algunas son mayoría y gobiernan, con frecuencia en coaliciones. De todos modos se mira un panorama electoral realmente “colorido”: todos los colores. Es un paisaje más interesante y motivante; por eso la abstención no crece tanto como en América latina, donde el panorama es casi monocolor, mucho más aburrido.
¿Por qué en Colombia y América Latina esa diversidad no se presenta, y las ofertas saben a lo mismo, parecidas todas como gotas de agua? Pues muy simple: porque se ponen altas vallas para impedir la emergencia de nuevas y frescas opciones. Es exactamente lo mismo que en los negocios: se busca impedir la creación de nuevas empresas competidoras, que serían una amenaza para las oligarquías económicas. Por eso nuestros países andan bajos en los índices mundiales de “facilidad para hacer negocios” y de “grado de libertades económicas”, pese a que estas dos variables se relacionan muy fuerte con el desarrollo y la prosperidad de la gente, y con mucho menor presencia de corrupción.
“No votar” es la opción escogida por muchos millones de personas, amplia mayoría, en muchos países democráticos del mundo. ¿La democracia no trata de “elecciones” entre alternativas? La abstención crece en todo el globo, y en América Latina, Chile y Colombia encabezan la lista de países con mayor tasa de abstencionismo, siendo el voto facultativo en ambos casos. La lista comprende unos 10 países en los cuales el abstencionismo alcanza o supera el 50 % de los inscritos en los registros electorales.
En 2014, el senador colombiano Heriberto Sanabria propuso un proyecto de ley para que el voto sea obligatorio, el cual no prosperó. “El voto es un derecho y un deber”, expresó. Es una falacia: cualquier diccionario enseña que “derecho” es una facultad que puede usarse o no, voluntariamente; en cambio, “deber” es una obligación inexcusable. Ambos términos son contradictorios y excluyentes; cuando el sufragio es forzado y no “facultativo”, entonces ya no es un “derecho”.
El voto es una oportunidad para que la voluntad popular sea libremente expresada; pero si el sufragio es “un deber”, e incluso la abstención es castigada con severas sanciones, como en algunos países, no es expresión “libre”. La “libertad de expresión” es severamente recortada; y eso es antidemocrático.
Por eso el voto voluntario es lo que cabe en una democracia, que se practica en la gran mayoría de las democracias en el mundo; o sea 95, según el Instituto Internacional para la Democracia y Asistencia Electoral, IDEA por sus siglas en inglés.
El ciudadano que no vota, aún cuando no haya sanciones, es ahora severamente castigado con un “estigma” negativo. Sobre los electores se ejerce una fuerte presión psicológica; se les demoniza como “apáticos” y “desinteresados”, por “dejar que otros decidan”. Se les grita: “Vota por alguno de los candidatos, aunque sea el menos malo”. Así se demoniza también el voto en blanco o nulo. Y hasta se promueven leyendas urbanas contrarias al abstencionismo, y al voto en blanco o nulo.
¿Por qué? Muy simple: porque el “Establishment” político entero, incluyendo la propia IDEA, ven la abstención electoral como “un problema”. Pero, ¿un problema para quién? No para el abstencionista. Los mejores tratadistas de la Ciencia Política, por ejemplo, Anthony Downs, explican que para quien escoge no votar, la abstención no es un problema, sino todo lo contrario: una solución.
Abstenerse de votar es una solución para el verdadero problema: lo monocromático de las ofertas. Los productos son casi indistintos. Esto en Mercadotecnia se llama “indiferencia del consumidor”: al cliente le da lo mismo comprar una u otra pasta dental o aceite para el vehículo; entonces compra uno cualquiera, sin invertir demasiado de su tiempo en inquirir sobre diferencias muy pequeñas, mínimas, porque son artículos de consumo indispensable. Eso no pasa con el voto.
Anthony Downs aplica teoría económica a la democracia. Recuerda un principio elemental que dice: “la información tiene costos”. Para votar por el candidato A en lugar de B, siendo tan parecidos, la gente tendría que invertir tiempo en informarse sobre A y B; y no tiene tiempo. Por eso no vota. Además de eso, siendo A y B casi indistintos, las políticas van a ser las mismas, cualquiera resulte electo; así que da igual que sea A o que sea B. Por otro lado, las buenas encuestas revelan que el abstencionista casi siempre es un elector que antes sufrió un desencanto: uno que antes votó por “X”, quizá para que no gane “Z”, y después X le dejó decepcionado.
La buena Ciencia Política sabe leer el mensaje del abstencionista, que dice: “no me gusta ninguno, y son muy parecidos; así que la próxima vez elijan mejor, o al menos pongan alternativas realmente distintas”. Ese mensaje es racional, muy inteligente; ¿a quién va dirigido? A los que hacen la “pre-selección”. Véase que nosotros “escogemos” de entre una lista de pre-candidatos anteriormente seleccionados; como sucede en los concursos de belleza, y en los premios Oscar de Hollywood: el jurado escoge sólo entre los “nominados”.
Suscribo el mensaje claro y fuerte de los abstencionistas; sólo agrego esto, para concluir este artículo: “No maten al mensajero”. Muchas gracias ¡y hasta la próxima!
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